EL DOMINGO DE LA ALEGRÍA
Ya desde la primera oración de este domingo la Iglesia nos invita a pedir a Dios la verdadera alegría:
“Concede a tus fieles la verdadera alegría para que quienes han sido liberados de la esclavitud del pecado, alcancen también la felicidad eterna”.
Y es que hay una alegría profunda que es fruto del Espíritu Santo y se llama gozo.
El Papa Francisco nos escribió la exhortación apostólica titulada “El gozo del Evangelio”.
Él mismo nos advirtió, unos días antes de la publicación, que a veces la alegría puede quedar en algo superficial:
“No se trata de la alegría superficial que al fin se transforma en ligereza y superficialidad… Se trata de la alegría que acaba en ese gozo profundo que es un don del Señor… y este gozo se encuentra en la seguridad de que Jesús está con nosotros y con el Padre”.
Hoy el profeta Zacarías invita, en nombre del Señor:
“Alégrate, hija de Sión, canta hija de Jerusalén, mira que tu rey viene a ti justo y victorioso”.
El Papa Benedicto nos explica que “la alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca, está contigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel”.
San Pablo, a su vez, nos recuerda que es el Espíritu que habita en nosotros el que nos hace de Cristo:
“Vosotros no estáis sujetos a la carne sino al Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no está en Cristo”.
Esta presencia del Espíritu nos asegura también la resurrección cuando dice que Él “vivificará vuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros”.
Se trata, pues, de una alegría que va más allá de la muerte.
El gozo de la presencia de Dios es el gran secreto del Reino. Así nos lo dice el verso aleluyático:
“Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del Reino a la gente sencilla”.
Por eso en el Evangelio es donde Jesús destapa su corazón para enseñarnos.
Pero antes de detenernos en la lectura que hoy nos presenta nuestro compañero del ciclo A, Mateo, admiremos cómo Lucas presenta esta misma oración de Jesús al Padre:
“En aquella hora se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo…”
Esto mismo nos lo dice el Papa Benedicto, afirmando: “la única alegría que llena el corazón humano es la que procede de Dios. De hecho tenemos necesidad de una alegría infinita…”
Vamos ahora a lo que dice Mateo sobre este gozo de Jesús:
“Te doy gracias, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Como vemos, en esta gracia del conocimiento profundo de Dios es donde encontraremos siempre la felicidad y el gozo verdadero.
“La verdadera alegría reside en la libertad que en el fondo sólo Dios puede dar… En el fondo de nuestra alma arde la chispa del amor divino que puede liberarnos para que seamos lo que debemos ser” (Benedicto XVI).
El mismo Papa advierte que si queremos que además de fiesta haya alegría, vayamos a lo profundo de nuestra conciencia donde está la fe verdadera:
“La alegría es parte integrante de la fiesta. La fiesta se puede organizar, la alegría no… Por eso damos gracias. Al igual que san Pablo califica la alegría como fruto del Espíritu Santo, así también san Juan en su Evangelio, unió estrechamente el Espíritu y la alegría. El Espíritu Santo nos da la alegría. Y Él es la alegría. La alegría es el don en el que se resumen todos los demás dones.”
Hoy en el Evangelio Jesús mismo nos invita a buscar la verdadera alegría en Él:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso”.
El Papa Francisco, por su parte, nos enseña:
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús… Con Cristo siempre nace y renace la alegría”.
A esa alegría que hoy nos recuerda la liturgia va siempre unida la alabanza. Por eso el salmo responsorial nos invita a orar así:
“Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey… bendeciré tu nombre por siempre jamás”.
Esto mismo es lo que pedimos en la oración final de la Santa Misa:
“Haz que perseveremos siempre cantando tu alabanza”.
Y ahora sí, con el Papa Francisco, en la oración final de su exhortación “Evangelii Gaudium” terminemos diciéndole a la Virgen:
“Madre del Evangelio viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo