27 de mayo de 2017

SE FUE Y LOS LLENÓ DE ALEGRÍA


Hoy celebramos la Ascensión del Señor que, junto con la resurrección, constituye la glorificación que el Padre Dios da a su Hijo el predilecto: ¡Gloria a Dios!
*       La Ascensión
En los Hechos de los apóstoles San Lucas, al que tenemos que tomar muy en serio porque al principio del Evangelio nos advierte que:
“Yo he resuelto escribir por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio…”.
El evangelista nos cuenta la Ascensión del Señor a los cielos y lo que sucedió poco antes.
Un día que comían juntos, Jesús  les habló así:
“No os alejéis de Jerusalén… en pocos días seréis bautizados con el Espíritu Santo”.
De esta manera, una vez más, Jesús  prometía la compañía del Espíritu Santo a su Iglesia.
En ese momento tan solemne todavía algunos presentan sus dudas al margen de todos los acontecimientos y enseñanzas de Jesús:
“¿Ahora vas a restaurar el reino de Israel?”
Era la concepción que tenía el pueblo sobre el Mesías. Jesús entonces insiste sobre la venida del Espíritu Santo y cómo les dará fuerza “para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo”.
En ese momento Jesús empieza a elevarse “hasta que una nube se lo quitó de la vista”.
Una vez más nos encontramos con la nube, símbolo de la presencia del Espíritu Santo.
Finalmente, cuenta San Lucas que se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron:
“¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para ir al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse”.
Alusión clara a la Parusía o segunda venida del Señor que será su glorificación definitiva.
*       Salmo responsorial (46)
Sin duda que todos nosotros al leer este salmo, tantas veces en el Oficio divino, hemos visto una alusión directa a la Ascensión del Señor. Unámonos a este triunfo de Jesús:
“Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas… Dios es el Rey del mundo”.
Y por todo esto se repite la invitación: “aclamad a Dios con gritos de júbilo porque el Señor es sublime… Tocad para Dios, tocad. Tocad para nuestro Rey, tocad”.
Y como terminando esta Ascensión nos dice:
“Dios se sienta en su trono sagrado”.
*       San Pablo a los Efesios
Es un párrafo hermoso en el que les invito a fijar la atención en dos puntos:
*. Que el Señor “ilumine los ojos de vuestro corazón”.
Solo con el corazón iluminado por la fe entenderemos la esperanza a la que Dios nos llama.
*. El Padre “todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia como cabeza”.
Jesús, después de entregarse totalmente por nosotros ha sido glorificado por Dios.
*       Haced discípulos de todos los pueblos
El Evangelio de hoy pertenece a San Mateo.
El evangelista alude también a la duda suscitada en alguno de los apóstoles que pensaban en  la reconstrucción de Israel.
Prescindiendo de todo, Jesús da este mandamiento que, por cierto, es muy grave:
“Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos”.
Nunca en su vida Jesús había puesto tanta exigencia. Es como decir:
Como Dios que soy y tengo poder sobre cuanto existe, les doy un mandamiento. Y el mandamiento consiste en hacer discípulos de todos los pueblos, bautizarlos en nombre de la Santísima Trinidad y enseñarles “a guardar todo lo que les he mandado”.
Finalmente, Jesús aclara que se va y no se va, como dijo en la última cena:
“Me voy y vuelvo a vuestro lado” (Jn 14,28).
*        La alegría fruto de la Ascensión
Una de las cosas más llamativas de la Ascensión es que los discípulos no sienten pena por la ausencia del Maestro sino que por el contrario: “Se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”.
El Papa Benedicto nos ayuda a entenderlo mejor. Él comenta en su libro Jesús de Nazaret:
“Todo adiós deja tras sí un dolor. ¿Cómo entender entonces la alegría?”
Añade el Papa: “La alegría de los discípulos, después de la ascensión, corrige nuestra imagen de este acontecimiento… La ascensión no es marcharse a una zona lejana del cosmos, sino la permanente cercanía que los discípulos experimentan con tal fuerza que les produce una alegría duradera”.
Por eso el mismo Papa nos invita a meditar:
“El cristianismo es presencia: don y tarea; estar contentos por la cercanía interior de Dios y, fundándose en eso, contribuir activamente a dar testimonio en favor de Jesucristo”.
Termino con estas palabras del gran Pontífice:
“El Jesús que se despide no va a alguna parte en un astro lejano. Él entra en la comunión de vida y poder con el Dios viviente, en la situación de superioridad de Dios sobre todo espacio. Por eso ‘no se ha marchado’, sino que, en virtud del mismo poder de Dios, ahora está presente junto a nosotros y por nosotros”.
Así cumple Jesús “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.


José Ignacio Alemany Grau, obispo

19 de mayo de 2017

EL AMOR VERDADERO ES LIBRE


Reflexión homilética para el VI Domingo de Pascua, ciclo A
“Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo: el Señor ha redimido a su pueblo”.
*       El diácono enseña y bautiza
Los Hechos de los apóstoles nos cuentan cómo fue expandiéndose la Iglesia en los primeros tiempos. Hoy es un ejemplo de ello: el diácono Felipe va a Samaría y predica a Cristo.
La multitud se alegra y se bautiza y son muchos los milagros que abren el camino al Evangelio.
Una vez más se constata cómo la fe trae la alegría: “la ciudad se llenó de alegría”.
Por otro lado “los apóstoles que estaban en Jerusalén”, al enterarse de la conversión de los samaritanos, enviaron a Pedro y a Juan para confirmarlos en la fe: “les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”.
De esta manera, ya desde el principio nos encontramos con la diferencia entre el diácono que enseña y bautiza y los obispos que confirman la fe con la imposición de manos.
*       Salmo responsorial 65
Tengamos en cuenta que estamos en plena liturgia pascual. Por eso la Iglesia nos invita de distintas formas a vivir el gozo de la resurrección:
“Aclamad al Señor tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria…
Alegrémonos con Dios que con su poder gobierna eternamente”.
*       Dar razón de la fe
Continuamos leyendo la carta de San Pedro y hoy nos invita a “glorificar en nuestros corazones a Cristo el Señor y estar siempre prontos a dar razón de nuestra esperanza”.
A continuación él mismo nos dice que, en nuestra evangelización, debemos actuar “con mansedumbre, respeto y buena conciencia”.
Pienso que todos los católicos debemos tener conciencia de este pedido de San Pedro y aprender bien el Catecismo de la Iglesia Católica e ir escrutando continuamente las Escrituras, primero para cimentar nuestra propia fe y segundo, para evangelizar con eficacia.
Finalmente Pedro, basándose en la misma actitud de Cristo, nos dice: “mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal”.
*       Dos momentos de la última cena
En el Evangelio de hoy nos acompaña San Juan.
*. El apóstol recoge dos enseñanzas muy importantes:
1. “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”.
A veces pretendemos que algunos cumplan los mandamientos poco menos que a la fuerza.
No es esto lo que pide el Señor. Obedecer, si no hay amor, no tiene sentido.
Solo el amor puede motivarnos para cumplir la voluntad de otro. Y como no hay amor sin libertad, debemos entender que solo desde la libertad amamos y desde el amor cumplimos. Solo así merecemos.
2. La promesa del Espíritu Santo.
Jesús sabe que Él es el primer consolador, amigo y protector, enviado por el Padre.
Él nos descubrió los planes de Dios para salvarnos y pronto se va a ir. ¿Dejará solos a los suyos?
Dentro de ese clima amoroso de la última cena Jesús les dice con cariño:
“Pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”.
Es la promesa del Espíritu Santo que se realizará después de la resurrección, el día de Pentecostés.
Esta es precisamente la diferencia que marca Jesús entre los suyos y el mundo. 
Este mundo no puede conocer al Espíritu Santo “vosotros en cambio lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros”.
Jesús no se conforma con esto: les advierte: “no os dejaré huérfanos, volveré”.
Esto es lo que había repetido en otro momento, cuando dijo: “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Qué felices nos sentimos en la Iglesia de Jesús porque estamos seguros de la compañía diaria del Espíritu Santo y de Jesús mismo, que es Dios. Por esto tenemos la seguridad de que el Padre también camina con nosotros ya que las tres Personas son inseparables.
De ahí que nuestro párrafo de hoy termine diciendo:
“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.
Preciosa invitación que nos lleva a profundizar en el misterio trinitario.
*       Vendremos a Él
Quedémonos en este domingo con esta idea del verso aleluyático que nos habla, una vez más sobre la presencia o inhabitación de la Santísima Trinidad en nuestros corazones:
“El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

13 de mayo de 2017

EL QUE ME VE A MÍ, VE AL PADRE


Reflexión homilética para el V Domingo de Pascua, ciclo A
Continuamos la lectura de los Hechos de los apóstoles.
Ten presente que este libro de la Biblia es la historia de los primeros años de la Iglesia de Jesús.
Recuerda también el origen trinitario de la “misión” de la Iglesia:
El Padre amó tanto al mundo que envío a su Hijo para salvarlo (a esto llamamos la primera misión trinitaria: Encarnación).
El Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo (segunda misión: Pentecostés).
Y el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, envió a la Iglesia (tercera misión) con la promesa de que ella continuaría siempre la evangelización, contando con la presencia de Jesús misionero, “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, y con el poder del Espíritu que “os llevará a la plenitud de la verdad”.
La lectura de los Hechos de los apóstoles nos ayudará a todos a ser fieles y transmitir el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo.
*        Problemas caseros
Todos somos muy humanos y la lectura de los Hechos nos lo recuerda en este día.
Ojalá solucionemos siempre los problemas humanos con la eficacia y fe con que lo hicieron los apóstoles:
A la hora de compartir el suministro diario, resulta que las viudas de los griegos no eran bien atendidas. ¿Solución?
Los apóstoles advierten que ellos no tienen tiempo para ocuparse de la administración:
“Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra”.
Y para solucionar el problema con eficacia constituyeron siete hombres de buena conducta a quienes llamaron “diáconos”. Les impusieron las manos y volvió la paz.
Termina el párrafo advirtiendo cómo “crecía mucho el número de los discípulos. Incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe”.
Tengamos en cuenta que la caridad siempre es la mejor solución de nuestros problemas pequeños o grandes.
*        Salmo responsorial (32)
Nos invita a confiar en la misericordia de Dios:
“Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti”.
*        La piedra angular
Muchas veces encontramos en la Biblia ya en el Antiguo Testamento, sobre todo en el salmo 117, alusiones a la piedra angular. ¿Qué significa esto?
Es simplemente una hermosa comparación.
San Pedro hoy nos dice que la piedra viva desechada por los hombres fue escogida y preciosa ante Dios. Cuando se construye hay que poner los cimientos sobre roca viva.
La comparación es bonita: la Iglesia es como un templo, pero no construido con piedras muertas, sino como dice Pedro:
“Vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu”.
En esta comparación Jesucristo es la piedra angular sobre la que se cimenta toda la construcción del Reino en la tierra.
De aquí pasa San Pedro a dar distintos nombres a esta Iglesia que formamos Cristo y nosotros:
“Raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios…”
Pablo, además de hablarnos de la construcción, utiliza otra comparación más conocida, la del símil del Cuerpo en el que Cristo es la cabeza y nosotros los miembros.
¡Bendita Iglesia que tiene a Cristo como cimiento, cabeza y corazón!
*        Versículo aleluyático
Nos recuerda las palabras de Jesús que leeremos en el Evangelio:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.
*        Muéstranos al Padre
El Evangelio nos lleva a un momento bellísimo de la intimidad entre Jesús y los suyos en el ambiente de la última cena. Te invito a profundizar porque hay mucha riqueza en cada uno de estos versículos.
Quizá uno de los que nos llama más la atención es la simplicidad con que Felipe le dice a Jesús:
Tanto nos hablas del Padre, “muéstranos al Padre y nos basta”.
La respuesta de Jesucristo no deja de encerrar su misterio. De hecho nadie puede ver al Padre en este mundo, pero el deseo de verlo es muy importante.
En el fondo, lo que enseña Jesucristo se aclara mejor con el capítulo cinco de San Juan, donde leemos cómo todo lo que hace el Padre lo hace el Hijo y por tanto ver las obras de Jesús es como ver actuar al Padre.
De ahí estas profundas palabras:
“Creedme, yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras”.
Y la conclusión del párrafo es realmente hermosísima y una invitación para que todos nosotros ahondemos en el misterio santo de la Trinidad:
“El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago y aún mayores. Porque yo me voy al Padre”.
Que en esta Pascua, amigos, nos unamos más cada día a Jesucristo, nuestro único Salvador y amigo verdadero.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

5 de mayo de 2017

YO SOY LA PUERTA

Reflexión homilética para el IV Domingo de Pascua, ciclo A
No es fácil que alguien diga que él es la puerta.
Se nos ocurren tantas palabras: señor, maestro, pastor, jefe, amo… ¿pero puerta?
Jesús  mismo se nos ha presentado, como Dios que es, de muchísimas formas:
Yo soy la luz, la verdad, el camino, la vida, el pan de vida, la vid…
Pero, ¿puerta?
Pues sí, amigo. Así se nos presenta en el domingo de hoy como la puerta del aprisco. Si uno no es ladrón, tiene que descubrir la puerta para entrar y eso es lo normal.
Jesús, que se definió como Buen Pastor, ha querido llamarse Puerta por una razón muy simple. Él mismo lo explicó: la salvación nos viene del Padre a través de Jesucristo resucitado. Por eso dice: “quien entre por mí se salvará”.
Nadie puede entrar en el reino del Padre si no es a través de Jesucristo. Lo seguiremos comentando en el Evangelio.
*       La conversión
La primera lectura es la continuación del libro de los Hechos de los apóstoles que leímos el domingo anterior.
San Pedro “con los once en pie a su lado” anuncia la resurrección.
Valientemente afirma:
“El mismo Jesús a quien vosotros matasteis, colgándolo de una cruz por manos de hombres inicuos, Dios lo resucitó”.
La fuerza que el Espíritu Santo puso en las palabras de Pedro movió el corazón de los oyentes que muy arrepentidos dijeron estas palabras:
“¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”
Pedro, aprovechando el momento les gritó: convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús Mesías, para perdón de los pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo”.
El fruto del Espíritu fue la conversión y bautismo de unas tres mil personas.
Hoy también necesitamos evangelizar con valentía y decir “a esta generación perversa” la verdad:
Hay pecado. Hace falta conversión. Dios es misericordia para los que se arrepienten.
No es fácil porque el orgullo quiere romper toda relación con Dios y su ley. Que sea la fuerza del Espíritu la que nos ilumine.
*       San Pedro
Continúa invitándonos en su carta para padecer con Cristo y vivir la conversión. Por eso nos dice “si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios” y así imitamos a Cristo que padeció por nosotros para librarnos del pecado.
Confiando en nuestra conversión sincera para aprovechar la pasión y muerte del Resucitado, termina diciéndonos:
“Andabais descarriados como ovejas pero ahora habéis vuelto al Pastor y Guardián de vuestras vidas”.
*       Verso aleluyático
Hoy es el domingo del Buen Pastor y en los tres ciclos se habla de Jesús con este título. Sin embargo, nuestro Evangelio va a resaltar que Jesús es la Puerta.
Pero de todas formas este versículo nos enseña que “yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí”.
*       El Evangelio
La lectura  de hoy contrapone a Jesús con los malos pastores. Estos “no entran por la puerta en el aprisco de las ovejas sino que saltan por otra parte… ese es ladrón y bandido”.
En cambio los buenos pastores entrar por la puerta.
Después de contar la actividad de un buen pastor que cuida sus ovejas Jesús, que también se llama Buen Pastor, afirma:
“Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas… quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir y encontrará pastos”.
La comparación es bellísima. Solo a través de Jesús, como por una puerta, podemos llegar a los brazos del Padre.
Podremos recibir todos los regalos de Dios que son comparados con buenos pastos y agua limpia.
Recordemos que por el bautismo entramos en la Iglesia de Jesús. Y esa Puerta es el mismo Cristo que en el amor del Espíritu Santo nos lleva a los brazos del Padre.
*       Domingo del Buen Pastor
A este domingo se le llama así. Por eso el salmo responsorial es el conocidísimo salmo 22 en el que ya, desde el Antiguo Testamento, Dios se nos presenta como el Buen Pastor al que invocan los fieles:
“El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce a fuentes tranquilas”.
Tengamos presentes también hoy, con la Iglesia universal, a los buenos pastores que nos ayudan a caminar hacia Dios, empezando por el Papa, siguiendo por nuestro obispo, los sacerdotes… Pidamos por todos ellos, para que sean fieles y no permitan que nadie les robe sus ovejuelas.

José Ignacio Alemany Grau, obispo