23 de junio de 2016

LA LEY DE LA LIBERTAD NO ES PARA MORDERNOS UNOS A OTROS

Reflexión homilética para el XIII domingo del Tiempo ordinario, ciclo C
Comentemos cinco breves lecciones de este domingo para ayudarnos a seguir a Dios.
*       La vocación de Eliseo
Nos cuenta el libro de los Reyes que Elías se fue huyendo de Israel porque los israelitas “han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas. Quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela”.
Dios le habla desde el Horeb y le da la última misión para su vida. Entre otras cosas, le dice:
“Unge profeta sucesor tuyo a Eliseo”.
Al regresar Elías, enamorado de Dios, “pasó al lado de Eliseo y le echó encima el manto”.
Eliseo comprende que Dios lo llama a ser profeta. De inmediato “Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego con aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio”.
Esta prontitud del profeta Eliseo es un ejemplo para todos nosotros de cómo hay que seguir la voluntad de Dios cuando nos llama.
*       El Señor es el lote de mi heredad (Sal 15)
En este domingo de orientación vocacional, el salmo nos enseña cuál debe ser la herencia por la que debemos esforzarnos, y para uno que sigue a Dios, es Dios mismo “el lote de mi heredad”. Por eso, a través del salmo, meditamos frases como ésta:
“Dios es mi refugio: protégeme Dios mío que me refugio en ti”.
También se nos dice que el bien por el que trabajamos y suspiramos es el Señor mismo: “Tú eres mi bien”. Por eso decimos “el Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano”.
El discípulo verdadero siente que Dios lo aconseja, “hasta de noche me instruye internamente”.
Si fuéramos verdaderos discípulos de Jesús, tendríamos siempre presente al Señor. De ahí brotaría la verdadera alegría del corazón.
*       Libres para amar
San Pablo nos enseña que Cristo nos ha  dado la verdadera libertad. Por eso nos pide que nos mantengamos firmes y no nos sometamos al yugo de la esclavitud “de la carne” sino que seamos “esclavos unos de otros por amor”.
¿Cuál es la ley que siguen las personas que son verdaderamente libres?
“Amar al prójimo como a ti mismo”.
Pablo sabía muy bien el problema que tenían los gálatas y que es el problema de hoy y de siempre. Por eso pongamos mucha atención a estas palabras:
“Que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente”.
Para los de entonces y para los de hoy, la solución bien clara que nos da el mismo apóstol es ésta: “Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne… si os guía el Espíritu no estáis bajo el dominio de la ley”.
Para Pablo, pues, la ley nueva siempre será el amor, fruto de la verdadera libertad.
*       “Habla, Señor”
El verso aleluyático, aunque breve, nos lleva a dos lugares muy distintos.
La primera parte nos lleva al templo de Jerusalén donde el sacerdote Elí enseñó al niñito Samuel, que estaba bajo su cuidado: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
Esta debe ser la primera actitud que tiene el verdadero discípulo del Señor: escuchar.
El otro lugar a donde nos lleva el versículo, es a la sinagoga de Cafarnaún donde Pedro, en nombre de los apóstoles, le dice: “Tú tienes palabras de vida eterna”.
El secreto para seguir al Señor es estar abiertos a su voluntad.
*       Tres vocaciones poco seguras
“Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”.
Sus discípulos fueron a buscarle alojamiento en Samaría pero, por esas envidias de los pueblos, no quisieron recibirlo porque iba a Jerusalén.
Santiago y Juan preguntan a Jesús si quiere que baje fuego del cielo. Jesús los regañó y se fueron a otra aldea.
Entonces vienen, según San Lucas, tres personas que se sienten atraídos por Jesús.  Uno le dice: “Te seguiré adónde vayas”.
Jesús, que vive una pobreza radical, le contesta:
“La zorra tiene madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.
Jesús llama a otro, con su palabra favorita: “Sígueme”.
Él le pide ir a enterrar a su padre. Jesús le advierte que cuando Dios llama hay que estar totalmente desprendido.
Esto es lo prácticamente contesta también al tercero que vino diciendo “te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia”.
No es que el Señor vaya en contra de ese amor natural a los padres sino que quiere que Dios sea siempre el primero.
Por eso mientras que todos los cristianos están llamados a imitar a Jesús, hay algunos que son llamados de una manera especial a imitar a Cristo que, “virgen y pobre obedeció al Padre hasta la muerte y muerte de cruz” (aquí se incluyen los tres consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia).
Lecciones importantes para discernir qué quiere Dios de nosotros y ser fieles a la vocación o llamado que cada uno reciba de Él.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

