Creo que será bueno comenzar hoy meditando
cómo en el mundo hay miles de millones de personas y todos, bien o mal, nos
alimentamos. Esto ya es una maravilla.
¿Qué sería de la humanidad sin alimentos?
La liturgia nos habla hoy de cómo se
distribuye el pan del día (trigo, cebada, arroz, yuca…) en el mundo hasta hablarnos
del mejor pan, de la Eucaristía.
- Salmo responsorial
La primera fuente de este alimento es el
mismo Dios:
“Abres tú la mano,
Señor, y nos sacias”.
Y añade el salmo 144:
“Los ojos de todos te
están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias
de favores a todo viviente”.
Por algo Jesús nos enseñó a pedir a Dios
diariamente “danos hoy nuestro pan de
cada día”.
- Evangelio
La segunda fuente es Jesucristo mismo. Nos
fijamos en el Evangelio de hoy, que aunque es del ciclo B no pertenece a San
Marcos sino a San Juan.
Este evangelista durante varios domingos
nos hablará del pan de vida.
Hoy Jesús multiplica el pan al ver a la
multitud que le sigue hambrienta.
Pide la colaboración de los hombres y se la
ofrece un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces.
Jesús los multiplica y todos se saciaron y
sobró.
Jesús, para que aprendamos a cuidar el
alimento y, sin duda, también para que resaltara el poder del milagro, mandó
recoger los pedazos que sobraron y llenaron doce canastas con los trozos del
pan.
- Libro segundo de Reyes
La tercera fuente es el segundo Libro de
Reyes.
Nos cuenta cómo un tal Baal-Salisá fue a
presentar al profeta Eliseo el pan de las primicias, tal como mandaba la ley
del Señor
Llevaba “veinte
panes de cebada y granos recientes en la alforja”.
Estos son los hombres respetuosos y fieles
que comparten los dones de Dios con los necesitados. Sea directamente o bien a
través de la Iglesia para que los distribuya.
Qué importante es recordar que “Dios ama a quien da con alegría” y que “hay más alegría en dar que en recibir”.
La cuarta fuente está en este mismo Libro
de Reyes.
Son los santos que sacrifican sus gustos y
multiplican los “panes”, los dones de Dios, para que se alimenten los
necesitados.
En efecto, Eliseo ante la ofrenda de
Baal-Salisá mandó que la repartieran a la gente para que comieran todos. Su
criado le advirtió:
“¿Qué hago yo con
esto para cien personas?”
Eliseo insistió: “Dáselo a la gente y que coma porque así dice el Señor: comerán y
sobrará”.
Comieron y sobró.
Con relativa frecuencia hemos conocido a
muchos santos y santas que, repartiendo el alimento a los pobres, lo
multiplicaban, por así decirlo, desmesuradamente.
Hoy quiero recordar el milagro que hizo san
Juan Macías, el dominico que evangelizó tantos años en Lima.
Sucedió en su pueblo natal, Rivera del
Fresno, en Badajoz, España, el año 1949.
La familia que debía llevar la comida para
los niños del pensionado y para los pobres no llegaba.
La cocinera exclamó con la sencillez que la
caracterizaba: “¡Ah, Beato! ¡Y los pobres sin comida!”
Puso tres tazas de arroz (unos 750 grs), un
trozo de carne y el agua en la olla. Al revolver la olla vio que el volumen
había aumentado más de lo normal y llamó a la madre del párroco.
La cocción seguía aumentando y tuvo que
pasar a otra olla. Llamaron al párroco y el arroz crecía sin cesar. Después de
cuatro horas de este prodigio… el párroco tuvo que gritar: ¡Basta!
La olla cesó de producir la sopa, que por
cierto estaba más sabrosa que nunca. Con ella se alimentaron los niños y los pobres...
Este milagro fue el que utilizó la Iglesia
para canonizar a san Juan Macías.
- Verso aleluyático
El aleluya nos recuerda estas palabras de
San Lucas:
“Un gran profeta ha
surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.
Es bueno que, con ojos de fe, descubramos a
Jesús. No solo cuando estuvo brevemente en la tierra sino también a través de
tantas personas buenas que saben compartir el pan con los necesitados.
Ellos son los profetas con que Dios visita
a su pueblo a través de los siglos.
Entre ellas seguramente estás tú. ¿No es
cierto?
José Ignacio Alemany Grau