Comentemos cinco breves lecciones de este
domingo para ayudarnos a seguir a Dios.
La vocación de Eliseo
Nos cuenta el libro de los Reyes que Elías
se fue huyendo de Israel porque los israelitas “han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus
profetas. Quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela”.
Dios le habla desde el Horeb y le da la
última misión para su vida. Entre otras cosas, le dice:
“Unge profeta sucesor
tuyo a Eliseo”.
Al regresar Elías, enamorado de Dios, “pasó al lado de Eliseo y le echó encima el
manto”.
Eliseo comprende que Dios lo llama a ser
profeta. De inmediato “Eliseo dio la
vuelta, cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego con
aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó
tras Elías y se puso a su servicio”.
Esta prontitud del profeta Eliseo es un
ejemplo para todos nosotros de cómo hay que seguir la voluntad de Dios cuando
nos llama.
El Señor es el lote de mi heredad (Sal 15)
En este domingo de orientación vocacional,
el salmo nos enseña cuál debe ser la herencia por la que debemos esforzarnos, y
para uno que sigue a Dios, es Dios mismo “el
lote de mi heredad”. Por eso, a través del salmo, meditamos frases como
ésta:
“Dios es mi refugio:
protégeme Dios mío que me refugio en ti”.
También se nos dice que el bien por el que
trabajamos y suspiramos es el Señor mismo: “Tú
eres mi bien”. Por eso decimos “el
Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano”.
El discípulo verdadero siente que Dios lo
aconseja, “hasta de noche me instruye
internamente”.
Si fuéramos verdaderos discípulos de Jesús,
tendríamos siempre presente al Señor. De ahí brotaría la verdadera alegría del
corazón.
Libres para amar
San Pablo nos enseña que Cristo nos ha dado la verdadera libertad. Por eso nos pide
que nos mantengamos firmes y no nos sometamos al yugo de la esclavitud “de la carne” sino que seamos “esclavos unos de otros por amor”.
¿Cuál es la ley que siguen las personas que
son verdaderamente libres?
“Amar al prójimo como
a ti mismo”.
Pablo sabía muy bien el problema que tenían
los gálatas y que es el problema de hoy y de siempre. Por eso pongamos mucha
atención a estas palabras:
“Que si os mordéis y
devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente”.
Para los de entonces y para los de hoy, la
solución bien clara que nos da el mismo apóstol es ésta: “Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne… si os
guía el Espíritu no estáis bajo el dominio de la ley”.
Para Pablo, pues, la ley nueva siempre será
el amor, fruto de la verdadera libertad.
“Habla, Señor”
El verso aleluyático, aunque breve, nos
lleva a dos lugares muy distintos.
La primera parte nos lleva al templo de
Jerusalén donde el sacerdote Elí enseñó al niñito Samuel, que estaba bajo su cuidado:
“Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
Esta debe ser la primera actitud que tiene
el verdadero discípulo del Señor: escuchar.
El otro lugar a donde nos lleva el
versículo, es a la sinagoga de Cafarnaún donde Pedro, en nombre de los
apóstoles, le dice: “Tú tienes palabras
de vida eterna”.
El secreto para seguir al Señor es estar
abiertos a su voluntad.
Tres vocaciones poco seguras
“Cuando se iba
cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a
Jerusalén”.
Sus discípulos fueron a buscarle
alojamiento en Samaría pero, por esas envidias de los pueblos, no quisieron
recibirlo porque iba a Jerusalén.
Santiago y Juan preguntan a Jesús si quiere
que baje fuego del cielo. Jesús los regañó y se fueron a otra aldea.
Entonces vienen, según San Lucas, tres
personas que se sienten atraídos por Jesús.
Uno le dice: “Te seguiré adónde
vayas”.
Jesús, que vive una pobreza radical, le
contesta:
“La zorra tiene
madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar
la cabeza”.
Jesús llama a otro, con su palabra
favorita: “Sígueme”.
Él le pide ir a enterrar a su padre. Jesús
le advierte que cuando Dios llama hay que estar totalmente desprendido.
Esto es lo prácticamente contesta también
al tercero que vino diciendo “te seguiré,
Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia”.
No es que el Señor vaya en contra de ese
amor natural a los padres sino que quiere que Dios sea siempre el primero.
Por eso mientras que todos los cristianos
están llamados a imitar a Jesús, hay algunos que son llamados de una manera
especial a imitar a Cristo que, “virgen y
pobre obedeció al Padre hasta la muerte y muerte de cruz” (aquí se incluyen
los tres consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia).
Lecciones importantes para discernir qué
quiere Dios de nosotros y ser fieles a la vocación o llamado que cada uno
reciba de Él.
José Ignacio Alemany Grau, obispo