Muchas veces Jesús ha insistido en que
debemos rezar siempre y no desfallecer.
La liturgia nos repite con frecuencia
alguna de las muchas oportunidades en las que Jesús nos invita a pedir. Suelen
decir que oración y caridad son los dos temas en que más insiste Jesús en el Evangelio.
Hoy vamos a ver cómo la oración debe ser
insistente.
La
oración de intercesión
“Amalec vino y atacó
a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué” que escogiera unos hombres para atacar al
enemigo. Mientras Josué va a la lucha, Moisés sube al monte con Aarón y
Jur.
Moisés reza con los brazos extendidos,
intercediendo por su pueblo. Hay un gesto significativo, Moisés extendía sus
brazos en cruz. Cuando se cansaba y bajaba los brazos vencía Amalec. Cuando los
levantaba vencía Israel.
Viendo esto, sus dos compañeros sentaron a
Moisés en una piedra y cada uno sujetó un brazo. A la tarde triunfó Israel.
Este ejemplo de oración sacrificada se toma
siempre para enseñar la constancia en la oración.
Dios
ayuda
El salmo (120) atribuye la victoria de
Israel al poder de Dios y no al esfuerzo suyo:
“El auxilio me viene
del Señor que hizo el cielo y la tierra”.
Israel se siente seguro en Dios que vela
día y noche por los suyos.
“Levanto mis ojos a
los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio?... no permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme, no duerme ni reposa el guardián de Israel”.
El salmo nos hace ver la confianza de
Israel en Dios cuya bondad lo ha convertido en guardián de su pueblo:
“El Señor te guarda a
la sombra… de día el sol no te hará daño… el Señor te guarda de todo mal… ahora
y por siempre”.
Esta predilección de Dios por Israel nos
hace ver, una vez más, la fidelidad de Dios a pesar de las ingratitudes de su
pueblo.
La
Escritura, fuerza de Dios
Es muy bello el caso de Timoteo de quien
dice San Pablo que “desde niño conoce la
Sagrada Escritura”.
Esto nos hace pensar que quizá muchos de
nosotros, ya mayores, aunque somos católicos, no conocemos la Palabra de Dios.
Tengamos en cuenta que la Palabra nos da “la
sabiduría, que por la fe en Cristo Jesús, nos da la salvación”.
Conocer, vivir y orar la Palabra de Dios es
el camino de salvación para todos.
Pablo insiste además en que “toda la Escritura es inspirada por Dios”,
no es cosa de hombres.
La Escritura así vivida es útil para todo, “para enseñar, para reprender, para
corregir, para educar en la virtud. Así el hombre de Dios estará perfectamente
equipado para toda obra buena”.
Pablo termina el párrafo de hoy invitando a
Timoteo a que “proclame la Palabra,
insiste a tiempo y a destiempo, reprenda, reproche, exhorte, con toda paciencia
y deseo de instruir”.
La constancia y la insistencia son prueba
de que uno es buen evangelizador.
Verso
aleluyático
“La Palabra de Dios
es viva y eficaz; juzga los deseos e intenciones del corazón”.
Si queremos conocer nuestra propia conducta
delante de Dios, la Palabra nos permite descubrir la verdad de los deseos e
intenciones que tenemos al actuar.
Había
un juez…
El Evangelio una vez más nos cuenta una
parábola para que seamos constantes en la oración:
“Había un juez en la
ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres”.
Una viuda pobre y desvalida le pedía
justicia. Seguramente tenía un juicio y el juez decía o pensaba: ¡como no hay
plata, no hay juicio!
Pero la viuda sabe más que el juez y lo va
a aburrir con su insistencia. Al final la viuda derrota al juez inicuo que
dice:
“Aunque ni temo a
Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando le haré
justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.
Jesús termina la parábola diciendo que Dios
es nuestro juez y es bueno y, por tanto si acudimos a Él nos tratará mejor que
ese juez.
Lo que sí pide el Señor es fe.
La última frase del párrafo es para
temblar. En este mundo de hoy tan descreído, cuando hasta los católicos negamos
la fe en tantas verdades graves: negar verdades del Credo, rechazar las
enseñanzas del Papa o del obispo, exaltar el pecado como cosas de la sociedad
de hoy, etc… pensemos: “cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontraré fe en la
tierra?”
Busquemos con sencillez y mucha fe al Señor
que nos ama.
José Ignacio Alemany Grau, obispo