LA JUSTICIA DE DIOS
Reflexión homilética para el XXVI domingo
del Tiempo Ordinario, ciclo A
Nos gusta que siempre nos hablen de la
bondad de Dios, de su misericordia… y nosotros también lo hemos hecho tantas veces porque la Biblia dice que “Dios
es amor”.
Pero si ese amor fuera injusto, es decir,
si Dios no tuviera justicia, no podría ser el Dios verdadero. Por tanto, vamos
a hablar un poco de esa justicia divina, según nos enseñan las lecturas de este
domingo.
San
Mateo
Parece un poco extraño lo que concluye el
Evangelio de este día:
“Los publicanos y las
prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”.
Esas personas estuvieron alejadas de Dios
por su vida de pecado pero se han convertido y van por delante de tantas
personas que se tienen por perfectas por lo que dicen, e incluso enseñan, pero
no hacen.
Era el caso precisamente de los sumos
sacerdotes y ancianos del pueblo a quienes se dirigía Jesús.
Para entender esto, Jesús nos ha dejado la
parábola de hoy. En el fondo vemos en ella que ninguno de los dos hijos hizo
plenamente la voluntad del padre.
En efecto, el padre pidió al primero que
fuera a trabajar a la viña. Contestó descortésmente: “No quiero”. Pero pensó mejor las cosas y fue a la viña para
cumplir la voluntad del padre.
El segundo, posiblemente para quedar bien y
no molestar a su padre, le contestó: “voy
Señor”, pero no fue.
La justicia de Dios es así. Precisamente es
lo que nos dice Ezequiel: El que se arrepiente y persevera se salva.
El
profeta Ezequiel
Habla del pueblo de Israel que se queja del
Señor como si fuera injusto, pero Dios aclara su proceder:
Si uno comete la maldad durante su vida y
muere en ella, recibirá el castigo; en cambio, el que vive mal, si se
arrepiente, como el hijo de la parábola, vivirá para siempre.
San
Pablo a los Filipenses
Nosotros en las procesiones, en los
encuentros de fe, glorificamos siempre a Jesucristo y decimos que Él “es el Señor”:
El Señor de los Milagros, el Señor de
Luren, el Señor Cautivo de Ayabaca …
¿Y todo esto por qué?
La verdad es que Jesucristo, aunque era
verdadero Dios, pasó por uno de tantos, marginado, despreciado y crucificado.
Pero como tenía la divinidad, Dios le dio
el “nombre sobre todo nombre”, el
nombre de “SEÑOR”.
San Pablo les trae a los Filipenses este
ejemplo de Jesús, porque quiere que vivan y tengan “los mismos sentimientos de Cristo Jesús”.
Precisamente para conseguir esto, presiona
a los Filipenses, que pertenecen a una comunidad muy querida de Pablo, que por
el amor grande que le tienen aprendan la caridad, a vivir acordes, en humildad,
y teniendo a los otros como más importantes que uno.
De esta manera, por la humildad de Jesús,
los Filipenses podrán realmente cumplir la voluntad del Padre que mandó: “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en
el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es
Señor para gloria de Dios Padre”.
También en esta lectura aparece clara la
justicia de Dios que permitió la humillación de Jesús para salvarnos a todos,
pero después lo glorificó por encima de todas las criaturas: ¡Jesús es el
Señor!
Verso
aleluyático
El aleluya nos recuerda las palabras del
Buen Pastor, Jesucristo, que nos habla de esa comunión profunda que hay entre
Él y sus verdaderos discípulos. Comparándolos con un rebaño explica Jesús: “mis ovejas escuchan mi voz, y yo las
conozco, y ellas me siguen”.
Una bella invitación de Jesucristo para que
conozcamos sus enseñanzas en las que resalta la misericordia de Dios sin
olvidar su justicia. Esto también es un consuelo para quienes en la vida han
recibido tantas humillaciones: “El que se
humilla será enaltecido”.
Salmo
responsorial (24)
Nos habla de esta justicia y rectitud de
Dios y lo hace, precisamente, para que aprendamos cuál es el camino de los
pecadores, del que debemos huir, y cómo nos invita a ser humildes y vivir con
rectitud:
“El Señor es bueno y
es recto y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con
rectitud”.
El resto del salmo se fija más bien en la
misericordia del Señor y reconoce que “su
misericordia es eterna”. De esta manera en el mismo salmo tenemos la
misericordia y la justicia de Dios.
Te invito a meditar de una manera profunda
estas palabras:
“Recuerda, Señor, que
tu ternura y tu misericordia son eternas”.
Y luego el salmo, aprovechando la misericordia
de Dios, nos invita a orar pidiendo perdón apoyados en ella:
“No te acuerdes de
los pecados ni de las maldades de mi juventud: acuérdate de mí con
misericordia, por tu bondad, Señor”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo