EL ESPÍRITU SANTO ESTÁ
“El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manaran ríos de agua viva”.
Es el mismo san Juan quien explica que Jesús “dijo esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Él”.
Y hay algo más interesante en la explicación, como Jesús no había sido glorificado con su resurrección y ascensión, todavía no se había dado el Espíritu a los suyos.
Pues sí, amigos, muchas veces prometió Jesús el Espíritu Santo y al fin llegó. Y llegó el día de Pentecostés cuando estaban todos reunidos en el mismo lugar. Hoy lo celebramos:
Un fuerte ruido, como de viento recio, unas llamas de fuego, y el alboroto del don de lenguas fueron los signos externos con que el Espíritu Santo manifestó su presencia.
El fruto fue grande.
Aquellos cobardes comenzaron a evangelizar con valentía, predicando que las autoridades del pueblo habían matado a Jesús pero Dios cumplió su promesa resucitándolo. Ellos eran testigos.
Desde entonces, de una manera especial, el Espíritu sigue actuando en la Iglesia de Jesús.
Él la lleva de la mano hacia la Parusía.
Es Él quien la embellece y purifica a diario.
Si examinamos la Escritura nos damos cuenta de cómo fue el Espíritu quien condujo al mismo Jesús: lo encarnó, lo llevó al desierto, a Galilea y, finalmente, a Jerusalén, donde debía ser crucificado. El mismo Espíritu lo resucitó.
También condujo a María a la fecundidad virginal y la fue transformando en la amada de Dios.
Siempre abierta, como una esclava, para hacer la voluntad del Padre.
En la liturgia de hoy vemos cómo también transformó a los apóstoles.
Los llenó de dones y valentía hasta el punto de conducirlos hasta el martirio. Es Él mismo el que ilumina también hoy a la Iglesia, es decir, a cada uno de los que formamos parte del cuerpo místico de Cristo, haciéndonos hijos de Dios. Por eso podemos llamar Abbá, Padre, al mismo Dios.
Y si queremos saber lo que hace continuamente el Espíritu Santo, nos lo dice el Vaticano II en este Año de la Fe:
“Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús ven. Y así toda la Iglesia aparece (según dicen los santos padres) como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
En el Evangelio de hoy Jesús nos dice “si me amáis guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros”.
Es preciso tener esto en cuenta ya que podemos perder el don más maravilloso que Dios nos ha dado por medio de Jesús.
Y más adelante el Señor continúa: “El Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”.
Es por tanto el Espíritu Santo quien llena nuestra inteligencia “enseñándonos” y nuestro corazón “recordándonos”.
Este día de Pentecostés será una riqueza muy especial para ti, si respondes a estas preguntas u otras que tú mismo te puedes hacer en oración:
¿Conoces la obra del Espíritu Santo en la Iglesia?
¿Sabes que el Espíritu Santo nos hace a todos un cuerpo con Cristo, Él la cabeza y nosotros los miembros?
¿Sabes las maravillas que Dios ha hecho en tu alma, desde el bautismo, por medio del Espíritu Santo?
¿Se lo has agradecido?
Con la Iglesia repitamos hoy estas invocaciones:
“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles…”
“Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la paz de la tierra”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo