- Isaías
El profeta recuerda al pueblo de Israel el
pasado maravilloso cuando Dios lo liberó de la esclavitud de Egipto y,
encontrando la libertad a través del desierto, llegaron a la tierra prometida.
Estos momentos de «la memoria de Israel» nos
hablan de la necesidad que tenemos todos los pueblos para recordar los grandes
momentos de nuestra historia, no con imaginación y mentira, sino según la
verdad histórica.
De esta manera, Israel se gozará siempre en la salida de Egipto como un regalo que Dios les hizo para que pudieran llegar a la tierra prometida.
- Salmo 125
El salmista reconoce la grandeza y predilección
de Dios para con el pueblo de Israel. Quizá todo se resume en estas palabras de
la respuesta:
«El Señor ha estado grande con nosotros y
estamos alegres».
En el resto del salmo, nos cuenta el salmista, el paso del pueblo de Dios de la opresión y persecución en tierra extranjera al regreso cantando, trayendo la felicidad de las gavillas maduras.
- San Pablo
El apóstol, en su carta a los filipenses, nos
cuenta su conversión para pasar del Antiguo Testamento a la experiencia
personal con Jesús, hasta tal punto que llega a decir:
«Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor».
Pablo reconoce que no ha llegado a la
perfección y que toda la vida seguirá corriendo a ver si la obtiene, pues, está
seguro de que Jesús obtuvo la misericordia para él personalmente y nos propone
su propio camino para hacerlo nuestro:
«Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta para ganar el premio al que Dios, desde arriba, llama en Cristo Jesús».
- Versículo antes del Evangelio
Escuchemos y meditemos el oráculo del profeta
Joel que nos dice:
«Convertíos a mí de todo corazón porque soy
compasivo y misericordioso».
Esto lo va a demostrar sobre todo el Evangelio de la acogida de Jesús a la gran pecadora.
- Evangelio
Jesús se presenta en el templo y todos acudían
a Él para escuchar sus enseñanzas.
En uno de estos momentos, los escribas y
fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio. La colocan en medio y le
dicen:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en
flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú,
¿qué dices?».
Había mucha maldad en aquellos corazones que lo
que buscaban era motivos para condenar a Jesús. Como insisten en la pregunta,
Jesús los mira, uno por uno, y añade:
«El que esté sin pecado que le tire la primera
piedra».
Y como desentendiéndose del todo, escribía en
la arena.
Viéndolo inclinado sobre el suelo, «se fueron
escabullendo, uno a uno, empezando por los más viejos».
Jesús, al ver que todos se van, pregunta a la
mujer:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno
te ha condenado?».
La mujer, avergonzada, contestó:
«Ninguno, Señor».
La misericordia de Jesús no pudo ser más grande
para con esta pecadora:
«Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no
peques más».
Así es de maravillosa la misericordia. Siempre
perdona, sí, pero advierte que es preciso esforzarse para no volver a caer en
el pecado.
José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista