28 de noviembre de 2013

I Domingo de Adviento, Ciclo A

CAMINEMOS A LA LUZ DEL SEÑOR
Con estas palabras “Caminemos a la luz del Señor”, del profeta Isaías, hemos llegado al Adviento.

Empecemos dando la bienvenida al evangelista san Mateo. Él será nuestro compañero durante todo el ciclo “A” y su Evangelio lo leeremos durante todo el año. Desde ahora nuestra gratitud para san Mateo.

Así como empezamos el año civil el 1 de enero, hoy comenzamos el año de la Iglesia, que solemos llamar el Año litúrgico.

Lo primero que se nos pide en este domingo es una reflexión seria sobre nuestra propia vida.

Estamos de paso en el mundo y es bueno pensar cómo nos va con Dios y con los hombres para rectificar lo que haga falta.

También será bueno pensar cómo les va a ellos con nosotros, cosa que a veces no nos preocupa tanto como debiera ser.

Para ayudarnos a hacer esta reflexión la Iglesia nos presenta unas lecturas muy apropiadas que nos invitan a meditar.

Normalmente pensamos poco. Nos lo advierte Jesús con estas palabras:

“Cuando venga el Hijo del hombre pasará como en tiempo de Noé.

Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el Arca; y cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”.

Nos advierte Jesús a continuación que el mismo peligro sigue existiendo hoy y existirá cuando venga el Hijo del hombre. En efecto, no reflexionamos y nos dejamos llevar por las cosas superficiales que nos rodean en esta sociedad.

Por eso, añade el Señor: “dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una la dejarán y a otra se la llevarán”.

¿Estas palabras de Cristo son para asustarnos?

¡No, por cierto!

Se trata del consejo de un amigo que quiere que cumplamos nuestro deber con fidelidad para con Dios y para con los hombres: 

“Por tanto, estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”.

La conclusión del párrafo del Evangelio del día de hoy es un consejo de Jesús más claro todavía:

“Estad bien preparados porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del hombre”.

San Pablo, a su vez, nos pone también en vela; es decir, en vigilancia gozosa.

Primero quiere que nos demos cuenta del momento en que vivimos… porque “ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”.

Ése es el gozo: Lo que trae Jesús es nuestra salvación. Por eso, el Apóstol nos pide, de una manera muy concreta: “dejemos las actividades de las tinieblas… conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias”.

Y, una vez más, el gran consejo de Pablo: “vestíos del Señor Jesucristo”. Es decir, del “hombre nuevo” que vive como Jesús y que tiene su misma manera de pensar, de amar y de actuar.

De esta manera se cumplirán en nosotros estas palabras del Papa Francisco de la homilía de Cristo Rey: 

“Así nuestros pensamientos serán cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo; nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo”.

Esta salvación de la que habla Pablo es la misma que profetiza Isaías para Israel y que vendrá “al final de los días”.

Dicha salvación tiene cuatro signos especiales:

- El monte de la casa del Señor (el templo) estará firme.

- Israel y todas las naciones peregrinarán hacia ese templo santo.

- Se notará la acción de “la Palabra del Señor que saldrá de Jerusalén”.

- Finalmente, la paz de las naciones.

En este domingo tenemos dos invitaciones especiales:

- El gozo de ir a la casa de Dios del que habla el salmo responsorial:

“¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!”

Si meditamos este salmo 121 podremos encontrar en él los signos de salvación que nos ha dejado Isaías en la profecía que acabamos de leer.

- La segunda invitación es para pedir misericordia a Dios porque sólo Él puede salvarnos:

“Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

21 de noviembre de 2013

Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo

JESUCRISTO REY
A la luz del Año de la Fe que termina este domingo y que sin duda nos deja el buen sabor de las cosas de Dios, hablemos de Jesucristo Rey del Universo. Él es la luz verdadera que ilumina a todo hombre y meditaremos si Jesús es rey; por qué; cómo ha reaccionado la humanidad frente a Él y qué podemos hacer nosotros.

Jesús es Rey

Pilato pone el título sobre la cruz con ironía para molestar a los fariseos que en realidad lo tenían harto con sus exigencias: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”.
Jesucristo mismo, cuando le pregunto Pilato: “¿Tú eres rey?”. Contesto: “Tú lo has dicho, soy Rey”.

La liturgia en el prefacio y en las oraciones de la fiesta enseña que el Padre “consagró Sacerdote eterno y rey del universo a tu único hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con oleo de alegría para que, ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta… entregara a tu Majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

¿Por qué es Rey Jesús?

Hay un doble motivo para llamar Rey a Jesucristo.

- Rey por naturaleza; ya que es el único hombre que, además de serlo, es Dios verdadero. Ningún otro hombre podrá compararse con Él para quitarle el título.

- Rey por conquista; ya que Él con su sangre compró a toda la humanidad rescatándola del poder del pecado y la muerte con que satanás la había sometido y condenado.

San Pedro enseña que Jesús nos liberó “no con oro ni con plata sino con su sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha”.

San Pablo enseña también: “no os pertenecéis, pues habéis sido comprados a buen precio”.

Precisamente redención significa volver a comprar.

