CAMINEMOS A LA LUZ DEL SEÑOR
Con estas palabras “Caminemos a la luz del Señor”, del profeta Isaías, hemos llegado al Adviento.
Empecemos dando la bienvenida al evangelista san Mateo. Él será nuestro compañero durante todo el ciclo “A” y su Evangelio lo leeremos durante todo el año. Desde ahora nuestra gratitud para san Mateo.
Así como empezamos el año civil el 1 de enero, hoy comenzamos el año de la Iglesia, que solemos llamar el Año litúrgico.
Lo primero que se nos pide en este domingo es una reflexión seria sobre nuestra propia vida.
Estamos de paso en el mundo y es bueno pensar cómo nos va con Dios y con los hombres para rectificar lo que haga falta.
También será bueno pensar cómo les va a ellos con nosotros, cosa que a veces no nos preocupa tanto como debiera ser.
Para ayudarnos a hacer esta reflexión la Iglesia nos presenta unas lecturas muy apropiadas que nos invitan a meditar.
Normalmente pensamos poco. Nos lo advierte Jesús con estas palabras:
“Cuando venga el Hijo del hombre pasará como en tiempo de Noé.
Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el Arca; y cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”.
Nos advierte Jesús a continuación que el mismo peligro sigue existiendo hoy y existirá cuando venga el Hijo del hombre. En efecto, no reflexionamos y nos dejamos llevar por las cosas superficiales que nos rodean en esta sociedad.
Por eso, añade el Señor: “dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una la dejarán y a otra se la llevarán”.
¿Estas palabras de Cristo son para asustarnos?
¡No, por cierto!
Se trata del consejo de un amigo que quiere que cumplamos nuestro deber con fidelidad para con Dios y para con los hombres:
“Por tanto, estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”.
La conclusión del párrafo del Evangelio del día de hoy es un consejo de Jesús más claro todavía:
“Estad bien preparados porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del hombre”.
San Pablo, a su vez, nos pone también en vela; es decir, en vigilancia gozosa.
Primero quiere que nos demos cuenta del momento en que vivimos… porque “ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”.
Ése es el gozo: Lo que trae Jesús es nuestra salvación. Por eso, el Apóstol nos pide, de una manera muy concreta: “dejemos las actividades de las tinieblas… conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias”.
Y, una vez más, el gran consejo de Pablo: “vestíos del Señor Jesucristo”. Es decir, del “hombre nuevo” que vive como Jesús y que tiene su misma manera de pensar, de amar y de actuar.
De esta manera se cumplirán en nosotros estas palabras del Papa Francisco de la homilía de Cristo Rey:
“Así nuestros pensamientos serán cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo; nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo”.
Esta salvación de la que habla Pablo es la misma que profetiza Isaías para Israel y que vendrá “al final de los días”.
Dicha salvación tiene cuatro signos especiales:
- El monte de la casa del Señor (el templo) estará firme.
- Israel y todas las naciones peregrinarán hacia ese templo santo.
- Se notará la acción de “la Palabra del Señor que saldrá de Jerusalén”.
- Finalmente, la paz de las naciones.
En este domingo tenemos dos invitaciones especiales:
- El gozo de ir a la casa de Dios del que habla el salmo responsorial:
“¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!”
Si meditamos este salmo 121 podremos encontrar en él los signos de salvación que nos ha dejado Isaías en la profecía que acabamos de leer.
- La segunda invitación es para pedir misericordia a Dios porque sólo Él puede salvarnos:
“Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo