Creo que, de una manera u otra, todos hemos esperado con ilusión, pequeños y grandes, esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Recordamos las alfombras de flores, los arcos, los
altares, el aroma del incienso y, sobre todo, saber que Jesús, saliendo del
silencio del Sagrario, recorre nuestras calles para visitarnos y bendecirnos.
Sería muy bueno que no tengamos que decir que Jesús sale a vernos porque nosotros no lo visitamos.
- Deuteronomio
Nos presenta las figuras que en el Antiguo Testamento predicen,
de una u otra forma, la Eucaristía.
Hoy nos dice Moisés cómo el pueblo de Israel, en el
desierto, recibió milagrosamente el maná como pan y el agua que salió de la
roca como milagro de Dios.
También se refiere Moisés a la Palabra de Dios:
«Te afligió haciéndote pasar hambre y después te
alimentó con el maná que tú no conocías ni conocieron tus padres, para
enseñarte que no solo vive el hombre de pan sino de todo cuanto sale de la boca
de Dios».
Y termina diciéndonos:
«No te olvides… que te alimentó en el desierto con un
maná que no conocían tus padres».
De esta manera, en cierto sentido, tenemos una imagen
de lo que un día será la santa misa:
En primer lugar, la Palabra de Dios más importante que el pan y, después, la Eucaristía bajo el símbolo del maná y el agua que brotó de la roca. Similar al episodio de Elías que desesperanzado y dormido en el desierto recibió el pan caliente y el agua que le ofreció el ángel del Señor.
- San Pablo
El apóstol nos habla de la unidad del Cuerpo de
Cristo:
«El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es
comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el
cuerpo de Cristo?»
Tengamos presente que siempre debemos vivir en el amor
de un solo cuerpo: todos hermanos.
En este brevísimo párrafo de hoy San Pablo insiste en
la misma idea:
«El pan es uno y así nosotros, aunque somos muchos,
formamos un solo cuerpo porque comemos todos del mismo pan».
La caridad debe ser el gran distintivo entre nosotros, como nos pidió Jesús, ya que la Eucaristía es signo de unidad y la comemos todos cuantos pertenecemos a Cristo.
- Salmo 147
En este día del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo la
liturgia nos invita a glorificar a Dios por tantos dones maravillosos que nos
ha regalado, sobre todo los que encierra el gran don del misterio eucarístico:
«Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sion,
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hijos dentro
de ti…
Con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus mandatos».
- Evangelio
Aunque San Juan no narra la institución de la
Eucaristía, nos ha dejado en el capítulo 6 el significado del gran misterio
eucarístico. El párrafo de hoy recoge estas palabras importantes de Jesús:
«Mi carne es comida y mi sangre bebida… El que come
este pan vivirá para siempre».
No es extraño que los oyentes dijeran a Jesús en
público:
«¿Cómo puede darnos este a comer su carne?»
Sabemos que Jesucristo no quiso dar explicaciones que
restaran nada a la verdad de este don, sino que más bien lo reafirmó. Para
nosotros también, cuando nos asalte la misma duda o pregunta, sepamos que la
presencia eucarística de Jesús es sustancial; es decir, no está físicamente su
cuerpo, sino como nos decía el Papa Benedicto XVI, se trata de su presencia
metafísica.
Lo más importante es que aprovechemos el don de este
sacramento recordando estas palabras de Jesús:
«El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y
yo en él».
Al recibir la Eucaristía estamos habitados por Jesús.
José Ignacio Alemany Grau, obispo