Esto es lo que hizo Jesús, nuestro Redentor.

¿Cómo ha reaccionado la humanidad frente a Cristo Rey?

- El Evangelio nos dice que Pilato puso sobre la cruz el título de Cristo y la causa de su muerte: “Éste es el Rey de los judíos”.

Las reacciones de ayer y de hoy son más o menos las mismas.

- Los fariseos protestan ante Pilato.

- “Las autoridades hacían muecas a Jesús diciendo: a otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios”.

- Los soldados, quizá para congraciarse con las autoridades, le decían: “Sí eres tú el rey de los judíos sálvate a ti mismo”.

- “Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.

- Sólo el otro ladrón, sin duda iluminado por la gracia que Jesús le ofrecía lo defendió con estas palabras: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestros es justo porque recibimos el pago de lo que hicimos. En cambio éste no ha faltado en nada”.

Y volviéndose con arrepentimiento hacia el Señor que tenía tan cerca en la otra cruz le dijo: 

“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.

Sólo este ladrón arrepentido escuchó la voz del Salvador que le prometió: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”.

- María y las Santas mujeres lo vivían todo en el silencio profundo de su corazón.

Hoy pasa lo mismo.

Los orgullosos se creen con autoridad, rechazan a Jesús y a los suyos, llegan a prohibir sus imágenes y persiguen a quienes siguen su Evangelio.

El Papa Francisco nos hablaba de un millón de cristianos asesinados en este siglo, únicamente por serlo.

- Muchos se llaman cristianos por novelería o por quedar bien pero desprecian a Jesús y a quienes lo siguen de verdad.

Otros malhechores, arrastrados por su vida de pecado, rechazan a Jesús simplemente porque les molesta su luz.

Finalmente, están los que lo reconocen como Rey y Señor y están los mártires que repetían al morir: ¡Viva Cristo Rey!

¿Qué haremos nosotros?

Agradecerle ya que le debemos a Jesús la esperanza de la resurrección, y lo aclamamos con el verso aleluyático: “Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro Padre David”.

A Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo lo glorificamos con el Apocalipsis:

“y oí el clamor de una multitud de Ángeles que estaban alrededor del trono… que gritaban a toda voz: Digno es el Cordero degollado de recibir poder y riqueza, sabiduría y fuerza, honor, gloria y alabanza”.

Con el salmo responsorial nos sentimos felices al poder llegar a la casa del Señor:

“Vamos alegres a la casa del Señor”. ¡Y el Señor es Jesucristo, Rey del Universo!

La primera lectura nos presenta a David aclamado y ungido como rey por las doce tribus porque David es considerado imagen de Cristo, el Rey definitivo “cuyo reino no tendrá fin”.

En cuanto al bellísimo himno de san Pablo a los colosenses, les invito a leerlo y meditarlo, porque es una belleza la descripción que hace de nuestro maravilloso Jesús, Rey del Universo.

No hay duda de que Jesús merece el título de Rey, porque siempre será el primero en todo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

14 de noviembre de 2013

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

QUE NADIE LES ENGAÑE
Prácticamente éste es el último domingo del año litúrgico.

El próximo será la fiesta de Cristo Rey.

Con este día celebraremos también el final del Año de la Fe.

Después comienza el Adviento y con él el nuevo año litúrgico. De esta manera, la Iglesia nos llevará de la mano para revivir la historia de la salvación (cuatro domingos) y el ciclo salvador de la vida de Cristo (el resto del año).

Quiero llamarles la atención sobre un acontecimiento único en la historia: el próximo domingo por primera vez se presentarán a la pública veneración las reliquias de san Pedro apóstol cuyo cuerpo está enterrado bajo la basílica del Vaticano.

Será el triunfo de san Pedro, humillado en su martirio en el mismo lugar, y que ahora será aclamado por muchos miles de fieles que llenarán la plaza de san Pedro y sus alrededores.

Les invito a unirse a este acto especial de fe.

Viniendo a la liturgia de este domingo, meditemos en lo que se llamaban las postrimerías (muerte, juicio, infierno, gloria). Ahora solemos hablar de las verdades escatológicas, que es lo mismo.

Se trata de meditar que esta vida, por muy fuertes que nos sintamos, no es eterna. Que, a la vuelta de la esquina, hay una realidad definitiva de la que nadie puede huir.

Malaquías nos ofrece una profecía sobre el juicio divino. 

Cuenta él que en su tiempo (más o menos lo mismo que hoy) decía la gente:

“¿Qué sacamos con guardar los mandamientos de Dios? Los orgullosos son los afortunados y los malhechores son los que prosperan”.

El Señor promete hacer justicia. Es la parte del libro de Malaquías que leemos hoy:

“Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja y los quemaré el día que ha de venir y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas”.

Lucas nos presenta la belleza del templo y la admiración que causaba en todo judío el contemplarlo.

Jesús profetiza en este capítulo la destrucción del templo, las guerras y revoluciones y el fin del mundo.

Son tres acontecimientos distintos que no hay que confundir. Sí advierte Jesús que antes del fin del mundo habrá persecuciones y traiciones, incluso por parte de los familiares y amigos.