17 de junio de 2016

EL SECRETO DE JESÚS


Reflexión homilética para este XII domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C
*      La liturgia de hoy nos presenta a Zacarías que nos ofrece una de las profecías mesiánicas.
Examinemos un poco por qué se llama mesiánica.
Es el apóstol San Juan (19,37) quien nos indica que estas palabras se refieren a Jesús crucificado y muerto, recalcando como no lo hace en ningún otro lugar, que él es testigo verídico de lo que cuenta.
Veamos.
Zacarías dice:
“Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia”. “Me mirarán a mí a quien traspasaron”.
San Juan, por su parte, nos presenta a Jesús crucificado a quien al morir no rompen ningún hueso (es bueno recordar que el cordero pascual era imagen de Cristo y aquel cordero se comía sin quebrarle ningún hueso).
Ahora Juan continúa: “Un soldado con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad para que vosotros también creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: no le quebrarán un hueso; y en otro lugar la Escritura dice: mirarán al que traspasaron”, que es lo que profetizó Zacarías.
El profeta añade también que: “aquel día se alumbrará un manantial”.
Si volvemos a Juan, él nos dice que “al punto salió sangre y agua”, del costado de Cristo.
Sabemos también que aquella sangre y agua representan los sacramentos, que son la fuente de la que brotan sobre todo el bautismo y la Eucaristía.
*      El salmo responsorial (62) nos habla del alma sedienta de Dios. Repetiremos varias veces:
“Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”.
Y añadiremos:
“Mi carne tiene ansia de ti como tierra reseca agostada, sin agua”.
Dios sacia de distintas formas esta sed que siente el alma creada por Dios y para Él.
El Señor en concreto sacia el corazón humano con el agua que brotó del costado de Cristo que es la fuente inagotable que Dios profetizó para su pueblo.
El emplear la comparación de la necesidad del agua que tiene el hombre, con su necesidad de Dios, nos ayuda a entender cuánto necesitamos del Creador para ser felices.
*      La segunda lectura de Pablo a los gálatas nos habla también de la necesidad que tenemos de esa agua viva.
Es el bautismo el que nos hace hijos de Dios al incorporarnos a Cristo. En efecto, esa agua bendita del bautismo, al hacernos hijos de Dios, nos hace hermanos entre nosotros sin ningún tipo de distinción: “judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús”.
*      Todos nosotros, unidos por el bautismo, formamos un cuerpo místico, una iglesia, un rebaño.
Cada uno, cada oveja en la comparación de Jesús, conoce al Buen Pastor. Y Él nos conoce y nosotros lo seguimos.
Esta es la unidad de cada oveja con su Pastor que nos recuerda el versículo aleluyático.
Buen día para ver si de verdad, en medio de las excentricidades de este mundo, conocemos y seguimos a Jesús que es “el camino, la verdad y la vida”. El único que puede crear la felicidad que todos buscamos.
*      El Evangelio nos presenta distintas escenas que les invito a pensar:
* “Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de los discípulos…”
Hay que resaltar este hecho porque Jesús, cada vez que hacía algo importante en su vida, primero hacía oración especial comunicándose con su Padre.
* Se vuelve luego a los discípulos y les pregunta: “¿quién dice la gente que soy yo?”
El relato de Lucas es más breve que el de Mateo, pero aparece lo fundamental:
“Pedro toma la palabra y dice: ¡el Mesías de Dios!”
* Conviene resaltar que “Jesús les prohibió terminantemente decírselo a nadie”.
El Señor pide que se guarde en secreto esta revelación, como dirá en otro momento, hasta después que resucite de entre los muertos.
* En ese ambiente de confianza, solo con sus discípulos, Jesús les descubre su propio futuro: “Tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”.
No podemos conocer la reacción de los apóstoles en esos momentos, aunque San Marcos, como meditamos otro día, sí nos hace ver que no fueron capaces de asimilar el hecho de que ese Cristo, que era el Mesías de Dios, pudiera terminar en una cruz.
* Aunque parece a primera vista que no viene a cuento, lo último del Evangelio de hoy nos hace ver cómo sólo siguiendo el camino del Maestro llegaremos a la felicidad eterna con Él:
“El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y se venga conmigo”.
No lo olvidemos, la cruz, como Cristo, pero siempre con Cristo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

