Estamos en el segundo domingo de Adviento.
Las lecturas de hoy vienen llenas de
esperanza para el pueblo de Dios y para cada uno de nosotros. Examinemos.
El
profeta Baruc
No olvidemos la bellísima capacidad que
tienen los orientales para personificar las cosas. Jerusalén es un ejemplo
importante.
Hoy el profeta Baruc nos presenta a
Jerusalén que ha estado vestida de luto por el destierro de sus habitantes y ahora
se viste de fiesta porque sus hijos regresan a la patria.
Esos vestidos de lujo son la “justicia de Dios y la diadema de la gloria
del Eterno”. A esta Jerusalén, así vestida, el profeta le pide que suba a
un monte alto para contemplar a los repatriados que llegan invocando a Dios. De
paso, recuerda también, cómo fue la salida al destierro y lo compara con el
gozo del regreso.
Para éste, Dios les prepara un camino como
el que se hace a los reyes y príncipes de un país.
La
descripción es similar a la que nos presenta Isaías (40,4) y que leeremos
precisamente en el Evangelio de hoy:
“Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios”.
“Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios”.
Todavía un detalle más del Dios enamorado
de su pueblo, que hace que los árboles le brinde sombra y aroma agradable
mientras camina. Y todo con alegría “porque
Dios guiará a Israel a la luz de su gloria con su justicia y su misericordia”.
Pensemos que así nos protege también Dios a
nosotros, para que podamos llegar a la casa paterna. Y si hay que volver a la
comunión y superar problemas, recuerda que Dios siempre te espera con detalles
de amor.
El
salmo responsorial (125) es uno de los llamados “de las subidas”.
Es el salmo que inspira la confianza de
Israel en el Dios que nunca lo abandona.
Dentro de esta maravillosa creatividad, el
salmista nos presenta las montañas que rodean a Israel como los brazos de Dios
que protegen y cuidan la ciudad de Jerusalén:
“Al ir iba llorando
llevando la semilla, al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas”.
Dios acoge a los buenos, que son los suyos,
y rechaza a los malhechores.
Te invito a rezar este salmo con
recogimiento y paz y verás cómo Dios protege a los que confían en Él.
Pablo
reza “con gran alegría” por los
filipenses que son sus predilectos, porque ellos aprendieron bien las
enseñanzas que les dio y se convirtieron en valientes evangelizadores.
Además, siempre estuvieron muy cercanos a
Pablo en la cárcel y pruebas que tuvo que soportar. También les ofrece el amor
verdadero que brota del Evangelio de Jesús, diciéndoles:
“El amor entrañable
con el que os quiero en Cristo Jesús”.
Por otra parte, Pablo nos ofrece una
enseñanza hermosa para cuando recemos a Dios por nuestros seres queridos:
“Que vuestro amor
siga creciendo más y más en el conocimiento y discernimiento de lo que es
importante”.
El final de la lectura empalma con lo que
la Iglesia pide en esta primera parte del adviento, es decir, que estemos
preparados para llegar cargados de frutos al final de la vida:
“Así llegaréis al día
de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio
de Cristo Jesús para gloria y alabanza de Dios”.
Lucas
pone muchos detalles históricos al presentar a Juan el Bautista, sobre el cual
vino “la Palabra de Dios” como venía
sobre los profetas antiguos.
En el mismo capítulo nos presentará, más
adelante, otros detalles con toda la genealogía de Jesús e incluso nos dirá que
cuando Jesús salió a predicar “tenía unos
treinta años”.
En este domingo vemos a Juan predicando las
palabras que profetizó Isaías, de las cuales ya hemos hablado líneas arriba.
Las
últimas palabras son también muy apropiadas para este segundo domingo de
adviento: “Toda carne (todo ser
humano) verá la salvación de Dios”,
palabras que recordaremos en el versículo aleluyático.
(Hay que tener en cuenta que durante el
adviento se suprime el Gloria de la misa, pero se mantiene el aleluya):
“Preparad el camino
del Señor, allanad sus senderos. Todos verán la salvación de Dios”.
Pidamos a Dios que este adviento nos vaya
cargando de méritos para llegar felices al final de la vida a la casa de Dios
como servidores fieles.
José Ignacio Alemany Grau, obispo