Amigos, hoy es un día muy importante. Es el
día que celebramos el misterio más grande y maravilloso de nuestra fe: la
Santísima Trinidad.
Mi reflexión quiere ser una alabanza del
principio al final:
“Bendito sea Dios Padre, y su Hijo
unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros”.
Es la antífona de entrada porque la
liturgia quiere que desde el inicio glorifiquemos a la Santísima Trinidad.
Repite
también este verso aleluyático (y no “te pases” creyendo que lo sabes todo de
memoria):
“Gloria al Padre Y al
Hijo y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que viene”.
¿Qué celebramos hoy?
Nos
lo dice el prefacio. Es el misterio de un Dios en tres Personas:
“Padre Santo… que con tu único Hijo y el
Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola persona, sino tres
Personas en una sola naturaleza.
Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo
revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu Santo, sin
diferencia ni distinción.
De modo que, al proclamar nuestra fe en la
verdadera y eterna Divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única
naturaleza e iguales en su dignidad”.
Breve y concisa, pero una clara
presentación del misterio que conviene meditar mucho.
Toda oración oficial en la Iglesia de Jesús
es a Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.
Recemos
la oración colecta del día y lo verificaremos:
“Dios, Padre todopoderoso, que has enviado
al mundo la Palabra de verdad y el Espíritu de santificación para revelar a los
hombres tu admirable misterio, concédenos profesar la fe verdadera, conocer la
gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa”.
Aparte de hablarnos esta oración de las
tres Divinas Personas, tenemos en la conclusión de siempre estas palabras:
“Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos
de los siglos”.
(Qué pena que muchos hagan una conclusión
breve en vez de esta hermosa conclusión de toda oración oficial.)
Cada domingo es fiesta de la Santísima
Trinidad que se nos manifiesta en la pascua de Jesús.
Muchas veces al día repetimos que todo lo
hacemos en el nombre de la Santísima Trinidad cuando decimos: “en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo”.
Por otra parte la Iglesia nos enseña que
somos la familia de Dios:
“Somos un pueblo reunido en virtud de la
unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Fíjate cómo en todos los documentos y
oraciones la Iglesia dice “en el nombre del Padre Y del Hijo Y del Espíritu
Santo”, aunque a la hora de rezar todos suelen suprimir la Y griega que pone
igualdad total en lo que une… Vuelve a leer esta expresión del misterio y
fíjate si digo la verdad.
Vayamos a las lecturas del día:
Proverbios
Este párrafo de la Sabiduría es muy
especial y profundo.
Se aplica al Creador de todo, a la
Sabiduría divina.
Los Santos Padres, relacionándolo con el
prólogo del Evangelio de San Juan, lo refieren a Jesús:
“Por medio de Él se
hizo todo y sin Él no se hizo nada de cuanto fue hecho”.
La liturgia refiere también esta lectura a
la Virgen María, predilecta de Dios.
Te invito a hacer este hermoso ejercicio:
Lee estos versículos (Prov 8,22-31)
pensando en Jesús, Verbo encarnado.
Luego lee estos versículos pensando que se
refieren a María.
Así harás una bella oración.
San
Pablo nos ofrece hoy este bellísimo versículo:
“El amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”.
Medita:
¡¡Dios te ha regalado su Espíritu!! Para
que viva dentro de ti con el Padre y el Hijo, ya que son inseparables las tres
Personas… así te convierten en un templo, como enseña el mismo Pablo.
En
el Evangelio recordamos este misterio tan repetido los últimos días:
Jesús promete el Espíritu que está en el
Padre, para que nos lleve a la plenitud de la verdad.
Nos lo regalan para nuestra santificación.
Como
respuesta hagamos la bella oración del salmo 8:
“Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra”.
Finalmente te invito a repetir hoy con
alegría: desde el bautismo tengo a Dios dentro de mí y lo llevo a todas partes:
¡Tengo un tesoro! ¡Soy rico! ¡Soy feliz!
Gracias Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo