LA ESCLAVA ESTÁ A LA PUERTA DE LA
MISERICORDIA
El
versículo aleluyático del cuarto domingo de adviento nos presenta a María, que
es la representante de la humanidad, respondiendo a la invitación de Dios.
Dios le pregunta si quiere ser su Madre.
Ella responde:
- Yo no soy más que la esclava del Señor.
Que se haga en mí lo que dices.
En ese momento la humanidad entera, en
Santa María, se pone a la puerta para esperar y acoger en el seno de una joven
toda la misericordia de Dios, prometida después del pecado original.
María se convierte así en la puerta de aquel
que dirá un día:
“Yo soy la puerta”.
Por María Dios se hace hombre y “el Verbo se hizo carne”, como “uno de tantos”.
¿De tantos?
Sí, ¡pero era Dios y seguirá siéndolo!
Este es el gran misterio de la encarnación
que la Iglesia nos recuerda tres veces cada día.
El
profeta Miqueas
¿Y quién es Miqueas?
No sabemos mucho de él.
Su nombre significa “quien como el Señor”.
Vivió en el siglo VIII a.C.
Entre los muchos gritos de denuncias y
condenas del profeta nos encontramos, entre otros, con el texto que leemos hoy
y que nos habla de esperanza.
Una cita muy apropiada para acercarnos, con
la liturgia, a la venida del Señor:
“Pero tú, Belén de
Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”.
Este jefe será “pastor con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su
Dios”. Y añade todavía otros detalles:
“Habitarán
tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra y éste
será nuestra paz”.
No podemos olvidar que pronto oiremos a
Herodes explicándoles a los magos que, según el profeta (Miqueas), el Mesías
debía nacer en Belén (ver Mt 2,6).
El
salmo responsorial (79) recoge la canción del pastor y de la viña.
Nos da a conocer el contraste entre el
pasado amoroso de Dios para con su pueblo, comparado con una viña, de la que
dice “sacaste una vid de Egipto, le
preparaste el terreno… echó raíces hasta llenar el país”.
En cambio, en el presente, Dios tiene una
actitud muy dura:
“¿Por qué has
derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas?”
El salmista grita pidiendo misericordia:
“Oh Dios,
restáuranos, que brille tu rostro y nos salve… despierta tu poder y ven a
salvarnos.
Vuélvete… ven a
visitar tu viña… que tu mano proteja a tu escogido”.
Y buscando la conversión desde un profundo
remordimiento pide:
“No nos alejaremos de
ti; danos vida para que invoquemos tu nombre”.
En
la carta a los Hebreos volvemos a recordar lo que meditamos hace unas semanas:
Jesús sumo sacerdote viene desde el cielo.
Se hace un hombre para salvarnos:
“Cuando entra en el
mundo” adopta la
gran actitud del servidor y sacerdote fiel ante Dios.
Primero reconoce (hablando con el Padre) “tú no quieres ni aceptas sacrificio ni
ofrendas… que se ofrecen según la ley”.
Entonces Jesús, recordando el salmo cuarenta,
adopta esta actitud humilde:
“Aquí estoy yo para
hacer tu voluntad”.
Es interesante que el salmo que cita la
carta, añada: “pues así está escrito al
comienzo del libro acerca de mí”.
Si quieres profundizar en la idea busca 1Sm
15,22 y encontrarás que cuando Saúl desobedeció, el profeta Samuel le corrigió
diciendo:
“¿Le complacen al
Señor los sacrificios y holocaustos tanto como obedecer su voz? La obediencia
vale más que el sacrificio”.
Amigos, al acercarse la Navidad debemos
pensar que el Niño que viene adopta esta actitud sacerdotal desde el momento de
la encarnación.
Él es el sacerdote que va a convertirse, Él
mismo, en sacerdote y víctima agradable al Padre para purificar a la humanidad.
El
Evangelio de hoy nos recuerda la primera salida de María llevando en su seno al
Verbo. Va de Nazaret a Ain Karem.
Jesús, dentro de María, santifica a Juan
que está en el seno materno de Isabel.
Isabel profetiza y felicita la fe de Santa
María.
Pidamos a la Virgen María que nos visite
para que en esta Navidad, crezcamos en fe y esperanza.
José Ignacio Alemany Grau, obispo