QUE NADIE LES ENGAÑE
Prácticamente éste es el último domingo del año litúrgico.
El próximo será la fiesta de Cristo Rey.
Con este día celebraremos también el final del Año de la Fe.
Después comienza el Adviento y con él el nuevo año litúrgico. De esta manera, la Iglesia nos llevará de la mano para revivir la historia de la salvación (cuatro domingos) y el ciclo salvador de la vida de Cristo (el resto del año).
Quiero llamarles la atención sobre un acontecimiento único en la historia: el próximo domingo por primera vez se presentarán a la pública veneración las reliquias de san Pedro apóstol cuyo cuerpo está enterrado bajo la basílica del Vaticano.
Será el triunfo de san Pedro, humillado en su martirio en el mismo lugar, y que ahora será aclamado por muchos miles de fieles que llenarán la plaza de san Pedro y sus alrededores.
Les invito a unirse a este acto especial de fe.
Viniendo a la liturgia de este domingo, meditemos en lo que se llamaban las postrimerías (muerte, juicio, infierno, gloria). Ahora solemos hablar de las verdades escatológicas, que es lo mismo.
Se trata de meditar que esta vida, por muy fuertes que nos sintamos, no es eterna. Que, a la vuelta de la esquina, hay una realidad definitiva de la que nadie puede huir.
Malaquías nos ofrece una profecía sobre el juicio divino.
Cuenta él que en su tiempo (más o menos lo mismo que hoy) decía la gente:
“¿Qué sacamos con guardar los mandamientos de Dios? Los orgullosos son los afortunados y los malhechores son los que prosperan”.
El Señor promete hacer justicia. Es la parte del libro de Malaquías que leemos hoy:
“Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja y los quemaré el día que ha de venir y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas”.
Lucas nos presenta la belleza del templo y la admiración que causaba en todo judío el contemplarlo.
Jesús profetiza en este capítulo la destrucción del templo, las guerras y revoluciones y el fin del mundo.
Son tres acontecimientos distintos que no hay que confundir. Sí advierte Jesús que antes del fin del mundo habrá persecuciones y traiciones, incluso por parte de los familiares y amigos.
Estas persecuciones servirán para que los que siguen a Jesús puedan dar testimonio de Él. Para esos momentos contaremos con la ayuda especial de Dios.
Más aún, debemos confiar siempre en el Señor porque “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”.
Termina Jesús invitándonos a perseverar con estas palabras: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
Mientras llegan esos momentos finales san Pablo nos da unos buenos consejos. Él habla a los tesalonicenses de la venida del Señor y refiriéndose al fin del mundo, repite palabras de Jesús en el Evangelio de hoy:
“Que nadie os engañe” (2Ts 2,3; Lc 21,8).
Esta advertencia es muy interesante ya que vemos cómo los medios de comunicación social suelen ser muy alarmistas y de vez en cuando nos quieren llevar al fin del mundo o poco menos.
Meditemos, pues, los consejos de Pablo, siempre importantes porque, hoy como ayer, “nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar muy ocupados en no hacer nada”.
Esto se debía a que había corrido entre los cristianos que se acercaba el fin del mundo.
Pablo, por su parte, les pide que lo imiten:
“Tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar… sino que trabajamos y nos cansamos día y noche a fin de no ser carga para nadie”.
Y añade, después, esta frase tan conocida:
“Cuando vivimos entre vosotros os lo mandamos: el que no trabaja que no coma…”
Para la liturgia y para todas las personas de fe, cuando se habla de juicio y de fin del mundo, se entiende que se acerca la alegría de saber que Dios vendrá a llevarnos con Él y hacernos felices para siempre.
Esto es lo que nos recuerda el versículo del aleluya:
“Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”.
Y el salmo responsorial nos recuerda también el gozo de la venida del Señor:
“El Señor llega para regir los pueblos con rectitud”.
Y a continuación nos invita a aclamar al Rey y Señor con toda clase de instrumentos.
Nuestra conclusión es que, con el fin del año litúrgico, aceptemos la invitación de la Iglesia para mirar más allá del tiempo, pensando en las gozosas palabras de Pablo a los tesalonicenses:
“Consolaos mutuamente con estas palabras: ¡así estaremos para siempre con el Señor!”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo