¿CÓMO ES EL CORAZÓN DE JESÚS?
“Jesucristo, mi amado Dueño se presentó delante de mí todo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas, brillantes como cinco soles, y despidiendo de su sagrada humanidad rayos de luz de todas partes, pero sobre todo de su adorable pecho, que parecía un horno encendido, y habiéndose abierto, me descubrió su amante y amable Corazón, vivo manantial de tales llagas”.
Un año más tarde le decía Jesús a santa Margarita María de Alacoque (1675):
“He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y que no recibe en reconocimiento, de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este sacramento de amor.
Por eso te pido que se dedique el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento a una fiesta especial para honrar mi Corazón”.
El padre san Claudio de la Colombiere dedicó su corta vida a publicar las confidencias que Jesús había tenido con santa Margarita María de Alacoque en el monasterio francés de Paray-le-Monial
Hoy la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús se ha convertido en solemnidad y los últimos pontífices han dedicado este día especialmente para pedir por la santidad sacerdotal para que el corazón de cada sacerdote reviva los sentimientos de Jesucristo que nos enseñó: “aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.
Veamos qué nos enseña la liturgia de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Puesto que tiene un prefacio especial empecemos por meditarlo:
Jesucristo “con amor admirable se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia: para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación”.
Sabemos que este Corazón abierto nos lo ha presentado el evangelista san Juan diciéndonos que el soldado (al que la tradición llama Longines) con su lanza, abrió el Corazón de Cristo y del Él brotaron el agua y la sangre, símbolo de los sacramentos del bautismo y de la eucaristía.
Así podemos “beber” la felicidad que nos mereció Jesús con su muerte y resurrección.
Por eso le pedimos, con la oración colecta, “concédenos recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia”.
Ezequiel nos presenta el amor de Dios bajo la imagen del Buen Pastor con estas palabras: “Yo mismo en persona buscaré mis ovejas siguiendo su rastro… y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron”.
El Señor lleva a sus ovejas a ricos pastizales y las hace reposar. Por otra parte, el mismo Señor busca “las ovejas perdidas… vendando sus heridas, curando las enfermas…”.
Bajo esta comparación aparece el amor infinito de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Recordando este amor, san Pablo nos dice que llegada la plenitud de los tiempos “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”.
Este amor hacia nosotros se manifiesta de manera especial porque “cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo”. Y añade el mismo apóstol:
“Con cuánta más razón estando ya reconciliados seremos salvos por la vida de Cristo”.
Finalmente, el Evangelio de san Lucas recordando el pastor de Ezequiel nos presenta la parábola de las cien ovejas y cómo Jesucristo va en busca de la “negrita” que se perdió y vuelve feliz con ella sobre sus hombros diciendo a sus amigos: “¡Felicitadme! He encontrado a la oveja que se me había perdido”.
De esta manera, con toda delicadeza, en lugar de decir que ella se escapó del rebaño, se echa las culpas a sí mismo diciendo que se le había perdido.
La misericordia de Jesús termina con estas palabras que son un aliciente para nosotros invitándonos a la conversión: “os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
He querido recordar hoy con ustedes esta fiesta del viernes pasado como homenaje al Sagrado Corazón de Jesús.
Preparémonos para seguir la liturgia de este domingo décimo del tiempo ordinario a la luz de estos tres personajes que nos hacen ver que Dios cuida siempre de su pueblo con amor especial:
Elías, es el más grande de los profetas del Antiguo Testamento y resucita al hijo de la viuda que lo hospedaba. Así manifiesta Dios su complacencia con Elías.
Pablo, se presenta a sí mismo desde una profunda humildad, como apóstol escogido directamente por Jesucristo para evangelizar.
Finalmente, el Evangelio nos muestra a Jesús resucitando al hijo de la viuda de Naím y es el pueblo quien exclama: “un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo