LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
La reflexión de hoy se centra en la transfiguración del Señor y vamos a entrar en ella a través del prefacio porque, como ya saben, cuando hay prefacio propio, éste explica lo esencial de la celebración eucarística del día:
“… Cristo, nuestro Señor, quien, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección”.
Aquí tenemos la clave no sólo para éste, sino para todos los días de nuestra vida:
Dentro del plan de Dios por la pasión y cruz se llega a la resurrección.
Por su parte, la oración colecta del día, orienta también la petición más apropiada para hoy recogiendo el pedido del Padre Dios, que quiere que escuchemos a su Hijo. Pedimos la gracia de alimentarnos con la Palabra Divina para que podamos ver a Jesús transfigurado:
“Tú que nos mandaste escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro Espíritu con tu Palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro”.
La primera lectura nos habla de la alianza que hizo Dios con Abraham en medio de una visión nocturna en la que Dios, como una antorcha, pasaba sobre la víctima que había ofrecido el anciano.
En el salmo responsorial repetimos “el Señor es mi luz y mi salvación”.
Esta luz es precisamente Cristo transfigurado.
San Pablo nos ofrece una promesa de parte de Dios: “el Señor transformará nuestro cuerpo humilde en un cuerpo glorioso como el suyo”, que es precisamente lo que vamos a profundizar en el Evangelio de hoy.
Los tres predilectos suben con Jesús a lo alto de la montaña para hacer oración. La montaña indica la cercanía de Dios. Es en la altura y oración donde Jesús se transfigura:
“El aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blanco”.
De repente “dos hombres conversaban con Él, eran Moisés y Elías…”
Los discípulos quedan abrumados con tal visión y oyen la voz del Padre que, una vez más, glorifica a Jesús, como sucedió en el bautismo:
“Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle”.
Aunque brevemente, veamos algunas explicaciones que nos da el Papa Benedicto:
Las vestiduras de Jesús blancas, como la luz durante la transfiguración, hablan también de nuestro futuro ya que en la literatura apocalíptica los vestidos blancos son expresión de criatura celestial, de los ángeles y de los elegidos.
La presencia de Moisés nos recuerda que “cuando él bajaba del monte Sinaí no sabía que tenía radiante la piel de la cara por haber hablado con el Señor”.
Al hablar con Dios su luz resplandece en él, pero es una luz que le llega de fuera y que hace que brille su rostro. Por el contrario, Jesús resplandece desde el interior. No sólo recibe la luz sino que Él mismo es luz de luz.
El tema de conversación es la cruz, pero entendida en un sentido más amplio, como el éxito (“salida”) de Jesús que debía cumplirse en Jerusalén. La cruz de Jesús es salida, es atravesar el mar rojo de la pasión y llegar a la Gloria.
La nube que los envuelve es signo de la presencia de Dios sobre “la tienda del encuentro” en el desierto y que en ese momento está sobre Jesús, el cual es como la tienda sagrada sobre la que está presente Dios.
La palabra “escúchenlo” nos hace ver que si Moisés bajaba del Sinaí con la Torá (es decir La Ley) que Dios quería que todos la escucharan y cumplieran, aquí Jesús se ha convertido Él mismo en la Ley. Jesús mismo es la Palabra misma de la revelación y hay que escucharlo siempre. Es la voluntad y mandato de Dios Padre.
Al bajar del monte, Pedro debe comprender de un modo nuevo que el tiempo mesiánico es, en primer lugar, el tiempo de la cruz y que la transfiguración (ser luz en virtud del Señor y con Él) comporta nuestro ser abrasado por la luz de la pasión.
Como una enseñanza final, pensamos que el poder del reino futuro se presenta así en el Cristo transfigurado que habla de su pasión como único camino posible para llegar a la Gloria.
Y ésta es también una gran lección para nosotros: si queremos compartir la transfiguración con Cristo (la resurrección y glorificación) debemos pasar antes por las cruces de la vida.
José Ignacio Alemany Grau, obispo