EL CORAZÓN DE JESÚS
Por una feliz coincidencia el Evangelio de la fiesta del Corazón de Jesús y el de este domingo XIV del tiempo ordinario son el mismo párrafo de Mateo 11,25-30.
Unamos en esta reflexión ambas fechas y tengamos en cuenta que la fiesta del Corazón de Jesús tiene, como finalidad especial, orar por la santificación de los sacerdotes.
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Empecemos, pidiendo al Corazón de Cristo, sacerdotes santos para su Iglesia.
En el versículo aleluyático la Iglesia nos invita a glorificar a Dios, con estas palabras de Jesús:
“Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del Reino a la gente sencilla”.
El prefacio centra la fiesta del Corazón de Jesucristo, fuente del amor y de los sacramentos, con estas palabras:
“Con amor admirable se entregó por nosotros, y, elevado sobre la cruz, hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia: para que así, acercándose al corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de las fuentes de la salvación”.
Estas palabras parecen el eco del desahogo del Corazón de Cristo en aquel día de fiesta: “El que tenga sed venga a mí y beba y torrentes de agua viva brotarán de sus entrañas”.
Ese torrente de agua viva es el agua y la sangre, símbolos de los sacramentos de la Iglesia.
Desde entonces el problema ya no es de Cristo sino nuestro porque todo el que quiera puede beber en abundancia y saciar la sed de amor y felicidad.
En el Deuteronomio leemos estas admirables palabras:
“Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, porque sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor vuestro… os sacó de Egipto con mano fuerte”.
Es el mismo texto bíblico el que enseña “que el Dios fiel mantiene su alianza” pero también invita a pensar que si somos infieles nos espera el rechazo de Dios.
En cuanto a la lectura de la carta del apóstol del amor, San Juan evangelista, se ha escogido para este día uno de los párrafos más bellos sobre el amor. En ella nos advierte que la grandeza del amor no está “en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero”.
Lo que sí aparece claro continuamente en las Escrituras es que “si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros”.
El amor a Dios debe, pues, pasar por el prójimo para ser auténtico.
El regalo grande del Padre a la humanidad ha sido evidentemente Jesucristo y el Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones.
También es preciso meditar la definición de Dios que nos da San Juan, al decir por dos veces en este pequeño párrafo que “Dios es amor” y sólo “quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.
El Corazón de Cristo se manifiesta de manera muy especial en la bellísima oración que nos cuenta hoy el Evangelio de San Mateo. Se trata de una de las pocas oraciones que conocemos de Jesús hablando con su Padre.
En ella, después de agradecer al Padre por la sencillez y humildad de los que le siguen, hace la gran invitación: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.
Así define Él su propio corazón. ¡Manso y humilde!
Aprendamos que sólo en Él encontraremos nuestro descanso.
Descansar en el pecho del Señor como el bebito en el regazo de su madre o como Juan evangelista en el pecho de Jesús en la última cena, es la mejor forma de aprender a amar escuchando los latidos de “este corazón que ha amado tanto a los hombres”.
Estas palabras de Jesús a Santa Margarita, sin embargo, van acompañadas de una triste respuesta por parte de muchos, pues añade que “no recibe el reconocimiento de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este sacramento de amor”.
¡Profundicemos y amemos!
José Ignacio Alemany Grau, Obispo