Reflexión homilética para el tercer domingo
de Adviento, ciclo B
Isaías
El libro de Isaías (Is 61) nos describe
proféticamente cuál será la grandeza del Mesías prometido por Dios al pueblo de
Israel.
Esto mismo leeremos también en Lc 4 cuando
Jesucristo, en la sinagoga de Nazaret, se aplique a sí mismo estos versículos:
“El Espíritu del
Señor está sobre mí…”
Pero, quizá, con un poco de atrevimiento,
me permito decirte que tú mismo vayas leyendo con fe y detención la primera
lectura de este domingo y te la apliques como si Dios te la dijera a ti.
Empecemos la aplicación, si te parece, de
esta manera. Yo pongo las primeras palabras y tú sigues en esta oración ante
Dios:
Desde el día del bautismo “el Espíritu….”
En cuanto al traje de gala, el manto de
triunfo y la corona de novia… no olvides que son bastantes las veces que en la
Biblia Dios se presenta como Esposo o Novio de Israel, de la Iglesia y de cada
uno de los que pertenecen a la Iglesia.
Y Él nos embellece con los sacramentos, dones
y frutos.
Salmo
responsorial
En cuanto al salmo responsorial, el de hoy
no es propiamente un salmo sino que meditamos el Magnificat de la Virgen con una aplicación que María hizo del mismo
texto de Isaías aplicándose.
Que esto produzca en ti un gozo tan grande
como el que vas a repetir entre versículo y versículo del salmo responsorial:
“Me alegro con mi
Dios”.
San
Pablo a los Tesalonicenses
Sabemos que este tercer domingo de adviento
se llama de Gaudete (alégrense) porque
así comienza el párrafo de esta carta:
“Estad siempre
alegres…”
De hecho San Pablo hoy siguiendo el tema
que estamos meditando nos invita a sentir la felicidad más profunda, la
felicidad que Dios regala con su gracia y sus dones.
Es el gozo del Evangelio de que habla el
Papa Francisco y que debes llevar siempre en el corazón.
(Recuerda su carta “El gozo del
Evangelio”.)
Por todos estos dones de los que venimos
hablando valen también para ti las palabras de Francisco:
“Con Jesucristo siempre nace y renace la
alegría”.
Por esto que vamos diciendo entendemos
mejor las palabras de Pablo:
“No apaguéis el
Espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo y quedaos con
lo bueno”.
A continuación pide Pablo que, evitando
toda clase de mal, nos dejemos consagrar por Dios para que nuestra alma viva
siempre en la paz y alegría, manteniéndose sin reproche hasta el encuentro con
Cristo.
Verso
aleluyático
El aleluya repite una vez más lo que es la
idea central del día que aparece muy clara en este domingo:
“El Espíritu del Señor
está sobre mí”.
Evangelio
El Evangelio es de San Juan y nos habla del
Bautista. La liturgia ha tomado dos versículos del primer capítulo para hacer
una presentación teológica profunda de él:
“Vino a dar
testimonio de la luz, pero no era la luz”.
Y a continuación leemos un diálogo entre
Juan y los judíos que venían con algo más que curiosidad.
Querían saber por qué ese hombre,
desconocido para ellos, estaba predicando penitencia con tanto fuego en el
alma.
Lo que más llama la atención es la
sinceridad de Juan que sabe bien que no es ninguno de los personajes con los
que quieren identificarlo, pero sí sabe que tiene un papel muy especial confiado
por Dios que lo ha escogido como el precursor del Mesías.
Por eso afirma con toda libertad que ni es
el Mesías, ni es Elías, ni es un profeta. Simplemente se presenta como “la voz que grita en el desierto: Allanad el
camino del Señor”.
Pero lo más hermoso es el acto de humildad
que hace y cómo aprovecha la oportunidad para proclamar la grandeza del que
viene:
“Yo bautizo con agua
pero detrás de mí hay uno que no conocéis y al que no soy digno de desatar la
correa de la sandalia…”
La gran afirmación de Juan será:
Yo bautizo con agua pero en medio de
ustedes está el que bautiza con el Espíritu Santo.
Quiera Dios que este maravilloso Juan nos
ayude a todos a ser humildes y a evangelizar con todo el fuego de nuestro
corazón.
+ José Ignacio