Caminamos por el tiempo ordinario… Podríamos decir que la liturgia de hoy nos habla de la esperanza gozosa que le aguarda al evangelizar.
Procuremos que, a lo largo de toda nuestra vida, como Pablo, evangelicemos a «tiempo y a destiempo».
- Isaías
El pequeño resto de
Israel que regresó de Babilonia con el recuerdo de la grandeza de los tiempos
pasados, por el número de habitantes, el esplendor del templo y tantas cosas
que recordaban los mayores, tenía mucha nostalgia de su pasado.
El profeta Isaías,
al fin de su libro, les promete tiempos de esplendor y de grandeza. Por
ejemplo, hoy les habla de la Jerusalén futura de esta manera:
«Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos
de su alegría los que por ella llevasteis luto».
Esta Jerusalén se
presenta como una verdadera madre que multiplica los hijos con una maternidad
fecunda y amorosa. Añade, el profeta, algunos detalles del amor de Dios sobre
Jerusalén:
«Como un niño a quien su madre consuela así os consolaré yo y en
Jerusalén seréis consolados».
La esperanza de
Isaías culmina con estas palabras:
«Al verlo se alegrará vuestro corazón y vuestros huesos florecerán como un prado. La mano del Señor se manifestará a sus siervos».
- Salmo 66
Nos invita a
aclamar al Señor: «Aclamad al Señor
tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria… que se
postre ante ti la tierra entera».
A continuación, el
salmista alaba la obra de la creación:
«Transformó el mar en tierra firme… Alegrémonos con Dios, que con su
poder gobierna eternamente».
Y termina con estas
palabras: «Venid a escuchar: os contaré
lo que ha hecho conmigo el Señor».
Tú, hermano, no dejes de contar las obras que en ti ha hecho el Señor a lo largo de tu vida para ser testigo del Evangelio que anuncias.
- San Pablo
Nos habla de que
solo puede «gloriarse en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo
para el mundo».
No se trata de nada
negativo, sino que es una nueva forma de vivir, alumbrando una criatura nueva
en nosotros mismos y en los demás.
Desea la paz sobre
todos los que han aceptado el Evangelio y Pablo, que nunca ha olvidado su
pueblo Israel, pide esa misericordia y paz de Dios también para los israelitas.
Pablo sabe bien que
él, con su vida, está viviendo como enseñó Jesús, hasta poder decir que se ha
configurado con Cristo.
El apóstol termina
hoy con un saludo que para nosotros es litúrgico:
«La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos».
- Verso aleluyático
La liturgia nos
presenta este hermoso deseo de San Pablo que nos dice:
«La paz
de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón. La Palabra de Cristo habite
entre vosotros en toda su riqueza».
Dos palabras muy importantes en toda nuestra vida. Que ambas palabras nos ayuden a penetrar cada vez más en el misterio de la evangelización del que nos hablará el evangelio.
- Evangelio
Jesús envía hoy a
sus discípulos de dos en dos, número que los exegetas explican que, después de
haber enviado a los doce apóstoles, envía a todos a evangelizar.
El motivo es claro:
«La mies es mucha y los obreros pocos.
Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies».
Aprendamos la
importancia que tiene evangelizar y los detalles que pone Jesús en este párrafo
evangélico:
+ «Ir de dos en dos», para dar más crédito
a las enseñanzas.
+ «Saludad deseando la paz».
+ Ir con un
desprendimiento grande de cosas materiales.
+ Entrar y vivir
con las familias que los acogen.
+ Curar a los
enfermos que tengan y «proclamad que el
reino de Dios está cerca de vosotros».
Los evangelizadores
vuelven con gran alegría y así lo manifiestan a Jesús, pero Él les advierte: «No estéis alegres porque se les someten los
espíritus. Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».
Tengamos presente,
amigos, nuestra obligación de evangelizar por el hecho de haber sido
consagrados como hijos adoptivos de Dios en el bautismo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo