En este domingo XXX del ciclo B del tiempo ordinario sentimos el actuar de Dios a través de Jesucristo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Examinemos la misericordia divina en tres momentos distintos de la historia.
- Jeremías
En el Antiguo Testamento Dios trae a su
pueblo del destierro a la patria de la que fue deportado. Jeremías nos descubre
la satisfacción «del resto» y no de todo el pueblo, que regresa feliz a
Jerusalén:
«Gritad de alegría por Jacob, regocijaos
por la flor de los pueblos, proclamad, alabad y decid: “El Señor ha salvado a
su pueblo, a salvado al resto de Israel”».
Es importante descubrir que en esta vuelta
hacia Jerusalén el pueblo reconoce que, si salieron llorando, regresan entre
consuelos y lo más importante es que el resto de Israel reconoce que su regreso
se lo debe a la misericordia de Dios, que ha prometido:
«Seré un padre para Israel».
- Salmo 17
Es la respuesta de amor del salmista al
Señor cuya fortaleza reconoce:
«Yo te amo, Señor. Tú eres mi fortaleza…
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador…». Y termina gritando feliz:
«¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi roca!».
- Hebreos
La Carta a los hebreos nos habla del
significado de los sacerdotes en Israel y en todos los pueblos de la tierra:
«Todo sumo sacerdote escogido de entre los
hombres está puesto para representar a los hombres en el culto de Dios: para
ofrecer dones y sacrificios por los pecados».
Este sacerdote del pueblo, como es una de
tantos, tiene que ofrecer sacrificios no solo por el pueblo sino también por sí
mismo, porque tiene la misma limitación humana que los otros.
Por eso, en la Carta a los hebreos se
glorifica al Sumo sacerdote Jesús, de quien dice: «Cristo no se confirió a sí
mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo:
“Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy”...
O como dice en otro pasaje: “Tú eres
sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec”».
En este caso, Jesús Sumo Sacerdote que ha querido ser un hombre más, semejante a todos, menos en el pecado, no ofrece sacrificios por sí mismo, sino la ofrenda y el holocausto de sí mismo para salvarnos a todos.
- Verso aleluyático
Es uno de los versículos más impresionantes
de toda la Biblia (Jn 14,23):
«El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él».
- Evangelio
El Evangelio de Marcos nos recuerda que
Jesucristo no solo es el sacerdote que se sacrifica para salvarnos, sino que
también es el Dios bueno que se abaja para librarnos de nuestras miserias.
En este día Jesús se encuentra a Bartimeo
al salir de Jericó. Le hace llamar y le formula una de las preguntas más
maravillosas que, sin duda cada uno de nosotros, querríamos que nos dijera el
Señor:
«“¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego
le contestó: “Maestros, que pueda ver”».
La respuesta de Jesucristo no se hizo
esperar: «Anda, tu fe te ha curado».
La reacción del ciego no pudo ser mejor: «Al
momento recobró la vista y le seguía por el camino».
Ojalá también nosotros, como Bartimeo,
tengamos la valentía de tirar el manto (es decir toda nuestra vida pasada de
limitación) y seguirle a Él que es «El Camino».
José Ignacio Alemany Grau, obispo