Hoy celebramos la Ascensión del Señor que, junto con la resurrección, constituye la glorificación que el Padre Dios da a su Hijo el predilecto: ¡Gloria a Dios!
La
Ascensión
En los Hechos de los apóstoles San Lucas,
al que tenemos que tomar muy en serio porque al principio del Evangelio nos
advierte que:
“Yo he resuelto
escribir por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo
diligentemente desde el principio…”.
El evangelista nos cuenta la Ascensión del
Señor a los cielos y lo que sucedió poco antes.
Un día que comían juntos, Jesús les habló así:
“No os alejéis de
Jerusalén… en pocos días seréis bautizados con el Espíritu Santo”.
De esta manera, una vez más, Jesús prometía la compañía del Espíritu Santo a su
Iglesia.
En ese momento tan solemne todavía algunos
presentan sus dudas al margen de todos los acontecimientos y enseñanzas de
Jesús:
“¿Ahora vas a
restaurar el reino de Israel?”
Era la concepción que tenía el pueblo sobre
el Mesías. Jesús entonces insiste sobre la venida del Espíritu Santo y cómo les
dará fuerza “para ser mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo”.
En ese momento Jesús empieza a elevarse “hasta que una nube se lo quitó de la
vista”.
Una vez más nos encontramos con la nube,
símbolo de la presencia del Espíritu Santo.
Finalmente, cuenta San Lucas que se les
aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron:
“¿Qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para ir al cielo,
volverá como lo habéis visto marcharse”.
Alusión clara a la Parusía o segunda venida
del Señor que será su glorificación definitiva.
Salmo
responsorial (46)
Sin duda que todos nosotros al leer este
salmo, tantas veces en el Oficio divino, hemos visto una alusión directa a la Ascensión
del Señor. Unámonos a este triunfo de Jesús:
“Dios asciende entre
aclamaciones; el Señor, al son de trompetas… Dios es el Rey del mundo”.
Y por todo esto se repite la invitación: “aclamad a Dios con gritos de júbilo porque
el Señor es sublime… Tocad para Dios, tocad. Tocad para nuestro Rey, tocad”.
Y como terminando esta Ascensión nos dice:
“Dios se sienta en su
trono sagrado”.
San
Pablo a los Efesios
Es un párrafo hermoso en el que les invito
a fijar la atención en dos puntos:
*. Que el Señor “ilumine los ojos de vuestro corazón”.
Solo con el corazón iluminado por la fe
entenderemos la esperanza a la que Dios nos llama.
*. El Padre “todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia como cabeza”.
Jesús, después de entregarse totalmente por
nosotros ha sido glorificado por Dios.
Haced
discípulos de todos los pueblos
El Evangelio de hoy pertenece a San Mateo.
El evangelista alude también a la duda
suscitada en alguno de los apóstoles que pensaban en la reconstrucción de Israel.
Prescindiendo de todo, Jesús da este
mandamiento que, por cierto, es muy grave:
“Se me ha dado todo
poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos”.
Nunca en su vida Jesús había puesto tanta
exigencia. Es como decir:
Como Dios que soy y tengo poder sobre
cuanto existe, les doy un mandamiento. Y el mandamiento consiste en hacer
discípulos de todos los pueblos, bautizarlos en nombre de la Santísima Trinidad
y enseñarles “a guardar todo lo que les
he mandado”.
Finalmente, Jesús aclara que se va y no se
va, como dijo en la última cena:
“Me voy y vuelvo a
vuestro lado” (Jn
14,28).
La
alegría fruto de la Ascensión
Una de las cosas más llamativas de la Ascensión
es que los discípulos no sienten pena por la ausencia del Maestro sino que por
el contrario: “Se volvieron a Jerusalén
con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”.
El Papa Benedicto nos ayuda a entenderlo
mejor. Él comenta en su libro Jesús de
Nazaret:
“Todo adiós deja tras sí un dolor. ¿Cómo
entender entonces la alegría?”
Añade el Papa: “La alegría de los
discípulos, después de la ascensión, corrige nuestra imagen de este
acontecimiento… La ascensión no es marcharse a una zona lejana del cosmos, sino
la permanente cercanía que los discípulos experimentan con tal fuerza que les
produce una alegría duradera”.
Por eso
el mismo Papa nos invita a meditar:
“El cristianismo es presencia: don y tarea; estar contentos por la cercanía interior de Dios y, fundándose en eso, contribuir activamente a dar testimonio en favor de Jesucristo”.
“El cristianismo es presencia: don y tarea; estar contentos por la cercanía interior de Dios y, fundándose en eso, contribuir activamente a dar testimonio en favor de Jesucristo”.
Termino con estas palabras del gran
Pontífice:
“El Jesús que se despide no va a alguna
parte en un astro lejano. Él entra en la comunión de vida y poder con el Dios
viviente, en la situación de superioridad de Dios sobre todo espacio. Por eso
‘no se ha marchado’, sino que, en virtud del mismo poder de Dios, ahora está
presente junto a nosotros y por nosotros”.
Así cumple Jesús “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo