Reflexión homilética para el XXX domingo
del Tiempo ordinario, ciclo C
Las palabras: “Dios no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repiten su
queja”, nos recuerdan que el tema central de este domingo es continuación
del tema de la oración que tratamos el domingo anterior.
El
Eclesiástico
"El Señor es un
Dios justo e imparcial”.
Hermoso párrafo que nos aclara que Dios nos
oye a todos: pobres, oprimidos, huérfanos y viudas.
Tres veces se repite la palabra grito,
indicando la angustia de los que piden. Se resalta de manera especial “los gritos del pobre que atraviesan las
nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”.
Será bueno que aprendamos esta bondad y
justicia de Dios en nuestra vida.
Salmo
33
Este salmo es como la historia de Israel
que siempre ha confiado en el Señor y por eso constantemente acude a Él.
Dios es valiente y fiel con su pueblo.
En él leemos también: “Cuando uno grita al Señor Él lo escucha y lo libra de sus angustias”.
¿Será que el Señor quiere una oración de
gritos?
Sabemos que no, porque Jesús nos decía que
en la oración, no imitemos a los paganos que creen que a base de repetir van a
conseguir lo que quieren.
Lo que sí quiere el Señor es una oración
sincera. Por eso seguimos leyendo:
“El Señor está cerca de
los atribulados, salva a los abatidos…”. El salmista
continúa: “bendigo al Señor en todo
momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes escuchen y se alegren”.
Pablo
al final de su carrera
La carta a Timoteo tiene dos partes: en los
dos primeros versículos (6 y 8) Pablo cree que se aproxima el final de su vida
y reconoce con humildad que “he combatido
bien mi combate y he corrido hasta la meta y he mantenido mi fe”.
Pidamos a Dios que también nosotros podamos
vivir la fidelidad y valentía de Pablo hasta el final, para recibir la corona
de gloria que el apóstol espera para sí y también para quienes vivamos en el
amor a la segunda venida de Jesús.
En los tres últimos versículos (16-18)
Pablo lamenta que nadie le haya apoyado en el primer juicio que tuvo que
soportar. Además lamenta que muchos fueron infieles también al Evangelio.
Después de una frase de perdón (“Dios no
se lo tenga en cuenta”) añade que lo
importante es que Dios estuvo siempre a su lado y siguió evangelizando.
Termina confiando en que Dios lo mantendrá
firme hasta su muerte.
Verso
aleluyático
Nos recuerda una enseñanza de Pablo:
Dios vino en Cristo para reconciliar a los
hombres con Él. Ahora esa misión de reconciliar la humanidad con el Creador ha
pasado a nosotros y debemos ser fieles.
Dos
maneras de orar
El Evangelio nos enseña dos maneras de orar
para que podamos hacerlo de una forma agradable a Dios.
El primero es un fariseo creído que,
erguido y bien plantado en la mitad del templo, hace una oración de alabanza,
que empieza bien, diciendo: “te doy
gracias, oh Dios…”
Pero enseguida continúa en la autoalabanza
y exaltación de sí mismo:
“Porque no soy como
los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos
veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo…”
El publicano, en cambio, adopta una actitud
muy humilde, que Jesús describe así:
“Se quedó atrás y no
se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo
se golpeaba el pecho”. Su oración simple, sencilla y de profunda humildad
era ésta: “oh Dios, ten compasión de este
pecador”.
¿Cuál de las dos oraciones se parece más a
la que tú sueles hacer?
Piénsalo porque el resultado no fue el
mismo:
“Os digo que éste (el publicano) se fue a su casa justificado. El otro no”.
La lección final es para que la meditemos:
“Todo el que se
enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Una vez más el Reino es para los sencillos,
¿cómo tú?
José Ignacio Alemany Grau, obispo