RAMOS EN DOS MOMENTOS:
PROCESIÓN Y MISA
La liturgia
recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y nos invita a cargar
públicamente un ramo de olivo o una palma para comprometer nuestra fe en la
pequeña procesión que precede a la misa del día y que pretende revivir la
entrada de Jesús en Jerusalén.
Pero, ¿cómo fue la
procesión de la primera entrada de Jesús en Jerusalén?
Al acercarse la
fiesta de la Pascua Jesús no fue con sus parientes incrédulos. Llegó después
con sus seguidores.
Al pasar por
Jericó Jesús cura al ciego Bartimeo y él también se une al grupo.
Por el camino Jesús
profetiza, en tres momentos distintos, su muerte y resurrección.
Cuando llegan a
Jerusalén Jesús pide que le traigan un borrico. Quiere hacer un signo bíblico.
La multitud que
lo acompaña, contagiada por el ambiente y la actitud del mismo Señor, toma
ramos, palmas, tiran los mantos al suelo y proclama las palabras del salmo 117:
“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!… ¡Hosanna!” (Palabra que etimológicamente significa “ayúdanos” pero conlleva un
sentido de fiesta y alegría)
En medio de
aquel ambiente festivo aparecen también los aguafiestas de siempre que piden a
Jesús que haga callar a la multitud.
El Señor
simplemente les responde:
“Si callaran estos, gritarían las piedras”.
Así sucede
cuando llega la hora del Señor. Los hombres no lo pueden impedir.
Benedicto XVI
nos advierte que no serán estos los que el viernes pidan la muerte de Jesús,
como se nos dice muchas veces. Ese día gritarán los de la ciudad manipulados
por los fariseos.
Tú, amigo, ¿eres
capaz de apoyar a Jesús públicamente?
No tengas miedo.
La fidelidad es importante.
Isaías nos presenta al siervo del
Señor que es imagen de Jesucristo. En realidad a veces leyendo a Isaías nos
parece leer más a un evangelista que a un profeta:
“Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a
los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”.
El salmo responsorial es el 21,
conocido como uno de los más mesiánicos, que comienza precisamente con una de
las últimas palabras de Jesús en la cruz.
Por eso todos
repetiremos con atención: “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?”
Pablo nos trae el bellísimo
párrafo de la carta a los filipenses que muchas veces nos recuerda la liturgia,
especialmente en el oficio divino.
Es el resumen de
la vida de Jesús que pasa de la humillación más profunda a la glorificación que
hace el Padre, quien “le concedió el
nombre sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo y toda lengua proclame Jesucristo es
Señor para gloria de Dios Padre”.
La lectura de la Pasión.
Este año leemos
la pasión según San Lucas que es el compañero del ciclo C.
Lógicamente no
podemos comentarla pero te doy una orientación para que la utilices, si te
parece conveniente.
Durante la
lectura aparecen multitud de personajes. Búscalos detenidamente y hazte estas
posibles preguntas:
- ¿Cuál es mi preferido?
- ¿A cuál de
ellos se parece mi vida?
Por otro lado,
es bueno que según vayas leyendo tanto dolor, tantos malos tratos y
sufrimientos y por encima de todo, la paz, la valentía y amor con que actúa
Jesús, repitas muchas veces:
- ¡Y todo esto
por mí!
- ¡Así se ama!
- ¡No hay amor
más grande!
Con estos
sentimientos te será más fácil entrar en lo que llamamos la Semana Santa o la
Semana Mayor.
Terminemos hoy
meditando las palabras del prefacio del día que acoge la idea fundamental de
este Domingo de Ramos.
Hablando de Jesús
dice: “el cual, siendo inocente, se
entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado
entre los criminales.
De esta forma al morir destruyó nuestra culpa y al
resucitar fuimos justificados”.
Si profundizas
en esta fiesta te darás cuenta una vez más de lo efímero que es este mundo:
Mientras unos
aclaman, otros piden la muerte. Esto es lo humano porque el Padre Dios no
abandona ni un momento a su Hijo querido y está esperando para glorificarlo.
José
Ignacio Alemany Grau, obispo