Con las lecturas de hoy la liturgia nos da
una enseñanza sencilla que nos cuesta practicar porque somos orgullosos. No soportamos la humillación porque somos
creídos y nos duele que “un cualquiera” se atreva a herir nuestra fama,
nuestros intereses, nuestros gustos y planes e incluso nuestros caprichos.
Por algo insistía Jesús en que le imitemos
porque Él es “manso y humilde de
corazón”.
Veamos las enseñanzas de hoy.
El
Eclesiástico
Nos da una serie de consejos para conseguir
el perdón de Dios. Todos ellos, en realidad, se reducen al tema central del
día:
“Perdona la ofensa a
tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”.
Hace además una reflexión que parece de
sentido común:
¿Cómo pedir perdón a Dios si no se perdona
al prójimo?
“No tiene compasión
de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?”
Y termina diciendo: “recuerda los mandamientos y no te enojes con tu prójimo, (recuerda) la
alianza del Señor y perdona el error”.
El
salmo 102
El salmo responsorial nos enseña que Dios
es misericordioso y debemos aprender de Él teniendo misericordia con el
prójimo:
“El Señor es
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en misericordia”.
Meditemos que la actitud de Dios frente a
los pecados de los hombres es perdonar, fruto de su bondad y compasión:
“Él perdona todas tus
culpas y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa y te colma
de gracia y de ternura… No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo”.
El salmo resalta, a continuación, que Dios
no es como nosotros y “no nos trata como
merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”.
San
Pablo a los Romanos
No somos señores unos de otros. Tampoco somos señores de nosotros mismos.
Solo hay un Señor, Dios que se hizo hombre
para redimirnos del pecado y conseguir que todos los hombres seamos sus
servidores para felicidad nuestra.
Nuestro Redentor es el dueño de todo. Él
quiso redimirnos porque sabe mejor que nosotros que solo en Él encontramos la
verdadera felicidad.
Por eso “en
la vida y en la muerte somos del Señor”.
El único dueño del mundo es Dios. Él solo
tiene la paz, la alegría y el gozo que buscamos.
¡Que Él sea también nuestro único Señor!
Versículo
aleluyático
Este versículo nos lleva a la plenitud del
amor para con el prójimo.
Antes de Jesús la ley mandaba “amar al prójimo como a ti mismo”.
Con Jesús el amor, que llama “mi mandamiento” es mucho más profundo: “que os améis unos a otros como yo os he amado”.
¿Por dónde andas amigo? ¿Por el Antiguo
Testamento o por el Nuevo, el de Jesús?
El
Evangelio
Pedro preguntó a Jesús:
“Si mi hermano me
ofende, ¿cuántas veces le he de perdonar? ¿Hasta siete veces?”
Jesús le responde:
“Setenta veces siete” que no es cuatrocientos noventa…
sino “siempre”, por el simbolismo de los números ya que sabemos que el siete
indica perfección y plenitud.
La caridad es esencial en el Reino de
Jesús.
Gustemos la parábola de hoy.
Jesús exagera para que entendamos la
diferencia entre el amor de Dios al hombre y el amor del hombre a otro hombre.
Te invito a fijarte en dos cosas concretas:
+ La frase “ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
+ La diferencia entre diez mil talentos
(una millonada) y cien denarios (sueldo de cien días para un obrero).
El Señor tiene compasión de su primer
servidor y le perdona todo. En cambio él frente a las mismas palabras que le
dijo el consiervo, no fue capaz de perdonar unos centavos y lo mandó a la
cárcel.
Jesús quiere que aprendamos de Dios cómo
debemos tratar a los hombres.
La última frase de la parábola es muy
importante:
“Lo mismo hará con
vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
Todo esto nos invita a recordar la oración
de Jesús:
“Perdónanos nuestras
ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo