La gente suele contar muchas cosas con
respecto al bautismo que recibió Jesús, de manos de Juan, en el río Jordán.
Incluso, sabemos que algunos hablan de no
bautizarse ni bautizar a sus hijos hasta tener treinta años, que eran los que tenía Jesús, según San Lucas, cuando
lo bautizó Juan.
Aclaremos.
El bautismo que recibió Jesús no fue un
sacramento. Fue un gran acto de humildad, haciéndose bautizar por el Bautista
con un bautismo destinado a los pecadores, para cumplir toda justicia.
Sabemos que en muchas religiones se daba el bautismo como un
signo externo de arrepentimiento.
Jesús que era infinitamente santo se hace
bautizar como una manifestación de su humillación y anonadamiento, según decía
Pablo a los Filipenses.
Sin embargo Dios se quiso manifestar en ese
momento:
“El Espíritu que se cernía sobre las aguas
de la primera creación, descendió entonces sobre Cristo, como preludio de la
nueva creación”. Y por su parte “el Padre manifiesta a Jesús como su Hijo amado”
(Catecismo 1224).
Como ya hemos indicado líneas arriba, en el
plan de Dios, el bautismo de Jesús constituye un momento especial de Epifanía, por
eso hay una manifestación de la Santísima Trinidad: el Padre dejó oír su voz
para que todos reconocieran a su Hijo, el Hijo está en el Jordán y el Espíritu
se manifiesta en forma de paloma.
Jesús, como era Dios, no podía tener pecado
alguno. Por eso su bautismo no fue como el nuestro. Por otra parte, Él mismo no
había instituido aún el sacramento.
¿Y cómo fue nuestro bautismo?
Es bueno que hoy recuerdes el día que te
bautizaron, quiénes fueron tus padrinos, cómo fue aquella fiesta, según te han
contado o quizá lo recuerdes porque lo recibiste de más edad.
Ese recuerdo te ayudará a agradecer los
grandes regalos que Dios te dio con el sacramento del bautismo.
Según el Catecismo (1213) el sacramento del
bautismo es “el fundamento de la vida cristiana, el pórtico de la vida en el
Espíritu que permite acceder a los otros sacramentos”.
Estos son los efectos que produce el
sacramento del Bautismo:
“Somos liberados del pecado y regenerados
como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la
Iglesia y hechos partícipes de su misión” (id).
Como ves todas estas cosas ya las tenía
Jesús desde siempre, porque era Hijo natural de Dios, en cambio nosotros, las
recibimos en el bautismo como fruto de la vida, muerte y resurrección de Jesús,
nuestro Redentor.
Isaías
invita a consolar al pueblo de Israel prometiéndole al enviado del Señor:
“Consolad, consolad a
mi pueblo, hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su
servicio y está pagado su crimen…”
Él viene “como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en
brazos los corderos y hace recostar a las madres”.
También
en este día Pablo nos presenta, en la carta a Tito, al Salvador, diciéndonos cómo
“ha aparecido la bondad de Dios, nuestro
Salvador y su amor al hombre.
No por las obras de
justicia que hayamos hecho nosotros, sino que, según su propia misericordia,
nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento (es decir el bautismo) y con
la renovación del Espíritu Santo”.
Todo esto nos ha venido por medio de
Jesucristo por eso en este día debemos manifestar nuestra gratitud.
El
salmo nos invita a bendecir a Dios por su grandeza:
“Cuántas son tus
obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría; la tierra está llena de tus
criaturas… Bendice alma mía al Señor: Dios mío qué grande eres”.
Por
su parte, el verso aleluyático nos va a recordar este domingo las palabras del
Bautista presentando Jesús a la multitud:
“Viene el que puede
más que yo. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
El
prefacio de hoy nos resume lo fundamental de esta fiesta, con estas palabras:
“Porque en el bautismo de Cristo en el
Jordán, has realizado signos prodigiosos, para manifestar el misterio del nuevo
bautismo: hiciste descender tu voz desde el cielo, para que el mundo creyese
que tu Palabra habitaba entre nosotros y por medio del Espíritu, manifestado en
forma de paloma, ungiste a tu siervo Jesús, para que los hombres reconociesen
en Él al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los pobres”.
No hay duda que la liturgia, con esta
fiesta solemne, nos manifiesta la grandeza de Jesús de quien vamos a hablar
durante todo este año.
San Lucas, nuestro compañero en el ciclo C,
nos irá contando tanto las enseñanzas como la vida de Jesús, para ayudarnos a caminar
por el camino de la santidad y perfección a la que Dios nos llama a todos.
José Ignacio Alemany Grau, obispo