VIO Y CREYÓ
En la vigilia pascual hemos gozado la noche
más bella del año, que es a su vez la más hermosa de la historia humana.
La liturgia ha derrochado amor, belleza y
luz…
Al terminar la vigilia nos quedó claro que
Jesús es la luz del mundo:
“Ha resucitado”. “No
busquen entre los muertos al que está vivo”.
Porque, ¡Jesús está vivo!
Ahora, en la misa del día, vamos a gozar este
clima de resurrección que nos regala la Iglesia.
En
los Hechos de los apóstoles leemos que Pedro, en casa de Cornelio, explica el
mensaje kerygmático que es el pregón inicial de la predicación de siempre, pero
sobre todo en los comienzos de la Iglesia.
Él, como los otros apóstoles, se presenta
como testigo de la resurrección:
“Nosotros somos
testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de
un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el
pueblo, sino a los testigos que Él había designado: a nosotros que hemos comido
y bebido con Él desde su resurrección”.
La
antífona que la liturgia repetirá a todas horas en esta semana es:
“Este
es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
Como podremos ir viendo, para la Iglesia es
tan grande la fiesta de la Pascua que considera los días siguientes hasta
completar la semana, como un solo día.
Cada vez que escuchemos este versículo
meditemos y sintamos la alegría pascual en nuestro corazón.
Es el gozo de que Jesús, nuestro Dios y
Señor ha resucitado… y nosotros con Él.
El
salmo responsorial es el larguísimo 117, pero nos deja tres pensamientos concretos:
-
“La misericordia de Dios es eterna”, mensaje muy apropiado en este Año
Santo, año de la misericordia.
-
Implícitamente
canta la resurrección cuando nos dice: “no
he de morir viviré para contar las hazañas del Señor”.
-
Cristo
es “la piedra angular rechazada” por
los dirigentes… pero Dios la puso en el corazón de su historia de salvación.
Pablo
enamorado de Jesús, nos abre su corazón y nos pide a todos que tomemos
conciencia de que somos “panes ázimos”,
es decir, hombres nuevos en Cristo, gracias a la inmolación del Señor que es
nuestra víctima pascual.
Celebremos así la Pascua.
La
secuencia:
Se trata de un himno especial que
narra poéticamente la resurrección del Señor y nos invita a glorificar a “la
víctima propicia de la Pascua”.
Medítalo y haz hincapié en el grito
gozoso de la Magdalena:
“Resucitó
de veras mi amor y mi esperanza”.
El
aleluya:
Ya sabemos que esta palabra
significa “alabar al Señor”.
Es el grito gozoso de la historia
de la salvación. Lo repetiremos muchas veces:
¡Es el corazón de la Iglesia que siente
una alegría incontenible porque su Señor ha resucitado!
El
Evangelio nos hace ver el impacto que causó entre los suyos la resurrección de
Jesucristo.
El corazón inquieto de María
Magdalena la lleva temprano al sepulcro. Quiere embalsamar el cuerpo de Jesús,
según la costumbre de los judíos.
Al ver el sepulcro abierto y vacío,
lleva a Pedro y a Juan un grito de desesperación, que pronto se convertirá en
gozo:
“¡Se
han llevado el cuerpo del Señor y no sabemos dónde lo han puesto!”.
Pedro y Juan corren. Primero llega
Juan, más joven, y por respeto espera a la puerta para que entre Pedro antes
(ya reconocido como el primero entre los apóstoles).
“Pedro
entró en el sepulcro, vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían
cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio
aparte”.
Luego entró Juan y “vio y creyó”.
Fue el primero en creer en la
resurrección, antes de ver al Resucitado y con humildad, explica “que hasta entonces no habían entendido la
Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos”.
Es el nerviosismo pascual.
Por la noche todos serán testigos
de la resurrección porque vieron al Resucitado.
Amigo, tú y yo somos felices,
aunque no lo hemos visto. En nosotros se cumplen estas bellas palabras de
Pedro: “sin haberlo visto lo amáis y, sin
contemplarlo todavía, creéis en Él y así os alegráis con un gozo inefable y
radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras
almas”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo