Muchas veces andamos pidiendo claridad en la fe. Es decir, que no nos falte la verdad que prometió Jesús.
El secreto será
siempre pedir al Espíritu Santo que venga a nosotros y nos descubra la verdad
plena y nos recuerde todas las cosas que enseñó Jesús.
- Hechos
de los apóstoles
Nos explica, en
este día, el gran acontecimiento que había prometido realizar Jesús, cuando
llegara Él a la casa del Padre.
En esta celebración
debemos distinguir unos signos externos:
+ Ruido del cielo,
igual a un viento recio que hizo resonar toda la casa.
+ Lenguas como
llamaradas sobre cada uno.
+ Hablar en lenguas
extranjeras, según el Espíritu les sugería.
Pero también, unos
signos internos que eran los más importantes:
«Se llenaron todos del Espíritu Santo».
De esta manera, se
cumplió la promesa de Jesús:
«Vosotros seréis bautizados con Espíritu
Santo dentro de no muchos días. Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo».
Esa transformación
interior es el milagro más grande. Por él entendieron los apóstoles todo el
mensaje que Jesús les había dado y se transformaron en hombres valientes que
comenzaron a evangelizar.
Esto es lo que tenemos que pedir hoy al Espíritu Santo: la conversión interior, que nos ayude a conocer bien el plan salvador de Dios; y la parresía, valentía, necesaria para seguir proclamando el Evangelio.
- Salmo 103
Una invitación en este día tan grande para glorificar y bendecir al Señor por las maravillas que ha hecho en la creación y, sobre todo, en la Iglesia: «Bendice, alma mía, al Señor (…) Cuántas son tus obras (…) La tierra está llena de tus criaturas (…) Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras».
- San Pablo
En este importante
capítulo ocho de la carta a los Romanos, nos descubre la acción del Espíritu
Santo en cada uno de nosotros, bautizados en la Iglesia de Jesús: somos de
Cristo porque «el Espíritu Santo habita
en nosotros».
Los que se dejan
guiar por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios.
Hemos recibido el
espíritu de hijos adoptivos y, qué importante y cuán grande es nuestro poder,
porque podemos hablar a Dios Padre con las mismas palabras y sentimientos de
Jesús, que repetía en su oración:
«Abbá, Padre».
Aprendamos bien
esta hermosa enseñanza: nuestro espíritu, limitado y pequeño, pero unido al
Espíritu Santo, nos convierte en testigos de nuestra filiación divina.
Esta filiación divina, aunque no es como la de Jesús ya que Él es hijo del Padre por naturaleza, nos asegura que, lo mismo que Jesús, seremos herederos de Dios y glorificados con Él, si padecemos con Jesús mientras vivimos en el mundo.
- Verso aleluyático
Es una invocación al Espíritu Santo pidiéndole que realice también hoy la obra que nos prometió Jesús: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor». Que el Espíritu nos regale su fuego transformante.
- Evangelio
El evangelista San
Juan nos recuerda la obra de Dios en los fieles.
Los fieles son los
que cumplen con fidelidad los mandamientos. Fijémonos en la perfecta ilación de
esta promesa de Jesús: Jesús pide al Padre para nosotros y el Padre se lo
concede todo siempre.
Lo más importante
que quiere para nosotros es: «El que me
ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada
en él».
¡Dios, la Trinidad
Santa en nosotros!
En este día de
Pentecostés pido, para ustedes y para mí, que de la meditación sobre el amor
que hemos hecho durante todo el período pascual, queden en nuestro corazón
estas palabras y las meditemos frecuentemente:
«El que me ama guardará mi Palabra, y mi
Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él».
José Ignacio Alemany Grau, obispo