ME VOY A PESCAR
Todavía estamos en el ambiente pascual.
La liturgia propone a nuestra meditación
las apariciones de Jesús resucitado.
Hoy nos vamos al lago de Genesaret, el de
la poesía y la luz.
Pero meditemos antes unos rasgos de lo que
sucedía en los primeros tiempos de la Iglesia.
Nos dicen que los Hechos de los apóstoles
son un hermoso resumen de los primeros años de la vida de la Iglesia y cómo se
fue abriendo paso con persecuciones.
No en vano dijo Jesús:
“Si el mundo os odia,
sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros...
Recordad lo que os
dije: no es el siervo más que su amo… Si a mí me han perseguido, también a
vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la
vuestra”.
Estas palabras encierran la clave para
entender la pregunta que repetimos hoy:
¿Por qué persiguen a la Iglesia?
La
primera lectura nos hace ver que así pasó desde el comienzo:
El sumo sacerdote enfurecido pregunta a los
apóstoles porqué hablan de Jesús, si se lo han prohibido.
Pedro tiene una respuesta valiente.
Comienza diciendo:
“Hay que obedecer a
Dios antes que a los hombres”.
Los azotaron y los soltaron y “les prohibieron hablar de Jesús…
Los apóstoles
salieron contentos por haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”.
Esta será la historia de todos los
mártires; también los de hoy: sufrir y quedar felices.
Después
de este acontecimiento de los apóstoles y el martirio de tantos cristianos,
repitamos también gozosamente con el salmo 29:
“Te ensalzaré, Señor,
porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí”.
El
Apocalipsis nos habla de la glorificación de Jesús.
Son millares de ángeles y hombres que
cantan y alaban con esas palabras que frecuentemente repetimos en la oración de
vísperas:
“Digno es el Cordero
degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor,
la gloria y la alabanza”.
¿Y quién es el Cordero degollado a quien
todos cantan?
Juan Bautista nos explicó que Jesús es el Cordero
de Dios.
Ahora oímos que ha sido degollado… pero que
está vivo.
Es el Verbo encarnado y martirizado por los
hombres, pero glorificado por el Padre.
Todos alababan y glorificaban al Resucitado
y se postraban ante Él, es decir, lo adoraban:
Cristo resucitado merece nuestra adoración
porque, además de ser hombre verdadero, es Dios como el Padre y el Espíritu
Santo.
El
Evangelio de Juan es precioso.
Fíjate en cada detalle que yo no tengo
tiempo de desarrollar:
-
“Voy a pescar”, dice Pedro. Y todos: “vamos también nosotros contigo”.
Sí, resucitó Jesús, pero hay que volver a
la realidad y buscar el pan del día.
-
El
resultado es doloroso: sin Jesús no se pesca.
-
La
palabra del hasta entonces desconocido en aquella mañana, les invita a echar
las redes a la derecha.
-
Resultado,
ciento cincuenta y tres peces grandes.
Número simbólico que puedes investigar
y verás que indica la multitud innumerable de los que en Pedro y sus sucesores
pertenecerán a la Iglesia.
Sigue un delicioso desayuno con el
Resucitado.
¿Te animas?
Tú puedes participar en ese banquete cada
vez que recibas con fe la Eucaristía en la comunidad de los creyentes.
Después viene la triple confesión de fe de
Pedro asegurando su amor a Jesús.
Con estos tres actos de amor se purifica
Pedro de las tres negaciones y Jesús, lejos de quitarle el primado, se lo
ratifica por tres veces diciendo:
“apacienta mis ovejas… apacienta mis corderos”.
Finalmente, Jesús le predice a Pedro el
martirio que sufrirá un día:
“Cuando eras joven tú
mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo extenderás las
manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieres”.
El párrafo termina con esta invitación de
Jesús a Pedro:
“¡Sígueme!”
José Ignacio Alemany Grau, obispo