23 de abril de 2022

DIVINA MISERICORDIA - Octava de Pascua


Estamos en la octava de Pascua, último día de estos ocho en los que hemos celebrado la resurrección de Jesucristo y hemos repetido:

«Este es el día en que actuó el Señor»

Por otra parte, en las apariciones a santa Faustina, Jesús pidió a la santa que en este día se celebrara su fiesta de la Divina Misericordia.

San Juan Pablo II impulsó esta devoción y obtuvo el regalo de Dios de morir en las primeras vísperas de esta fecha.

Este día también es conocido como “Domingo in albis” porque los catecúmenos bautizados el día de Pascua hoy se despojaban de la túnica blanca que llevaron toda la semana.

Finalmente, hoy Jesús nos va a explicar estas palabras que nos había dejado San Pedro (1P 1,9):

«Sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en Él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante».

  • Hechos de los apóstoles

En los primeros tiempos del cristianismo era necesario el apoyo de los milagros para que la gente pudiera creer a los apóstoles en su evangelización:

«La gente sacaba los enfermos a la calle y los ponía en catres y camillas para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno… Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando a enfermos y a poseídos de espíritus inmundos y todos se curaban».

Hoy no hacen falta milagros porque la gente no cree aunque los vea, ya que están metidos en sus ideologías que oscurecen la mente y el corazón.

Sin embargo, hoy como ayer, se dan algunos milagros físicos pero, sobre todo, unos milagros más importantes que consisten en que los pecadores se purifican y empiezan a vivir una vida nueva de cara a Dios.

Pidamos misioneros generosos que proclamen la fe y distribuyan los sacramentos.

  • Salmo 117

Es un himno de acción de gracias:

«Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia».

Entre otras cosas, agradecemos que a Jesucristo, rechazado por los orgullosos, Dios lo ha puesto como fundamento de su edificio de salvación:

«La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo».

  • Apocalipsis

San Juan nos cuenta, al principio del Apocalipsis, cómo Jesucristo a quien pudo contemplar en una visión maravillosa, puso su diestra sobre su cabeza, diciendo:

«No temas: Yo soy el primero y el último, Yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo».

Desde esta visión de Jesús debemos leer el Apocalipsis guiados por las notas que nos presenta la Iglesia católica en las biblias que ella publica, para no caer en las fantasías y errores que han desviado a quienes se dejaron llevar por su propia imaginación.

  •  Verso aleluyático

Recoge la frase del Evangelio de hoy que, como les decía al principio, da claridad a las palabras de la carta de San Pedro y nos llena de consuelo y esperanza:

«Porque has visto, Tomás, has creído. Dichosos los que crean sin haber visto».

  •  Evangelio

En primer lugar, nos recuerda los sucesos del primer día de la resurrección de Jesús y estas importantes frases que dijo en aquella noche memorable:

+ «Como el Padre me ha enviado así también os envío yo».

+ «Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados».

A continuación, Juan evangelista pasa al domingo siguiente, o sea el de la octava de Pascua, y nos presenta a Tomás que no estuvo el primer día de la aparición de Jesús en el cenáculo.

Jesús se pone en frente de Tomás y, respondiendo a una condición que el apóstol había puesto, le dijo:

«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente».

Tomás, entrando en profunda adoración, dijo:

«Señor mío y Dios mío».

Es una confesión perfecta en la humanidad y divinidad de Jesucristo.

Jesús termina con estas palabras tan importantes para nosotros:

«¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».

Esa es, amigos, la felicidad grande que nos ofrece Jesús a quienes lo seguimos día a día.

 

José Ignacio Alemany Grau, obispo