DA IGUAL UN DÍA QUE MIL AÑOS
En este segundo Domingo de Adviento la Iglesia se muestra como la Esposa enamorada de Dios, que sale animosa a su encuentro.
Ella conoce los falsos atractivos de un mundo que pretende encantarnos y pide a Dios la sabiduría necesaria para poder llegar a la plenitud de la vida en Cristo (ver Oración colecta).
Analicemos, por separado, las tres lecturas del ciclo B.
* El capítulo 40 de Isaías, cuyo principio leemos hoy, pertenece en realidad al Deuteroisaías, es decir, un personaje distinto del primer Isaías que escribió los treinta y nueve primeros capítulos.
Con este párrafo comienza el llamado “Libro de la Consolación” y en verdad que desde el inicio trae ecos de ese consuelo de Dios:
“Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios.
Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle que… está pagado su crimen”.
En un segundo momento el mismo Isaías grita que preparen el camino al Señor.
La imagen que utiliza nos recuerda cómo se preparaba la llegada de un rey, allanando cerros y rellenando valles y enderezando caminos tortuosos, para que el viaje le fuera más cómodo al magnate.
El personaje a que se refiere Isaías es evidente: el mismo Dios.
Realmente en este domingo se nos prepara para encontrarnos con Él:
“Aquí está vuestro Dios, mirad, el Señor Dios llega con poder y su brazo manda.
Viene con Él su salario y su recompensa lo precede”.
Les dejo para su meditación personal estas bellísimas frases de Isaías, que sin duda, es el profeta preferido en la liturgia para su oración, después de los salmos.
Medita y aplícate a ti mismo la ternura y belleza de esta palabra de Dios:
-“Hablad al corazón de Jerusalén.
-Dios viene con la recompensa.
-Como un pastor que apacienta el rebaño lleva los corderos sobre el pecho.
-Cuida personalmente a las ovejas que cría”.
* De la carta de san Pedro.
El apóstol nos habla de la paciencia de Dios “que no quiere que nadie perezca sino que todos se conviertan”.
¡Así es la misericordia de Dios para con nosotros: siempre nos espera!
Nos habla a continuación, con palabras propias del género apocalíptico, de la venida del Señor que “llegará como un ladrón… con gran estrépito los elementos se desintegrarán y la tierra con todas sus obras se consumirá”.
Para nosotros los consejos concretos que da san Pedro son lo importante y nos deben servir siempre:
“Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en la que habite la justicia.
Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables”.
Para san Pedro el antes o el después importa poco porque “para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”.
* La lectura del Evangelio de hoy es el inicio de San Marcos.
En el primer versículo nos presenta el propósito de todo su escrito:
La persona de Jesucristo como hijo de Dios.
El relato del día nos recuerda al Bautista, preparando en el desierto la venida del Señor. Lo hace evocando precisamente al profeta Isaías.
La predicación de Juan pedía la conversión para recibir el perdón de los pecados.
Él bautizaba en el Jordán con un bautismo de agua que no es precisamente el sacramento que inaugurará Jesús personalmente.
Por eso el Bautista advertía a la gente que el más importante era Jesús:
“Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle la sandalia. Yo os he bautizado con agua pero Él os bautizará con Espíritu Santo”.
* El salmo responsorial nos anuncia la salvación y la paz:
“Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.
La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra”.
Y aludiendo, sin duda, a la venida del Mesías, dice:
“El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto”.
Bellas palabras que muchos autores aplican a María que es la tierra que da fruto y ese fruto que da María es el Señor que nos llueve del cielo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo