Hoy
Jeremías profeta nos da una enseñanza extraordinaria.
Todos
sabemos que Dios hizo varias alianzas con el pueblo de Israel. Y aún antes de
constituirse como pueblo las hizo con Noé, con Abraham y otros muchos.
Pero
la más conocida y a la que alude Jeremías es la que “hice con sus padres cuando los tomé de la mano para sacarlos de
Egipto: ellos quebrantaron mi alianza aunque yo era su Señor”.
Dios,
sin embargo, siempre fue fiel.
En
concreto ahora profetiza una bellísima alianza que, sin duda, alude de una u
otra manera a la alianza de Jesús en la última cena:
“La sangre de la nueva y
eterna alianza”.
Esa
alianza tendrá una ley que no viene en papeles ni en piedras sino que “está grabada en el corazón de todos”.
La
llevará cada uno; y lo más bello es que no vendrá nadie a preguntar porque “todos me conocerán, desde el más pequeño al
grande”.
Entonces,
y también hoy, dice Dios: “yo seré su
Dios y ellos serán mi pueblo”.
Hermanos,
amigo, hermana: Dios es tuyo. ¿Y tú, eres de Él?
*
En el salmo responsorial pedimos un corazón puro:
“Oh Dios, crea en mí un
corazón puro”.
Son
palabras tomadas del Miserere (salmo 50) con el que el gran santo, el profeta
David, nos enseñó a todos a pedir perdón después del pecado:
“Renuévame por dentro con
espíritu firme”.
*
La carta a los Hebreos alude a la agonía de Jesús en Getsemaní y “cómo con gritos y con lágrimas presentó
oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte”.
Sin
embargo se sacrificó del todo por obediencia al Padre. Así mereció la salvación
“para todos los hombres que le obedecen”.
Cuánto
debemos meditar para que brote en nosotros la gratitud y fidelidad a nuestro
Redentor. Para ello es bueno este tiempo de cuaresma.
Incluso
suele decirse que la oración del huerto que cuentan los sinópticos, la narra, en
este pasaje, el evangelista San Juan a su manera.
El
momento cumbre del relato bíblico es así:
“Ahora mi alma está agitada, y
¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si para esto he venido, para esta
hora. Padre, glorifica tu nombre”.
(Recuerda
la oración del huerto: “Padre mío, si
este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”)
En
ese momento se oyó la voz del Padre que decía desde el cielo: “lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.
El
evangelista dice que la gente no entendió y le pareció que había oído como un
trueno.
Jesús
tuvo que explicar que se trataba de su muerte redentora:
El
Padre ha hablado para ustedes: “Esta voz
no ha venido por mí sino por vosotros”.
Es
el momento de la derrota de los que se creían dueños del mundo:
“Ahora va a ser juzgado el
mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera”.
A
continuación Jesús dice solemnemente:
“Cuando yo sea elevado sobre
la tierra atraeré a todos hacia mí”.
“Ser
levantado” aludía a la crucifixión. Con ello Jesús da a entender que cuando sea
crucificado y resucite, la humanidad se volverá hacia Él definitivamente. Será
su glorificación y la salvación de la humanidad.
Jesús
habla también hoy de la necesidad de morir para volverse fecundo.
Así
le pasó a Él y les pasará a los suyos:
“Si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto”.
Jesús
explica cómo debemos aprovechar este ir muriendo. Parece una contradicción pero
es así:
“El que se ama a sí mismo se
pierde y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida
eterna”.
Aclarando
esta frase, podemos decir que nuestra salvación consiste en colocar a Dios y su
voluntad santa en el sitio que le corresponde. Es decir, el primero en todo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo