LA FIESTA DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Benedicto XVI nos decía que esta fiesta “nació con la finalidad de reafirmar abiertamente la fe del pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en al Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
Es una fiesta instituida para adorar, alabar y dar públicamente las gracias al Señor porque “en el sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos hasta el extremo, hasta el don de su Cuerpo y de su Sangre”.
Estamos celebrando gozosamente lo que Jesús realizó en la oscuridad del cenáculo con sus discípulos en la última cena. Parece que así cumplimos, en esta fiesta, aquellas palabras de Jesús “proclamad desde los terrados” lo que Él hizo en secreto.
Después de la misa, en todo el mundo, suele haber una procesión. Es como si “lleváramos a Jesús, con nuestra mente y corazón, hasta los últimos rincones de la cotidianidad de nuestra vida para que camine donde nosotros caminamos, para que viva donde vivimos”. Para que conozca nuestra vida, ambiente, problemas y alegrías.
Siguiendo también a nuestro gran Benedicto XVI recordamos, en esos momentos de procesión, las palabras de Jesús “mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”. Es que Jesús llama a la puerta de nuestro corazón y nos pide entrar pero no sólo por un día, sino para siempre.
De esta manera la fiesta de Corpus Christi viene a ser como un llamado especial para que nos unamos todos los cristianos en torno a nuestro Salvador y Redentor, que ha querido quedarse con nosotros como amigo, alimento y sacrificio.
Vayamos ahora a la liturgia del día:
“La solemnidad del Corpus Christi está íntimamente relacionada con la Pascua y Pentecostés: la muerte y la resurrección de Jesús y la efusión del Espíritu Santo.
Además, está inmediatamente unida a la fiesta de la Santísima Trinidad, celebrada el domingo pasado. De esta manera el Corpus Christi es una manifestación de Dios, un testimonio de que Dios es amor”.
La primera lectura de hoy nos presenta al sacerdote Melquisedec que, al regresar Abraham victorioso, ofrece algo único y extraño. En vez de las víctimas acostumbradas sacó pan y vino y bendijo a Abraham y a su Dios:
“Bendito sea Abraham por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo que te ha entregado a tus enemigos”.
Es claro que la Iglesia ha tomado siempre este sacrificio como figura de Jesús en la Eucaristía. Por eso mismo, en el salmo responsorial, alabamos al Sacerdote eterno que es Cristo:
“Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”.
Por su parte, san Pablo nos cuenta que él recibió una tradición, es decir, que a él también le contaron los cristianos de la Iglesia primitiva el gran regalo de Jesucristo, y él, con fidelidad lo transmite:
“Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido”.
Estas palabras nos hacen ver cómo la Tradición en la Iglesia de Jesús es anterior al Evangelio escrito y en general a todo el Nuevo Testamento (ésta es una de las razones por la que la Iglesia “venera por igual la Biblia y la Tradición”).
¿En qué consiste esta tradición?
Lo dice san Pablo: “el Señor Jesús la noche en que iban a entregarlo tomó un pan y pronunciando la acción de gracias lo partió y dijo: Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”.
Luego nos cuenta lo mismo respecto a la consagración del cáliz.
En este capítulo once de la primera carta a los Corintios está, pues, la institución de la Eucaristía y hoy la Iglesia la recuerda con mucho amor y gratitud.
En el verso aleluyático encontramos estas palabras de Jesús, del capítulo seis de san Juan, que se refieren también a la Eucaristía:
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre”.
El Evangelio de san Lucas nos relata la multiplicación de los panes que es símbolo de la Eucaristía que Jesús quiere que llegue a todos.
Aprovechemos la fiesta del Corpus Christi para acercarnos a Jesús, recibirlo y acompañarlo con amor.
José Ignacio Alemany Grau, obispo