EL PODER DE UN GRANO
Un hombre tenía hambre.
Su vecino le regaló un puñado de trigo.
Pensó: ¡Los cocino y me los como!
Pero tenía una chacra sin sembrar y pensó que si mortificaba un poco y trabajaba, en vez de un puñado cosecharía un costalillo.
Pero tenía una chacra sin sembrar y pensó que si mortificaba un poco y trabajaba, en vez de un puñado cosecharía un costalillo.
Cuando lo cosechó pensó: ¿Y si los vuelvo a sembrar en vez de comerlos?
Repitió la experiencia varias veces y a los cinco años alquiló el campo del vecino para sembrar más...
¡No hagas caso! ¡Es un cuento!
El Evangelio de hoy es impresionante.
Jesús era Dios y podía seguir viviendo y haciendo milagros y ganando fama y ser un rey más poderoso que todos los que tuvo y soñó Israel.
Pero pensó: Si no me siembro me quedaré solo.
No servirá mi vida para estos pobres hombres que necesitan que “uno se sacrifique por todos”, según el plan del Padre.
Y no sólo lo pensó, sino que lo dijo en voz alta como para comprometerse más ante la multitud de extranjeros que habían venido a la fiesta, incluidos los griegos que venían preguntando por Él:
“Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto”.
Y luego invitó a todos los que quieran seguirle para que lo imiten y hagan lo mismo y la siembra se multiplique en todos los campos.
(¡Es importante pensarlo!)
Para cosechar hay que imitar a Jesús, dar la vida como Él y seguirlo hasta gozar la recompensa del Padre.
No fue fácil para Jesús aceptar el “entierro” en un surco, en plena juventud.
Su alma se estremeció hasta el punto que muchos autores enseñan que ese momento de la vida da Jesús corresponde a una forma concreta que empleó San Juan para narrar la oración del huerto, la agonía, de que hablan los sinópticos (agonía significa lucha).
Jesús se estremeció:
“Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”.
Y el Padre corresponde y lo fortalece:
“Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.
Cuando Jesús se siembre en el Calvario, toda la humanidad se volcará en Él…
¡Y el trigo se multiplicó!
Y se hizo Eucaristía y todos lo comemos, porque todos tenemos hambre de Dios…
Ese Dios cercano que es Jesús Eucaristía.
La Carta a los Hebreos nos recuerda también cuánto le costó a Jesús dar la vida:
“Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado.
Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer”.
Así, y gracias a su entrega, Jesucristo se ha convertido para todos en autor de nuestra salvación.
Toda esta novedad es la que anunció el profeta Jeremías en la primera lectura de hoy.
Cristo con su muerte y su sangre entregada, iniciará una “Nueva Alianza que traerá la felicidad definitiva para todos y que cada día recordamos en el momento de la consagración del vino.
Después de meditar tanta entrega y tanto don, por parte de Jesús nos sale de lo más íntimo de nuestro ser el salmo responsorial de hoy:
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme… devuélveme la alegría de su salvación”.