Que todos necesitamos la felicidad y la alegría y que la buscamos es una realidad que no se puede negar. Pero muchas veces la buscamos donde no está y, lógicamente, no la encontramos.
Hoy nos enseña la liturgia dónde podemos encontrar la verdadera alegría:
En
la Palabra de Dios, en la súplica y en el desprendimiento.
Ojalá que la busquemos donde está y ciertamente tendremos un encuentro que nos hará felices con la verdadera alegría que está en el corazón de Dios.
- Libro de la Sabiduría
¿Cómo
encontró Salomón la felicidad verdadera?
Ante
todo nos dice que fue fruto de su oración:
“Supliqué y se me concedió la
prudencia; invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría”.
Y
nos ofrece una serie de comparaciones para decirnos que la verdadera felicidad,
es decir, la satisfacción de sus deseos más nobles, la encontró en la sabiduría:
Preferible a todos los tronos y la piedra más preciosa.
Nos cuenta a continuación cómo ni la salud ni la belleza ni todos los bienes de la tierra son comparables con esa sabiduría que viene de Dios.
- Salmo 89
El
salmo que la liturgia nos invita a rezar hoy abunda en la misma idea:
“Sácianos de tu misericordia,
Señor, y toda nuestra vida será alegría. Por la mañana sácianos de tu
misericordia y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Danos alegría por los
días en que nos afligiste, por los años en que sufrimos desdichas…”.
De esta manera la alegría sucede a los momentos difíciles y será eterna en el Señor.
- Carta a los hebreos
Comienza
diciéndonos que “la Palabra de Dios es
viva y eficaz” y que penetra todo nuestro ser.
Y,
en fin de cuentas, será ella la que nos juzgue al final de la vida.
Viviendo en la Palabra de Dios conseguiremos los deseos más profundos de nuestro ser entre los cuales está el ansia de felicidad.
- Verso aleluyático
Nos
enseña que teniendo un espíritu de pobres tendremos la recompensa más
codiciable: gozar de la alegría del Señor:
“Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”.
- Evangelio
San
Marcos hoy recoge puntos distintos e interesantes.
El
primero nos habla de un hombre que, arrodillado ante Jesús, le preguntó:
“¿Qué haré para heredar la
vida eterna?”
La
respuesta que Jesús le da debe ser nuestra alegría porque le dice que la vida
eterna depende únicamente del cumplimiento de los mandamientos, es decir, de
hacer la voluntad de Dios.
El
hombre, interesado, le dice al Señor:
“Ya lo he cumplido desde mi
juventud. ¿Qué me falta?”
Jesús
le ofreció un camino de perfección: Desprenderse de todo y seguirlo a Él.
Como
poseía muchos bienes “frunció el ceño y
se marchó pesaroso porque era muy rico”.
La
conclusión que saca Jesús es ésta:
“Qué difícil les va a ser a los
ricos entrar en el reino de Dios”.
Los
discípulos se extrañaron porque todo el Antiguo Testamento afirma que las
riquezas son el don de Dios para los que le siguen.
Añade
San Marcos que se espantaron y comentaban:
“¿Entonces quién puede
salvarse?”.
Jesús
se les quedó mirando y les dijo:
“Es imposible para los
hombres, no para Dios que lo puede todo”.
El
último párrafo del Evangelio nos cuenta una reacción de Pedro que, como todos
los demás apóstoles, esperaban un puesto en el reino de los cielos:
“Ya ves que nosotros lo hemos
dejado todo y te hemos seguido”.
Jesús,
una vez más, les aclara el tipo de recompensa que van a tener:
“Os aseguro que quien deje
casa o hermanos o hermanas… por mí y por el Evangelio recibirá cien veces más…
con persecuciones”.
Hay
que tener en cuenta que con frecuencia se suprime “con persecuciones” cuando se comenta este pasaje del evangelio.
“… Y en la vida futura, vida
eterna”.
En
esta forma de vida la Iglesia ha entendido siempre la vida consagrada a Dios
(sacerdocio, vida religiosa…). En esta vida, llevada con compromiso, se
encuentra la felicidad y el gozo con la promesa en la vida futura, en la vida
eterna.
Esa
es la alegría verdadera y para siempre.