
En ella invocamos a la segunda Persona de
la Santísima Trinidad y por eso la conclusión de la misma es así:
“Tú que vives y reinas con Dios Padre en la
unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos”.
Como ves, de todas formas la oración es
trinitaria.
Esta
oración de la solemnidad de hoy te la conoces bien porque al terminar la
exposición del Santísimo, se reza antes de la bendición:
“Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención”.
“Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención”.
Son pequeños detalles pero creo que, si nos
fijamos en ellos, gozaremos con las muchas enseñanzas de la liturgia.

Se trata de Melquisedec, rey de Salem.
Precisamente por este caso concreto en el
salmo responsorial 109 que es un salmo mesiánico, le aplicaremos a Jesús estas
palabras:
“Tú eres sacerdote
eterno según el rito de Melquisedec”.
Este episodio es el que comenta también la
carta a los Hebreos largamente, refiriéndolo a Jesucristo.
Si quieres un detalle más de esta lectura,
en el texto no se dice Abraham sino Abram.
Será a partir del capítulo 17,5 del Génesis
cuando Dios le diga:
“Serás padre de
muchedumbre de pueblos. Ya no te llamarás Abram sino Abraham porque te hago
padre de muchedumbre de pueblos”.

Esto nos hace pensar, una vez más, en la
importancia de la tradición que es anterior a la Escritura:
“Yo he recibido una
tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido”.
En efecto, Evangelio y cartas se
escribieron años después de la resurrección de Jesús y parte de esta tradición
es la que fue recogiendo la Escritura en el Nuevo Testamento.
Fíjate cómo esta lectura relata la
institución de la Eucaristía con una estructura muy similar a la que escuchamos
cada día en la Santa Misa.

Lucas relata así la parte del milagro:
“Él, tomando los cinco
panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre
ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que los sirvieran a la
gente”.
Puedes fijarte en la alusión a la
Eucaristía que hay en los verbos que se emplean:
Tomar, bendecir, partir y servir.
Por ejemplo, en la primera plegaria del
Misal se dice:
“Elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios
Padre todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió y lo dio a los
discípulos”.
El relato termina diciendo que “comieron todos y se saciaron y cogieron las
sobras: doce cestos”.
Posiblemente aquí hay una alusión a los
doce apóstoles que creían imposible dar de comer a tanta gente.

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma
de este pan vivirá para siempre”.

“El cual al instituir el sacrificio de la
eterna alianza, se ofreció a sí mismo como víctima de salvación y nos mandó
perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya.
Su carne, inmolada por nosotros, es
alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que
nos purifica”.
Terminemos recordando unos versos de este
precioso himno de santo Tomás (estrofa primera y última):
“Te adoro con devoción, Dios escondido,
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A ti se somete mi corazón por completo, y
se rinde totalmente al contemplarte…
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego
que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara sea yo
feliz viendo tu gloria”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo