NO
SE VACIARÁ LA OLLA
No se vaciará la olla porque tuvo caridad
en su estrechez.
Elías
va más allá del territorio de Israel y llega a Sarepta, ciudad que pertenece a
Sidón, lugar de paganos.
En la puerta de la ciudad encuentra a una
viuda recogiendo un poco de leña.
Elías le pide agua. Luego le pide pan y la
mujer se sincera con él:
“Te juro por el
Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda solo un puñado de harina en el
cántaro y un poco de aceite en la alcuza.
Voy a hacer un pan
para mí y para mi hijo, nos lo comeremos y nos moriremos”.
El profeta le insiste:
“Prepáralo como has
dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo”.
Y le hace la promesa de parte de Dios:
“Así dice el Señor,
Dios de Israel: la orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se
agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”.
La mujer se fió. Ayudó antes de ayudarse y,
aunque pagana, recibió el milagro.
Jesús habló de esto, según el Evangelio de
Lucas (4,25):
“Había muchas viudas
en Israel en tiempo de Elías. Pero a ninguna fue el profeta sino a Sarepta”.
El
salmo responsorial (145) es un himno de alabanza al Dios Creador, como repetiremos:
“Alaba alma mía al
Señor”.
Los versículos que hoy tomaremos nos
recuerdan al profeta Isaías (61,1ss) citado por Jesús en la sinagoga de Nazaret
(Lc 4,18).
“El Señor da pan a
los hambrientos, liberta a los cautivos… el Señor abre los ojos al ciego…
sustenta al huérfano y a la viuda…”
Es claro que entre los socorridos por Dios
está la viuda de Sarepta que hoy recordamos.
El salmo da doce títulos a Dios. Te invito
a que los busques. Es como una letanía de su providencia: el Señor ama, el
Señor guarda, el Señor abre los ojos…
La
liturgia nos sigue presentado la carta a los Hebreos sobre el sacrificio de
Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Hoy lo vemos penetrando en el santuario del
cielo donde intercede por nosotros para siempre.
Los otros sacerdotes ofrecen muchas veces
“sangre ajena” (de animales).
En cambio Jesús ofreció su propia sangre de
valor infinito, una sola vez, ya que Él sigue viviendo porque resucitó.
El valor infinito del sacrificio de Cristo
aprovecha a la humanidad desde la fundación del mundo hasta el momento de su
vuelta, que llamamos la “Parusía”, es decir, la segunda venida de Jesús.
La lectura de hoy incluye también un
pensamiento que nos debe servir para nuestra meditación personal:
“Por cuanto el
destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte el juicio”.
Una invitación importante en el camino
final del año litúrgico.
El
Evangelio nos habla también del valor del donativo de una viuda pobre.
Jesús muy observador, como siempre, oía
cómo las monedas de los ricos caían sonoramente haciendo resonar la alcancía.
En cambio llega una pobre viuda y su monedita, la más pequeña de las que había
en el mercado, ni sonó siquiera.
Jesús ve, admira y comenta:
“Os aseguro que esa
pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los
demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado
todo lo que tenía para vivir”.
Pensemos cómo el orgullo farisaico quita el
valor a sus acciones ante el Dios bueno que ve el corazón, lleno de vanidad e
incluso aprovechándose del dinero de los otros, “llegando a devorar los bienes de las viudas, con pretextos de largos
rezos”.
Una
vez más tenemos una de las grandes lecciones de Jesús (según leeremos en el
verso aleluyático) cómo son ante Dios dichosos los pobres de espíritu entre los
cuales están las viudas de hoy.
Terminemos pensando cómo ante Dios son
muchas veces más importantes la pequeñez y sinceridad de los pobres que los
gestos y actitudes de los creídos.
Aprendamos una vez más que la humildad es
la llave de la puerta del Reino de Dios.
José Ignacio Alemany Grau, obispo
Para tu formación:
Te invito a buscar en
la Biblia el salmo 145 y ubicar los doce títulos de los que hemos hablado.
Te pido disculpas
porque el domingo anterior te envié mi reflexión sin fijarme en que el primero
de noviembre caía en domingo.