9 de junio de 2016

EL PERDÓN DEL PADRE MISERICORDIOSO

Reflexión homilética para este XI domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C
En las últimas elecciones hemos podido descubrir la presión que sobre nuestra Patria quieren hacer los movimientos más destructores que han pasado por la humanidad.
Lamentablemente poco a poco nos han ido quitando la sensibilidad y ya muchos van aceptando como normales los peores pecados de la historia:
El aborto, la eutanasia, la ideología de género, etc.
Por encima de todo esto, como nos repite el Papa Francisco, está la misericordia del Señor, pero esto no significa que no sean graves, ¡y muy graves! los pecados de nuestra sociedad, sino que significa que Dios y su misericordia son mucho más grandes que los peores pecados. Dios siempre perdona.
Por aquí va la reflexión de este domingo.
*        En el libro segundo de Samuel el profeta Natán, después de haberle contado a David la parábola del rico que mandó matar la única oveja del pobre, para comerla con sus huéspedes, añadió:
“Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos… y por si es poco, pienso darte otro tanto”.
Esta era la verdad del pobre David que había caído tan hondo en su pecado.
Por eso el profeta continúa echándole en cara: “¿Por qué has despreciado tú la Palabra del Señor…? Mataste a espada a Urías el hitita y te quedaste con su mujer”.
Ese era el grave pecado de David que, arrepentido sinceramente, gritó:
“¡He pecado contra el Señor!”
Natán añadió:
“El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás”.
Esa es la respuesta rápida de la misericordia de Dios cuando somos sinceros en el arrepentimiento.
*        El salmo responsorial (31) nos invita a nosotros que somos pecadores a repetir estas palabras: “Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado”.
Y luego meditamos:
“Dichoso el que está absuelto de su culpa… Había pecado, lo reconocí. No te encubrí mi delito; propuse: confesaré al Señor mi culpa…
Tú eres mi refugio, me libras del peligro. Alegraos justos y gozaos con el Señor”.
*        San Pablo en su carta a los gálatas nos da a conocer una vez más la importancia de la gracia de Cristo que nos ha justificado.
No son las obras de la ley del Antiguo Testamento las que nos purifican sino únicamente Jesucristo y la gracia que Él nos ha merecido.
También encontramos en este párrafo la hermosa frase: “estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
Con estas palabras nos advierte que la vida de Cristo que recibimos en el bautismo va creciendo en las personas que actúan inspiradas por el amor.
*        Éste es el verso aleluyático:
“Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados”.
Como ven, las enseñanzas litúrgicas de hoy nos invitan a meditar en el perdón y misericordia de Dios.
*        Pero de manera especial encontramos este perdón de Jesús a los pecadores, en este relato de Lucas.
Resulta que un fariseo adinerado invitó a Jesús a su casa para darle una cena y así llamar la atención de la gente.
Una mujer pecadora de la ciudad se enteró y llegó con un frasco de perfume y colocándose detrás de Jesús, junto a sus pies, los regaba con sus lágrimas, los enjugaba con sus cabellos, los besaba y ungía con el perfume.
El fariseo se molestó y en su interior pensaba qué tipo de profeta era Jesús que permitía que una pecadora como ésta lo tocara.
Jesús, adivinando el pensamiento del fariseo, le cuenta una pequeña parábola:
Un señor tenía dos deudores. Uno le debía quinientos y otro cincuenta denarios. Como no tenían con qué pagar, perdonó a los dos. La pregunta de Jesús al concluir, fue ésta: ¿Cuál de los dos perdonados lo amará más?
La respuesta no se hizo esperar: “supongo que aquel al que perdonó más”.
Jesús, valientemente, deja en ridículo a Simón y alaba a la mujer, comparándolos:
La mujer lava sus pies con lágrimas, los enjuga con su cabello, los besa y los unge con perfume.
En cambio el fariseo lo recibió sin cumplir las normas de urbanidad comunes en su pueblo.
Ni le besó al entrar, ni le lavó los pies, ni le ungió la cabeza…
Jesús, después de todo esto, le dice a la mujer:
“Tus pecados están perdonados”.
Todos se extrañan pero Jesús completa: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz”.
Así perdona el Señor cuando hay un corazón sinceramente arrepentido. Aunque no haya palabras.
Al final del relato San Lucas nos presenta a Jesús evangelizando de ciudad en ciudad, acompañado por los doce y  algunas mujeres, entre las cuales estaba otra gran perdonada, María Magdalena “de la que habían salido siete demonios”.
Aprovechemos este domingo, dentro del Año Santo para acercarnos a Jesús y pedirle misericordia por nuestros pecados.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

2 de junio de 2016

CORAZÓN ABIERTO AL AMOR Y LA VISITA DE DIOS

Hagamos una doble reflexión: la primera parte sobre el Corazón de Jesús y la segunda sobre el domingo X del tiempo ordinario. Lo haré esquemáticamente para ayudarles a profundizar en ambos días.
Primero, el Sagrado Corazón abierto al amor.
*        La liturgia comienza con la profecía de Ezequiel sobre la ternura del corazón de Dios.
Ese corazón en el que se encarnó el Verbo y que es el Buen Pastor:
“Yo mismo en persona buscaré mis ovejas siguiendo su rastro como sigue el pastor el rastro de su rebaño… Buscaré las perdidas, vendaré las heridas, curaré a las enfermas y a las gordas y fuertes las guardaré y apacentaré”.
Es una bella presentación del amor misericordioso del Padre y del Hijo que nos completará Lucas en la parábola del Evangelio.
*        El salmo responsorial (22) es el del Buen Pastor que conocemos y rezamos frecuentemente.
*        La carta a los romanos nos habla del amor. Nos parece fácil amar. Por lo menos amar a los parientes y amigos, a los que nos favorecen y no atentan contra nuestros intereses.
El amor de Dios en cambio nos parece incomprensible. Es totalmente distinto, tal como nos lo presenta San Pablo:
“La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”.
Murió por nosotros cuando éramos sus enemigos por el pecado.
Jesús nos reconcilió con el Padre y ahora podemos esperar la salvación y gloriarnos en Dios por Jesucristo. Así ama Dios y la expresión de su amor es Jesucristo.
*        El verso aleluyático nos pide: “cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.
Hermosa definición que Jesús hace de su propio Corazón.
*        Lucas nos recuerda hoy la parábola del Buen Pastor que va en busca de la oveja perdida y cuando la encuentra se la carga feliz sobre los hombros, y reúne a sus amigos para decirles: “¡felicitadme, he encontrado a la oveja que se me había perdido!”
Jesús termina asegurándonos la alegría que hay en el cielo cuando se convierte un pecador.
El Corazón de Jesús abierto a todos en la cruz es la prueba del amor de la Santísima Trinidad:
*El amor del Padre que nos entregó a su Hijo único.
*El amor del Hijo que nos dio su vida derramando su agua y sangre por nosotros.
*El amor del Espíritu Santo que rehízo el Corazón de Jesús y lo resucitó.
*        El prefacio nos describe así la fiesta de hoy:
“El cual, con su amor admirable, se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran con el agua y la sangre los sacramentos de la Iglesia: para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación”.
Acércate, amigo, y bebe en abundancia el amor que rebosa del Corazón de Cristo.
***
Segundo, unos pensamientos para este domingo X del tiempo ordinario.
*        El libro 1 de Reyes nos presenta a Elías que, santo y agradecido, pide a Dios la resurrección del hijo de la viuda que en su pobreza le había hospedado y alimentado en su casa:
“Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración”.
El Señor lo escuchó y Elías, “llevándolo al piso de abajo, se lo entregó a su madre diciendo:
Mira, tu hijo está vivo”.
La mujer, admirada y agradecida, dijo al profeta:
“Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad”.
*        Pablo nos habla de su propia conversión y cómo fue Jesús quien directamente le reveló el Evangelio.
Cuenta su conversión y cómo se lo jugó todo para seguir a Jesús en fidelidad dentro de la Iglesia.
*        Lucas nos presenta la resurrección que obró Jesús en Naín, devolviendo a otra viuda su hijo único que había muerto.
Jesús va de camino, encuentra un cortejo fúnebre, le dio lástima y dijo a la mujer:
“¡No llores!”
Podemos imaginar cómo desconcertó a la pobre madre. Pero enseguida ella pudo entender.
Jesús, acercándose al ataúd, tocó al muerto y dijo: “¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!”
El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo devolvió a su madre.
Este es el poder de Dios que resucita los muertos para demostrar el nuevo camino que Jesús ofrece a todos para que entren en su Reino.
Las enseñanzas de este domingo las resume el verso aleluyático, que nos dice:
“Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.
Así es. En efecto, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos presentan la bondad de Dios que muestra la cercanía de su corazón y nos visita con su poder, incluso resucitando a los muertos como la prueba más grande de su amor”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo