Sin embargo, los católicos debemos hablar a Dios y de Dios más que nunca.
Él tiene que ser nuestra primera devoción. Y, si no nos permiten sacar en procesión la imagen del Señor de los Milagros, llevémoslo bien alto en nuestro corazón y en nuestros labios, imitándolo, invocándolo y poniendo en práctica lo que Él nos ha pedido.
1. Deuteronomio
Hoy nos recuerda las palabras tan famosas y
repetidas:
«Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.
Las
palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria».
Ese viene a ser el resumen de la primera parte y más importante de la ley.
Debemos examinar cada uno de nosotros hasta
qué punto cumplimos este gran mandamiento que no ha quedado en el olvido, ni
debe olvidarse jamás.
2.
Salmo 17
Se trata de un precioso himno de alabanza
al Señor y hoy sí quisiera que todos lo meditáramos y lo tuviéramos siempre en
nuestra mente y en nuestros labios:
«Yo
te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi
libertador».
Y sigue dándole a Dios otros nombres más,
cada uno de los cuales supone profundidad en el amor:
«Dios
mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte… Viva
el Señor, bendita sea mi roca».
Qué bonitos piropos que han brotado de un
salmista que realmente amaba al Señor.
3.
Carta a los hebreos
El autor de la carta nos explica cómo ha
habido multitud de sacerdotes en el Antiguo Testamento porque todos tenían que
morir. En cambio, como Jesús permanece para siempre, tiene un sacerdocio que no
pasa y por eso nos puede salvar definitivamente a todos, ya que Él intercede siempre
por cada uno de nosotros sin necesidad de ofrecer sacrificios por sí mismo
porque es eterno y santo:
«Él no necesita ofrecer sacrificios cada día
(como los sumos sacerdotes que ofrecían primero por los propios pecados y
después por los del pueblo) porque lo hizo de una vez para siempre ofreciéndose
a sí mismo».
Esa es la grandeza de nuestro Sumo
Sacerdote, Jesús, y confiando en Él, podemos presentarnos seguros y purificados
ante Dios.
4.
Verso aleluyático
Publica la maravilla más grande que tenemos
los cristianos: si de verdad amamos a Dios, haremos lo que a Él le gusta:
cumplir sus mandatos.
Hay que tener en cuenta que estos son
pedidos de Dios para nuestra felicidad y no un estorbo para ella, como piensan
algunos.
El fruto de un amor así es lo más
maravilloso que podríamos imaginar: «Mi
Padre lo amará y vendremos a Él»; es decir, Dios presente en nuestra alma.
Dios con nosotros.
5.
Evangelio
Como estamos al final del año y del tiempo
ordinario la Iglesia insiste hoy, una vez más, en el mandato principal: amar a
Dios.
A este amor sincero debe ir unido el del
prójimo por una razón muy importante porque Jesús dio la vida tanto por ti como por él, ofreciéndonos por igual la vida eterna.
Esto es lo que una vez más contesta Jesús
al fariseo experto en la ley que le preguntó para ponerlo a prueba:
«Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Y el
segundo es semejante a él: Amarás al prójimo como a ti mismo».
De esta manera San Marcos repite lo que hemos
leído en el libro del Deuteronomio.
Hoy se nos escapó el mes de octubre, pero
que quede grabada la imagen del Señor de los Milagros en nuestro corazón
recordando su preciosa imagen que nos habla del misterio trinitario y del amor
más grande en Cristo crucificado.
José Ignacio Alemany Grau, obispo