Reflexión
Homilética para el III Domingo de Pascua, ciclo A
La liturgia de
hoy nos presenta toda la alegría de la Iglesia de Jesús con motivo de la
resurrección de su Esposo amado.
Vamos a fijarnos primero en las
frases que directamente nos hablan de este gozo:
*. “Que tu
pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el Espíritu y
que la alegría de haber recobrado la adopción filial…” (oración colecta).
*. “Recibe,
Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo, y pues en la resurrección
de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos participar también del
gozo eterno” (oración de ofrendas).
*. En los Hechos,
Pedro cita el salmo 15 que será nuestro salmo responsorial:
“Tengo siempre presente al Señor… por eso se me alegra el
corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa esperanzada”.
*. En el
Evangelio veremos cómo los dos de Emaús dicen “¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos
explicaba las Escrituras?”
Era el gozo de
descubrir la fidelidad de Jesús que había prometido resucitar.
*. En el salmo
aleluyático, pedimos:
“Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas”.
Vayamos ahora a las lecturas.
*. La primera es
el gran discurso de “Pedro, de pie con
los once”, que habla a la multitud reunida al percibir los signos externos
de la presencia del Espíritu Santo en Pentecostés.
Valientemente
proclama la resurrección de Jesucristo y les echa en cara a los judíos que ellos
lo “mataron en una cruz”.
Pero apoyando su
afirmación en el salmo de David, les hace ver cómo “Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte”.
Por otra parte
el mismo apóstol explica lo que ha sucedido en este primer Pentecostés:
“Exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre
el Espíritu Santo que estaba prometido y lo ha derramado. Esto es lo que estáis
viendo y oyendo”.
En la segunda
lectura, de la carta de Pedro, leemos cómo hemos sido rescatados del pecado de
nuestros padres: es algo muy profundo y digno de meditarlo porque este fue el medio
que utilizó el Señor para darnos la salvación, la sangre de Cristo:
“No con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio
de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto”.
El mismo Pedro
nos invita hoy a poner en Dios nuestra fe y nuestra confianza.
Ahora quiero resaltar algunos
pensamientos del Evangelio de los discípulos de Emaús:
Este pasaje ha
llenado de belleza la poesía, la pintura, la arquitectura, la música religiosa…
Para ayudarles a
meditar con más profundidad este espléndido pasaje les ofrezco estos
pensamientos:
*. Jesús en
persona se acercó a los dos que iban a Emaús y se puso a caminar con ellos.
*. No lo
conocieron. Así sucede muchas veces porque Jesús acostumbra ocultarse a los ojos
de los hombres para que se enriquezcan caminando en fe.
*. Iban hablando
de Jesús y de los grandes acontecimientos de aquellos días. Es interesante resaltar
que eran dos, al estilo de los misioneros que pidió Jesús.
*. Una vez más cumplió
Jesús su Palabra: “donde hay dos o más
reunidos en mi nombre en medio de ellos estoy yo”.
*. Los
discípulos cuentan hasta las apariciones del Resucitado, pero regresan sin fe y
con una conclusión negativa después de contar cómo las mujeres habían
encontrado vacío el sepulcro:
“Pero a Él no lo vieron”.
*. Jesús explica
pacientemente las Escrituras, que tantas veces ellos habían leído, pero no
habían creído que se estaban cumpliendo en el Maestro.
*. Al llegar al
pueblo de Emaús, Jesús hace ademán de seguir adelante pero los discípulos le
invitan: “Quédate con nosotros, porque
atardece y el día ya va de caída”.
De esta manera
merecieron gozar de la promesa de Jesús: “fui
peregrino y me hospedaste”.
*. Se sentaron a
la mesa y llegó el momento cumbre del encuentro:
Jesús “tomó el pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo dio”.
De esta manera
sencilla, Lucas nos da a entender que Jesús consagró el pan y al comerlo se les
abrieron los ojos a los discípulos, pero el Señor había desaparecido.
Podemos decir,
por tanto, que Jesús celebró como una gran Eucaristía con los de Emaús.
La primera parte
de esa Eucaristía fue la Palabra de Dios comentada por el camino y la segunda,
la consagración y comunión.
Transformados
por la presencia eucarística de Jesús y llenos de fuego y prisa por su amor,
regresaron a Jerusalén y se realizó el gran encuentro con los demás apóstoles y
discípulos, afirmando ellos cómo lo habían reconocido al partir el pan.
¡El Señor
resucitó, aleluya!
José
Ignacio Alemany Grau, obispo