Son varias las alianzas de Dios con personajes del Antiguo Testamento. Recordamos algunas.
Primero la de Noé:
“Esta
es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todo lo que vive
con vosotros para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo como señal
de mi alianza con la tierra”.
Dios
declara como signo externo de la alianza, aunque ya existía antes, el arcoíris
que nos debe seguir recordando también ahora aquella alianza sin término que
estableció Dios en Noé.
La
otra gran alianza que tampoco tuvo ni tendrá término es la de Abraham. Dios la
hizo con estas palabras:
“Esta
es mi alianza contigo. Serás padre de muchedumbre de pueblos… mantendré mi
alianza contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como alianza
perpetua”.
Como
signo externo de esta alianza Dios también deja uno que ya existía, el de la
circuncisión. Que será imagen del bautismo.
De la tercera gran alianza nos habla la primera lectura de hoy.
- Éxodo
Moisés
“tomó el documento de la alianza y se lo
leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió “haremos todo lo que manda el
Señor y lo obedeceremos.
Entonces tomó Moisés la
sangre, roció al pueblo diciendo: esta es la sangre de la alianza que hace el
Señor con vosotros sobre todos estos mandatos”.
El signo de esta alianza será el Decálogo.
- Salmo 115
Nos
invita a alzar la copa de la salvación invocando el nombre del Señor:
“Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando tu nombre. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo”.
- Hebreos
La
Carta a los Hebreos nos presenta a Cristo como el sumo Sacerdote que ofrece a
Dios su propia sangre en vez de la sangre de los machos cabríos del Antiguo
Testamento. Se trata de un “sacrificio
sin mancha que purificará nuestras conciencias de las obras muertas llevándonos
al culto del Dios vivo”.
De esta manera Jesucristo es el mediador de una alianza nueva. Con su muerte ha redimido los pecados cometidos durante la primera alianza “y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna”.
- Verso aleluyático
Nos
recuerda las palabras de Jesús cuando prometió la Eucaristía, diciendo:
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”.
- Evangelio
Llama
la atención las señas que da Jesús para que puedan algunos discípulos ir a
preparar la cena pascual, porque dice así:
“Id a la ciudad y
encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua”.
Jesús
les manda seguirlo y el hombre les preparó una sala amplia en el segundo piso.
La
explicación es doble.
En
primer lugar, era difícil que un hombre llevara un cántaro de agua porque
solían hacerlo las mujeres.
Y,
segundo, porque de esta manera Judas no podía saber dónde sería la cena pascual
para adelantar ese dato a los que querían a prender a Jesús. Más seguro era
llevarlos a Getsemaní, a donde iban siempre después de la cena.
Jesús
celebró en el cenáculo la cena pascual adelantada y sin el cordero. El cordero
será Jesús mismo, al día siguiente, al morir a la hora que se sacrificaban los
corderos para la Pascua.
El
momento más importante de la cena lo describe San Marcos con estas palabras:
“Mientras comían tomó un pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: tomad, esto es mi
cuerpo”.
Cogiendo
una copa pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron y Él les
dijo: “esta es mi sangre, sangre de la
alianza derramada por todos”.
Esta
es en realidad la nueva y eterna alianza en la sangre de Jesús, con las
palabras que referirán los otros evangelistas.
Esta
alianza sucede a todas las alianzas anteriores y es definitiva porque Jesús se sacrificó
Él mismo, que es verdadero Dios, por nosotros.
José Ignacio Alemany Grau, obispo