9 de junio de 2011

DOMINGO SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS, CICLO A

VEN ESPÍRITU SANTO

“Para llevar a plenitud el misterio pascual, enviaste hoy el Espíritu Santo sobre los que habías adoptado como hijos, por su participación en Cristo. Aquel mismo Espíritu, que desde el comienzo, fue el alma de la Iglesia naciente; el Espíritu que infundió el conocimiento de Dios a todos los pueblos; el Espíritu que congregó en la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas”.
Estas palabras pertenecen al prefacio de la misa de Pentecostés.
Sabemos que cuando en una fiesta hay un prefacio especial, en él debemos encontrar la esencia del misterio que se celebra ese día.
Esta presencia en el primer Pentecostés llenó del Espíritu Santo a todos los que se encontraban en el cenáculo de Jerusalén, pero no terminó entonces ni el poder del Espíritu ni su efusión sobre la Iglesia de Jesús.
Ellos “quedaron llenos del Espíritu Santo” y nosotros también hemos quedado llenos del mismo Espíritu el día del bautismo, para formar un solo cuerpo y todos “hemos bebido de un solo Espíritu” que es el alma de la Iglesia que Jesús fundó. Además hemos tenido una efusión más intensa en el sacramento de la confirmación.
Ante los signos externos del primer Pentecostés (terremoto, lenguas de fuego, don de lenguas, etc) nos dice San Lucas que todos los que se acercaron al cenáculo “quedaron desconcertados” diciendo: “¿no son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?”.
Esto hacía el Espíritu Santo para que la multitud pudiera conocer su presencia a través de la Iglesia que nacía con los primeros apóstoles.
Antes de seguir adelante te invito a meditar cuál es la obra del Espíritu Santo en ti, no sólo en tu interior sino también hacia afuera para que otros puedan descubrir su presencia en tu vida.
En este día de Pentecostés hay una “secuencia” (es como un poema). En ella podemos ver los diversos títulos que la Iglesia da al Espíritu de Jesús. Transcribo algunos para que puedan ayudarte cuando hagas oración al Espíritu Santo y lo invoques con estos nombres:
“Padre amoroso del pobre”; “Don espléndido”; “Luz que penetra las almas”; “Fuente de consuelo”; “Dulce huésped del alma”; “Descanso de nuestro esfuerzo”; “Brisa en las horas de fuego”; “Gozo que enjuga las lágrimas”; “Divina luz”; “Calor de vida en el hielo”; etc.
Como te decía antes, esta secuencia te da “títulos”  para hablar con el Espíritu Santo y además, si la profundizas tú personalmente, encontrarás una fuente de oración a la tercera Persona Santísima Trinidad.
Pídele siempre que llene tu corazón y que encienda en ti la llama del Amor.
Según San Pablo, todos los dones, ministerios y diversidad de funciones que hay en la Iglesia de Jesús, los produce el mismo Espíritu Santo y todo esto lo hace Él para que cada uno contribuya al bien común del cuerpo de Cristo y así se enriquezca toda la Iglesia.
El Evangelio nos habla de la promesa de Jesús anunciándonos que “cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí”.
Hay algo muy importante que Jesús añade y que es el fruto que produce en nosotros el Espíritu Santo: “vosotros daréis testimonio (de mí) porque desde el principio estáis conmigo”.
Finalmente, Jesús sabe que pronto va a dejar a los suyos para “volver al Padre” y les advierte que le quedan muchas cosas por decir pero, como buen amigo, sabe que sería mucha carga el soltarles todo en ese momento. Por eso les advierte: “cuando venga Él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena”. En fin de cuentas, todas las enseñanzas que vienen de una de las tres Divinas Personas son las mismas porque pertenecen al tesoro de la revelación, mediante la cual Dios ha querido que lo conozcamos a Él y que aprendamos el camino para llegar hasta el cielo.
Repitamos hoy muchas veces con la Iglesia: ¡Ven Espíritu Santo!

José Ignacio Alemany Grau, Obispo