La liturgia del 25 de diciembre tiene una
riqueza enorme.
En primer lugar hay cuatro esquemas para
celebrar la Eucaristía.
El primer esquema que encontramos es el de la
vigilia, en la que se nos dice “hoy vais a saber que el Señor vendrá y nos
salvará y mañana contemplaréis su gloria”.
Por eso, llena de confianza, la Iglesia
pide a Dios que, así como acogemos gozosos la venida del Verbo a la cuna de
Belén, podamos recibirlo también llenos de confianza cuando venga como juez al
final de los tiempos.
El segundo esquema es el de medianoche.
En esos momentos se nos recuerda el pasaje
tan querido en la Iglesia de Jesús, según el cual, María y José iban de posada
en posada hasta que le llegó a María el momento de dar a luz “y dio a luz a su Hijo primogénito, lo
envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no tenía sitio en la
posada”.
El anuncio de los ángeles a los pastores
sigue resonando de siglo en siglo: “gloria
a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
Si la misericordia de Dios ahora tiene un
rostro que es el de Jesús, será bueno que le pidamos confiadamente que nos
envié al menos unas migajas de paz para este mundo tan hambriento que ya no
quiere comer.
Al amanecer tenemos también la Santa Misa
que con la aurora nos invita a
meditar con María lo que José y ella habían vivido, lo que los pastores les
habían contado y cómo “María conservaba
todas estas cosas meditándolas en su corazón”.
Finalmente, la Eucaristía del día, nos presenta el misterio más
profundo que debemos meditar en esta Navidad:
“En el principio
existía ya la Palabra y la Palabra era Dios. Por medio de ella se hizo todo. En
la Palabra había vida y la vida era luz…”
¡Tanta
grandeza termina en una pesebrera!:
“Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros”.
“Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros”.
Descubrir en una cuna a Dios “a quien nadie ha visto”, éste es el
misterio más grande que jamás comprenderemos, pero que siempre debemos adorar y
agradecer.
Esto es lo que el Papa nos invita a meditar
de una manera especial en el año de la misericordia, al recordarnos que
“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”.
LA SAGRADA FAMILIA, JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
Ese es el misterio de la Sagrada Familia
“que Dios ha propuesto como maravilloso ejemplo a los hijos de su pueblo para
que imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor” podamos llegar un
día a vivir en la familia de la Santísima Trinidad.
El Eclesiástico nos recuerda la autoridad
paterna y nos dice: “el que honra a su
padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros… el que
respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo
escucha”.
Consejos importantes en este momento
histórico en que se hace tan difícil encontrar familias en las que reine el
amor y el respeto.
El salmo responsorial es el 127 y nos
muestra las bendiciones de un hogar en el que se vive el temor de Dios: “dichoso el que teme al Señor y sigue sus
caminos… tu mujer como parra fecunda en medio de la casa; tus hijos como
renuevo de olivo...
Esta es la bendición
del hombre que teme al Señor”.
San Pablo da a los colosenses unos consejos
bellísimos que te ayudarán a ti y a toda tu familia para ser un hogar feliz. Te
invito a meditarlos, y si los pones en práctica encontrarás la bendición de
Dios.
El Evangelio de hoy nos recuerda cómo los
padres de Jesús vivieron un momento de verdadera angustia cuando se les perdió
Jesús en el templo.
Es un momento muy duro que puede suceder a
cualquier familia. Pero evidentemente que en el caso, se trata de unos padres
maravilloso y un hijo que tiene todas las perfecciones imaginables.
Cuando lo encuentran angustiados, la Madre
con espontaneidad, le pregunta:
“¿Hijo, por qué nos
has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.”
Jesús, con toda tranquilidad y sin ningún
remordimiento, les contesta:
“¿Por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”
José y María tienen únicamente la respuesta
de la fe y la humildad más profunda: ¡el silencio!
De María sabemos expresamente que “conservaba todo esto en su corazón”.
Meditemos, amigos, por dónde quiere Dios
que vaya la familia humana si quiere ser feliz.
En la familia de Nazaret encontramos la
grandeza de la Trinidad Santa que es, a un tiempo, Trinidad (comunidad) y
unidad.
José Ignacio Alemany Grau, obispo