Reflexión homilética para el II domingo del
Tiempo Ordinario, ciclo A
Una vez más comenzamos el tiempo ordinario
del año litúrgico.
En los primeros días del año hemos
acompañado a Jesús en su nacimiento e infancia. Ahora lo encontramos ya mayor,
iniciando su vida pública a orillas del Jordán.
Las lecturas de hoy son como presentaciones
de personajes bíblicos importantes que nos acompañarán cada domingo.
El primero de ellos es “el siervo de Isaías”.
Hoy leemos un pequeño párrafo del segundo de
los cuatro cantos del “siervo sufriente”. En realidad se trata de un personaje
simbólico que puede ser Israel, Ciro, el mismo Isaías, etc.
De todas maneras para muchos autores
cristianos este siervo sufriente es figura de Jesucristo cuyo sufrimiento describe
el profeta Isaías de una manera muy viva.
El
profeta Isaías
El mismo Dios define al siervo de esta
forma:
“Tú eres mi siervo de
quien estoy orgulloso”.
A continuación leemos la gran profecía de
la extensión del Reino de Dios por todo el mundo:
“Te hago luz de las
naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.
La liturgia, que entresaca estos versículos
del capítulo cuarenta y nueve, tiene la intención clara de aplicar estas
palabras al Mesías que sale hoy de la oscuridad de Nazaret para presentarse
como Salvador del mundo.
El
salmo responsorial (39)
Recoge las palabras más importantes de
disponibilidad que aparecen en labios de distintos personajes de la Biblia como
son Moisés, el mismo Isaías, la Virgen María y Jesucristo.
Esto repetiremos en el versículo
responsorial:
“Aquí estoy, Señor,
para hacer tu voluntad”.
Conviene que medites el salmo y lo hagas
tuyo, procurando tener la misma actitud del profeta:
“Aquí estoy”, es decir, disponible para lo que
tú quieras:
“Para hacer tu
voluntad”.
Jesús nos invitó a repetir estas palabras
en el padrenuestro. Lo que significa que el plan de vida para todos nosotros,
en el tiempo ordinario que ahora empieza, debe ser precisamente este:
disponibles para hacer en todo momento la voluntad de Dios.
Yo
Pablo
También la liturgia nos presenta hoy a
Pablo que inicia con estas palabras la carta a los Corintios:
“Yo Pablo, llamado a
ser apóstol de Cristo Jesús”.
A muchos les llama la atención que se
nombre a Pablo entre los apóstoles. Si bien es cierto que no lo eligió Jesús
entre los doce primeros, también es cierto que él mismo se da este nombre “por designio de Dios”.
Hay un punto interesante en este brevísimo
párrafo y es que llama “santos” a
todos los corintios recién convertidos. Es la maravillosa verdad que enseña que
la gracia divina nos hace santos, tanto a los que vivimos en la tierra como a los
que están en el purgatorio y en el cielo.
Este párrafo encierra también uno de los
saludos cristianos que conocemos y repetimos:
“La gracia y la paz
de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo sea con vosotros”.
Verso
aleluyático
Es como un eco de la Navidad que acabamos
de vivir:
“La Palabra se hizo
carne y acampó entre nosotros”.
El acoger la Palabra de Dios en nuestro
corazón es lo que nos hace hijos de Dios.
Evangelio
La presentación más importante de este
domingo es la que hace Juan, anunciando a la multitud que entre todos ellos
viene un personaje muy especial:
“Este es el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo”.
Juan multiplica el testimonio.
Primero advierte que es el Cordero, es
decir, el enviado de Dios en quien se cumplen todas las promesas de la
liberación de Egipto y de la Pascua anual que celebran los judíos.
Advierte también, Juan, que ya les había
hablado muchas veces del Mesías y enseña que aunque ha nacido después de él,
existía ya antes.
Con esto enseña que Jesús, como hombre,
nació unos meses más tarde que Juan, pero como Dios existió siempre.
A continuación Juan explica a la multitud que
ha descubierto al Señor por una visión en la que contempló “al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre Él”.
Además Dios le había revelado
anteriormente:
“Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y
posarse sobre Él ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”.
Esta es la gran presentación que hace el
Bautista que estuvo la última temporada preparando al pueblo judío para recibir
al Mesías.
Y Juan concluye feliz:
“Yo lo he visto y he
dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”.
Con estas lecturas la liturgia nos ha
preparado para que cada domingo profundicemos en el conocimiento de Jesucristo,
nuestro Salvador: su vida y milagros y su mensaje redentor.
José Ignacio Alemany Grau, obispo