9 de octubre de 2014

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

EL VESTIDO DE FIESTA
Ya sabemos que Jesús utiliza las parábolas para hablarnos del Reino.

Una parábola es una comparación que Jesús toma de las cosas de la vida o de la naturaleza, cosas materiales para explicarnos las realidades espirituales.

Hoy no nos habla de la viña sino del banquete que es también un recurso frecuente para hablar del más allá tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

De todas formas la parábola del día va para los mismos oyentes de las anteriores: 

“Habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”:

“El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir.

Volvió a mandar criados para decirles: tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.

Los convidados no hicieron caso e incluso algunos de ellos maltrataron y hasta mataron a los enviados.

El rey envía sus tropas que acaban con los asesinos y queman la ciudad.

Según enseñan los escrituristas esta parábola encierra dos parábolas distintas.

Aquí terminaría la primera que se refiere al pueblo que Dios había elegido como “su pueblo” pero no quiso entrar en el banquete de su Hijo. Es claro una vez más que Jesús se refiere al Padre y a sí mismo.

La segunda parábola se refiere más bien al nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia:

“El Señor dice a sus criados: “la boda está preparada pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la boda”.

Y el banquete se llenó de toda clase de gente, es decir, de todos los pueblos “gentiles”:

“Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba el traje de fiesta y le dijo: amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?”.

El otro, consciente de que era culpable, no abrió la boca. Y el rey lo mandó sacar fuera del festín.

Está claro que todos estamos llamados a entrar en el Reino de Dios, pero es preciso tener el vestido de fiesta, es decir, vivir con coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos.

Por eso precisamente Jesús termina diciendo que “muchos son los llamados y pocos los escogidos”.

Es un gozo pensar que Dios nos invita a su casa para una eternidad feliz pero al mismo tiempo es una responsabilidad saber que hemos de corresponder a su amor con el nuestro.

San Pablo nos invita a confiar que podemos cumplir nuestra misión, con una hermosa receta que él mismo hizo vida:

“Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Por eso está acostumbrado a todo lo que se le presente en el duro apostolado que ha emprendido por el Reino de Dios:

“Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación”.

Isaías nos presenta también proféticamente el festín que Dios preparará:

“Aquel día el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos”.

Fijémonos con detención que la profecía es para todos los pueblos, pero se realizará en el monte santo que lógicamente es Sión.

Por otra parte, habla del vino que para nosotros, en nuestras fiestas humanas, consideramos fuente de alegría y gozo.

También en este festín de Dios “se aniquilará la muerte para siempre. Y el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros”.

Y termina la lectura diciéndonos: 

“Aquí está nuestro Dios… celebremos y gocemos con su salvación”.

Este “aquí está nuestro Dios” nos puede recordar: “Cantemos al amor de los amores, Dios está aquí”. 

Si no podemos referirlo directamente, sí podemos pensar que con el pan y vino consagrados en la Eucaristía tenemos la prenda segura de nuestra salvación, como dijo Jesús: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”.

El salmo responsorial lo podemos referir al mismo festín de que nos habla Isaías:

“Habitaré en la casa del Señor por años sin término… porque el Señor es mi pastor”.

Y ahora nuestro querido salmo 22 nos invita a pensar que el dueño del festín es el Buen Pastor que recordamos con tanta frecuencia:

“El Señor es mi pastor nada me falta… prepara una mesa ante mí… y me unge la cabeza con perfume y mi copa rebosa”.

Y terminamos con este gozoso propósito:

“Habitaré en la casa del Señor por años sin término”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo