Reflexión homilética para el V Domingo de Pascua, ciclo A
Continuamos la lectura de los Hechos de los apóstoles.
Continuamos la lectura de los Hechos de los apóstoles.
Ten presente que este libro de la Biblia es
la historia de los primeros años de la Iglesia de Jesús.
Recuerda también el origen trinitario de la
“misión” de la Iglesia:
El Padre amó tanto al mundo que envío a su
Hijo para salvarlo (a esto llamamos la primera misión trinitaria: Encarnación).
El Padre y el Hijo enviaron al Espíritu
Santo (segunda misión: Pentecostés).
Y el Espíritu Santo, el día de Pentecostés,
envió a la Iglesia (tercera misión) con la promesa de que ella continuaría
siempre la evangelización, contando con la presencia de Jesús misionero, “yo estaré con ustedes todos los días hasta
el fin del mundo”, y con el poder del Espíritu que “os llevará a la plenitud de la verdad”.
La lectura de los Hechos de los apóstoles
nos ayudará a todos a ser fieles y transmitir el Evangelio con la fuerza del
Espíritu Santo.
Problemas
caseros
Todos somos muy humanos y la lectura de los
Hechos nos lo recuerda en este día.
Ojalá solucionemos siempre los problemas
humanos con la eficacia y fe con que lo hicieron los apóstoles:
A la hora de compartir el suministro
diario, resulta que las viudas de los griegos no eran bien atendidas.
¿Solución?
Los apóstoles advierten que ellos no tienen
tiempo para ocuparse de la administración:
“Nosotros nos
dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra”.
Y para solucionar el problema con eficacia constituyeron
siete hombres de buena conducta a quienes llamaron “diáconos”. Les impusieron
las manos y volvió la paz.
Termina el párrafo advirtiendo cómo “crecía mucho el número de los discípulos. Incluso
muchos sacerdotes aceptaban la fe”.
Tengamos en cuenta que la caridad siempre
es la mejor solución de nuestros problemas pequeños o grandes.
Salmo
responsorial (32)
Nos invita a confiar en la misericordia de
Dios:
“Que tu misericordia,
Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti”.
La
piedra angular
Muchas veces encontramos en la Biblia ya en
el Antiguo Testamento, sobre todo en el salmo 117, alusiones a la piedra
angular. ¿Qué significa esto?
Es simplemente una hermosa comparación.
San Pedro hoy nos dice que la piedra viva
desechada por los hombres fue escogida y preciosa ante Dios. Cuando se
construye hay que poner los cimientos sobre roca viva.
La comparación es bonita: la Iglesia es
como un templo, pero no construido con piedras muertas, sino como dice Pedro:
“Vosotros, como
piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu”.
En esta comparación Jesucristo es la piedra
angular sobre la que se cimenta toda la construcción del Reino en la tierra.
De aquí pasa San Pedro a dar distintos
nombres a esta Iglesia que formamos Cristo y nosotros:
“Raza elegida,
sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios…”
Pablo, además de hablarnos de la
construcción, utiliza otra comparación más conocida, la del símil del Cuerpo en
el que Cristo es la cabeza y nosotros los miembros.
¡Bendita Iglesia que tiene a Cristo como
cimiento, cabeza y corazón!
Versículo
aleluyático
Nos recuerda las palabras de Jesús que
leeremos en el Evangelio:
“Yo soy el camino, la
verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.
Muéstranos
al Padre
El Evangelio nos lleva a un momento
bellísimo de la intimidad entre Jesús y los suyos en el ambiente de la última
cena. Te invito a profundizar porque hay mucha riqueza en cada uno de estos versículos.
Quizá uno de los que nos llama más la
atención es la simplicidad con que Felipe le dice a Jesús:
Tanto nos hablas del Padre, “muéstranos al Padre y nos basta”.
La respuesta de Jesucristo no deja de encerrar
su misterio. De hecho nadie puede ver al Padre en este mundo, pero el deseo de
verlo es muy importante.
En el fondo, lo que enseña Jesucristo se aclara
mejor con el capítulo cinco de San Juan, donde leemos cómo todo lo que hace el
Padre lo hace el Hijo y por tanto ver las obras de Jesús es como ver actuar al
Padre.
De ahí estas profundas palabras:
“Creedme, yo estoy en
el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras”.
Y la conclusión del párrafo es realmente
hermosísima y una invitación para que todos nosotros ahondemos en el misterio
santo de la Trinidad:
“El que cree en mí,
también él hará las obras que yo hago y aún mayores. Porque yo me voy al
Padre”.
Que en esta Pascua, amigos, nos unamos más
cada día a Jesucristo, nuestro único Salvador y amigo verdadero.
José Ignacio Alemany Grau, obispo