8 de febrero de 2013

V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

SACARON LAS BARCAS Y LO DEJARON TODO 

Hoy es un domingo de pesca. 
Y ciertamente que el pescador es Jesucristo. 
En primer lugar tenemos al profeta Isaías y comenzamos fijándonos en un detalle. 
Él tiene una especie de visión y con una frase de las que oye decir a los ángeles, otra del Apocalipsis y otra de Números, la Iglesia ha confeccionado la alabanza que cada día repetimos después del prefacio, uniéndonos a la liturgia celestial: 
“Santo, santo, santo el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria” (Is 6,3). 
“Santo, santo, santo, Señor Dios todopoderoso, aquél que era, que es y que va a venir” (Ap 4,8). 
“La gloria del Señor llena la tierra” (Nm 14,21). 
Isaías cuenta a continuación su propia vocación. Un serafín purifica sus labios con un carbón encendido y el profeta se siente con las fuerzas necesarias para ponerse a disposición de Dios: “aquí estoy, mándame”. Y Dios tomó en serio a este gran profeta que ahora es uno de los preferidos por la liturgia. 
El segundo “pescado” por Jesús es el apóstol san Pablo que nos da uno de sus mensajes más importantes, que él mismo recibió de la Tradición, es decir, de las enseñanzas que iban compartiendo con fidelidad los primeros cristianos. 
“Lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras…” 
Después Pablo narra luego su propia vocación contando cómo fue Jesús pescando a los primeros seguidores, “Cefas y más tarde a los apóstoles; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último se me apareció a mí”. 
Con humildad reconoce que, aunque había perseguido a la Iglesia, Jesús lo escogió a él. 
En el Evangelio encontramos otra manera que empleó Jesús para pescar. 
Después de haber enseñado a todos, dice a Pedro esta frase que hemos repetido muchas veces en los últimos años al hablar de la misión de la Iglesia, a la que todos estamos llamados: “rema mar adentro”. 
Cuando Pedro oyó estas palabras que Jesús le dirigía a él y que añadía: “echad las redes para pescar”, sin duda debió tener una fuerte tentación. Pero la venció pronto, apoyándose en el mismo Cristo y enseñando a todos que confiando en la Palabra de Dios, todo es posible. 
Sin Cristo “nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada”. Pero con Cristo “por tus palabras, echaré las redes”. 
La pesca fue tan abundante que tuvieron que llamar a sus compañeros que estaban en la otra barca. Y llenaron las dos barcas hasta el punto que casi se hundían. 
Pedro reacciona como humillado por tanta generosidad de Cristo y le pide: “apártate de mí que soy un pecador”. 
Pero Jesús le hace ver un plan distinto que lo va a sacar de su vida rutinaria: “no temas, desde ahora serás pescador de hombres”. 
La escena termina de una forma inesperada. 
¿Qué hicieron con los peces? No sabemos. 
Lo único que dice san Lucas es “sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo lo siguieron”. 
Como podemos darnos cuenta, aquí el pescador ha sido Cristo y a los que pescaban les ha dicho: 
“Desde ahora serás pescador de hombres”. 
De una u otra forma todos hemos sido llamados por Jesús para evangelizar, pescando nuevos pescadores. 
¿Alguna vez en tu vida has dejado todo para seguir a Jesús y pescar hombres con Él? 
Esto era lo que quería decir Juan Pablo II a la Iglesia entera con estas palabras “hay que remar mar adentro”. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo