8 de mayo de 2021

SI NO HAY TRONCO, NO HAY FRUTO

En este domingo la liturgia nos habla sobre lo más profundo del amor que podemos tener nosotros: el amor trinitario que el Padre nos da a través de Jesús.

  • Hechos de los Apóstoles

Hoy la historia de la Iglesia nos cuenta cómo Pedro fue llamado por el Señor para llevar el Evangelio a Cornelio que era un centurión romano que lo mandó llamar porque quería conocer la Buena Nueva.

Al llegar Pedro a su casa, Cornelio, muy respetuoso, quiso postrarse ante él y Pedro se lo impidió:

“Levántate que soy un hombre como tú”.

Pedro les enseñó lo fundamental cristiano y, mientras hablaba, se dio un verdadero Pentecostés:

“Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que le escuchaban”.

Ante el movimiento, las lenguas extrañas… Pedro, iluminado por el Señor, dijo:

“No se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros”.

Con este regalo se bautizaron todos los que estaban en la casa.

Es bueno que entendamos que no hubo un solo Pentecostés sino que se repitió varias veces en los primeros tiempos de la Iglesia. Más aún, también en nuestros días, por la imposición de manos de los distintos sacramentos recibimos la efusión del mismo Espíritu.

Aprovechemos este don para hacer nuestra oración y para actuar con valentía y fidelidad.

  • Salmo 97

Respondiendo un poco al texto de la primera lectura, el salmo nos dice que el Señor ha revelado su salvación no solo a Israel sino a todas las naciones:

“El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia…

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”.

  • Carta de San Juan

El apóstol nos habla del amor que es su tema característico y muy querido.

Él enseña que el amor verdadero es de Dios y que “Dios es amor”. Por eso el que no ama no es de Dios.

La prueba mayor de que Dios nos ama “es que Dios envió a su Hijo único para que vivamos por medio de Él.”

Por eso si hay amor verdadero tiene que ser el de Dios.

Tengamos presente, sin embargo, que el amor no consiste en que nosotros hemos amado a Dios sino que es Él quien nos amó primero y nos envió a su Hijo, para que, quitándonos los pecados, podamos amar de verdad.

  • Verso aleluyático

Si queremos saber que nuestro amor es verdadero tiene que ser porque guardamos su Palabra.

La promesa que nos hace Jesús es que al que ama de esta forma “mi Padre lo amará y vendremos a Él”.

Así nos revela Jesús la presencia de Dios en nuestra alma.

  • Evangelio

Jesús nos habla de lo esencial del amor.

Comienza con una frase maravillosa:

Jesús nos ama como el Padre lo ama a Él. ¿Qué más podemos pedir?

Por eso Jesús nos pide que para nuestro bien permanezcamos siempre en su amor y así estaremos resguardados por el amor del Padre.

La condición para permanecer en este amor es guardar los mandamientos del Padre como lo hizo Jesús.

La conclusión de esta primera parte del Evangelio la saca Jesús mismo diciendo:

“Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”.

No olvidemos que el gozo y la alegría de Jesús es su Espíritu Santo.

Como un segundo pensamiento Jesús enseña cómo quiere ser amado en el prójimo:

“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”.

¿Y cómo nos amó Jesús?

Dándonos su vida humana en la cruz y su vida divina en su Palabra y revelaciones.

Él mismo enseñó:

“En esto consiste la vida eterna: en que te conozcan a ti, Padre, y a tu enviado Jesucristo”.

El Evangelio termina con una lección que debe alegrarnos: Quede claro que “no sois vosotros los que me habéis elegido”. Jesús mismo nos eligió para que demos fruto y con esto demos gloria al Padre.

 

José Ignacio Alemany Grau, obispo