Reflexión homilética para el XXXII domingo
del Tiempo ordinario, ciclo C
En el mes de noviembre la Iglesia nos
invita a rezar de una manera especial por nuestros difuntos, pidiendo para
ellos la “luz perpetua”.
Por eso es bueno el tema de este domingo que
habla sobre la resurrección para ayudarnos a profundizar.
Los
siete hermanos Macabeos
La lectura es un extracto de la conocida
historia de los Macabeos.
Una madre y siete hijos. Todos murieron en
terribles tormentos que les infligió el rey Antíoco.
Te recomiendo que leas entero el capítulo 7
del segundo libro de los Macabeos ya que la lectura litúrgica de hoy es muy
breve.
Esa horrible historia y tortura la viven
hoy nuestros hermanos, sobre todo los de oriente. Muchas veces permanecemos
fríos e indiferentes ante esos sucesos.
A todos nos vendrá bien meditar algunas
frases de la lectura de hoy:
* “Cuando hayamos
muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna…”
* “Vale la pena morir
a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará…”
La fe que manifiesta cada uno de los
hermanos y la valentía de la madre, son un gran ejemplo para todos los tiempos.
Salmo
16: Ver el rostro de Dios
Cuántas veces en la Biblia, sobre todo en
los salmos, se ansía ver el rostro de Dios.
El versículo que repetiremos nos recuerda
que al resucitar (“despertar”) seremos plenamente felices contemplando el
rostro de Dios.
Hay una
poética y profunda petición en las dos comparaciones que nos ofrece el salmo
responsorial:
* “Guárdame como a las niñas de tus ojos”, es decir, cuídame, Señor, como cuidas tus ojos.
* “Guárdame como a las niñas de tus ojos”, es decir, cuídame, Señor, como cuidas tus ojos.
Y también:
* “A
la sombra de tus alas”, recuerda las palabras de Jesús que quería cuidar a
Jerusalén, “como esconde la gallina a los
polluelos bajo sus alas”.
La
fe no es de todos
Pablo empieza pidiendo a Dios para los
Tesalonicenses que les dé fuerzas “para
toda clase de palabras y de obras buenas”.
He aquí otras enseñanzas:
* Evangelizar con las palabras y las obras
de caridad es un don de Dios. Sin Él nosotros no podemos actuar en el orden
sobrenatural.
* “La
fe no es de todos”. En efecto, la fe es un regalo de Dios que hay que
aceptar con humildad y hay que cuidar siempre.
* El Apóstol explica que hay muchos
malvados que actúan mal porque no tienen fe.
Que Dios nos libre de ellos y ojalá con las
palabras y obras podamos ayudarlos a convertirse.
* El demonio sí existe y a los hombres que
lo siguen los vemos frecuentemente en nuestros días destrozando imágenes,
profanando la Eucaristía, exaltando los pecados contra el decálogo:
“El Señor que es fiel
os dará fuerzas y os librará del maligno”.
La
resurrección
La resurrección de los muertos es una
verdad de fe.
La historia nos dice que los fariseos y los
escribas creían en la resurrección, en cambio los saduceos no creen en ella.
Por eso estos últimos vienen a Jesús
proponiendo el caso de una mujer que se casa sucesivamente con siete hermanos, porque
ninguno le dio descendencia. Los saduceos preguntan a Jesús: ¿En la
resurrección cuál de ellos será su esposo?
Jesús aclara dos cosas:
* Que en el cielo todo lo referente a la
sexualidad ya no existirá: “son como
ángeles de Dios”.
* Moisés, al llamar al Señor: “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”
deja claro que “Dios es Dios de vivos y
no de muertos porque para Él todos están vivos”.
Versículo
aleluyático
Finalmente, amigos, recordemos con gozo las
palabras del versículo aleluyático:
“Jesucristo es el
primogénito de entre los muertos”.
Esto quiere decir que Dios nos ha invitado
a todos a la resurrección y el primero de todos en resucitar ha sido
Jesucristo. Precisamente con la suya, ha asegurado nuestra propia resurrección.
Por eso debemos glorificarlo:
“A Él la gloria y el
poder por los siglos de los siglos”.
No olvidemos tampoco que la Asunción de
María a los cielos es un dogma de fe que nos invita a esperar la resurrección:
Jesús, nuestro hermano mayor, y María
nuestra Madre, están en el cielo con cuerpo y alma glorificados y esperan que
nosotros, después de nuestra muerte, seamos resucitados y gocemos con ellos eternamente.
José Ignacio Alemany Grau, obispo