Este domingo IV de cuaresma se llama «laetare»; es decir, «alégrense».
En este día el celebrante puede utilizar ornamentos de color rosado, porque como verá el lector, estamos con lecturas que invitan a la alegría.
- Josué
Narra la alegría de
Israel porque ha salido de Egipto, es decir, de la esclavitud y opresión. Y por
primera vez celebran con extrema alegría la fiesta de la Pascua.
Lo maravilloso fue
que, «al día siguiente de la Pascua, ese mismo día, comieron el fruto de la
tierra: panes ázimos y espigas fritas».
A continuación,
explica Josué que ese mismo día que pudieron comer los frutos de la tierra,
dejó de caer el maná con que Dios los alimentaba.
El pueblo vivía la alegría de la libertad y comía los alimentos que podían cosechar ellos mismos.
- Salmo 33
El salmista canta
la alegría que le viene de Dios y que cada uno de nosotros debemos mantener,
aprovechando su divina misericordia:
«Gustad y ved qué
bueno es el Señor… Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre
en mi boca…
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre».
- San Pablo
El apóstol se
dirige a los corintios y hace una invitación, que en esta cuaresma debemos
tener en cuenta todos nosotros:
«En nombre de
Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios».
De esta manera la
liturgia quiere que, en este día especial, IV domingo de cuaresma, meditemos
por qué debemos reconciliarnos con Dios.
El Padre sacrificó
a su Hijo y nos lo dice San Pablo con estas palabras que invitan a reflexionar
en profundidad:
«Al que no había pecado, Dios lo hizo expiación por nuestro pecado para que nosotros, unidos a Él, recibamos la justificación de Dios».
- Versículo evangélico
Exalta el momento
de conversión del hijo pródigo recordando la ternura del padre:
«Me pondré en
camino a donde está mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti”».
Con estas palabras quiere la liturgia que nosotros nos movamos a pedir misericordia al Padre Dios que es pura bondad.
- Evangelio
El evangelio de San
Lucas se presta a una profunda y larga meditación que les invito a hacer a cada
uno de ustedes de una manera personal:
El hijo menor, de
los dos que tenía el padre, pide su herencia y recoge todo lo suyo y se va a un
país lejano, que el evangelista nos da a conocer con el detalle de que ahí
había abundancia de puercos, cosa prohibida en Israel.
Malgasta su dinero
y pronto se le acaba. Coincide con un hambre grande que azota aquella región y
este hijo, de un señor importante, se ve obligado a buscar un trabajo para
subsistir: el más humillante para un israelita, cuidar cerdos.
Es entonces cuando
le viene la imagen de lo felices que viven su padre, hermano y trabajadores en
su casa. Y en su corazón surgen esas palabras conocidas por todos. Con profunda
humildad reconoce:
«Cuántos jornaleros
de mi padre tienen abundancia de pan mientras yo aquí me muero de hambre».
Esta miseria en la
que vive le hace retomar el camino de vuelta a su casa.
Él tiene su
discurso preparado, pero su anciano padre, cuando lo ve venir, sale corriendo a
su encuentro y «se le echó al cuello y se puso a besarlo».
El pródigo pide
perdón a su manera y el padre empieza una fiesta.
La parábola habla
también del hermano mayor que no acepta el regreso de su hermano y al que su
padre tiene que salir a buscar y convencerlo:
«Hijo, tú siempre
estás conmigo y todo lo mío es tuyo; debieras alegrarte porque este hermano
tuyo estaba muerto y lo hemos encontrado…».
Hasta ahí llega la
misericordia de Dios que no solamente acoge al pecador, sino que también acoge
al envidioso que no comprende el corazón misericordioso de su Padre.
Que este domingo
nos ayude a todos a reconocer y agradecer la misericordia del Señor que siempre
está pronto a acogernos si volvemos a Él arrepentidos.
José Ignacio
Alemany Grau, obispo Redentorista.