Estas persecuciones servirán para que los que siguen a Jesús puedan dar testimonio de Él. Para esos momentos contaremos con la ayuda especial de Dios.

Más aún, debemos confiar siempre en el Señor porque “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”.

Termina Jesús invitándonos a perseverar con estas palabras: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

Mientras llegan esos momentos finales san Pablo nos da unos buenos consejos. Él habla a los tesalonicenses de la venida del Señor y refiriéndose al fin del mundo, repite palabras de Jesús en el Evangelio de hoy:

“Que nadie os engañe” (2Ts 2,3; Lc 21,8).

Esta advertencia es muy interesante ya que vemos cómo los medios de comunicación social suelen ser muy alarmistas y de vez en cuando nos quieren llevar al fin del mundo o poco menos.

Meditemos, pues, los consejos de Pablo, siempre importantes porque, hoy como ayer, “nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar muy ocupados en no hacer nada”.

Esto se debía a que había corrido entre los cristianos que se acercaba el fin del mundo.

Pablo, por su parte, les pide que lo imiten:

“Tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar… sino que trabajamos y nos cansamos día y noche a fin de no ser carga para nadie”.

Y añade, después, esta frase tan conocida:

“Cuando vivimos entre vosotros os lo mandamos: el que no trabaja que no coma…”

Para la liturgia y para todas las personas de fe, cuando se habla de juicio y de fin del mundo, se entiende que se acerca la alegría de saber que Dios vendrá a llevarnos con Él y hacernos felices para siempre.

Esto es lo que nos recuerda el versículo del aleluya:

“Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”.

Y el salmo responsorial nos recuerda también el gozo de la venida del Señor: 

“El Señor llega para regir los pueblos con rectitud”.

Y a continuación nos invita a aclamar al Rey y Señor con toda clase de instrumentos.

Nuestra conclusión es que, con el fin del año litúrgico, aceptemos la invitación de la Iglesia para mirar más allá del tiempo, pensando en las gozosas palabras de Pablo a los tesalonicenses:

“Consolaos mutuamente con estas palabras: ¡así estaremos para siempre con el Señor!”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

7 de noviembre de 2013

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS 

El pasado 30 de octubre, en Irán, fueron azotados con 80 latigazos, propinados con gran violencia, por los cargos de consumo de alcohol, dos de los cuatro sentenciados. El tercero recibió los azotes el 2 de noviembre y el cuarto estaba en lista de espera. El motivo fue simplemente, el consumo del alcohol contenido en el vino eucarístico de una liturgia cristiana. 

Les transmito esta noticia por dos motivos. 

El primero, para que conozcamos cuánto sufren en el mundo muchos hombres y mujeres por el hecho de ser cristianos. 

Y segundo, rogarles que sigan leyendo: 

“En aquellos días arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley. 

Uno por uno se van entregando a los verdugos mientras valientemente se enfrentan al tirano: 

“¿qué pretendes sacar de nosotros? 

¡Estamos dispuestos a morir antes de quebrantar la ley de nuestros padres!" dijo el primero. 

“El segundo, estando para morir dijo: tú malvado nos arrancas la vida presente pero cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna…” 

Después “se divertían con el tercero”, asombrando con su valor a todos. 

“Torturaron después al cuarto que murió diciendo: vale la pena morir a mano de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”. 

Podríamos pensar también que el día 6 de noviembre, por primera vez hemos celebrado los Padres Redentoristas a seis mártires sacrificados por odio a la Iglesia. Pertenecían a la comunidad de la ciudad española de Cuenca. Formaron parte de los 522 beatificados por la Iglesia el 13 de octubre. 

He puesto tres botones de muestra pero ciertamente podrían ser millones. Es la historia de los seguidores de Cristo en todos los tiempos. 

Fácilmente puede decirse: ¿dónde está ese Dios bueno que permite que sea torturada tanta gente buena y sencilla sin haber hecho daño a nadie? 

Hoy la liturgia tiene sabor a resurrección y en la resurrección está la respuesta. 

Examinemos: 

* En la primera lectura ya hemos visto la fe de una gran familia, los Macabeos, la madre y siete hijos que se entregan a la muerte del todo por su fe. 

* El salmo responsorial nos habla de un “despertar” que no es el de cada amanecer, sino el gozoso encuentro con el rostro resplandeciente de Dios. 

Es cerrar los ojos a la tierra para abrirlos ante nuestro Creador. 

Por eso repetiremos “al despertar me saciaré de gozo en tu semblante”. Gocemos leyendo: 

“Guárdanos como a las niñas de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndenos. Yo con mi apelación vengo a tu presencia y al despertar me saciaré de tu semblante”. 

* Pablo nos asegura la fortaleza si nos apoyamos solamente en el Señor: 

“El Señor, que es fiel, os dará fuerza y os librará del maligno”. 

De esta manera, con sufrimientos o sin ellos, “seguiréis adelante cumpliendo todo lo que os hemos enseñado”. 

* El aleluya es un grito de resurrección, en el que la liturgia nos presenta a Jesús como quien se levanta de entre los muertos, pero no Él solo, sino Él como la primicia de todos los redimidos con su sangre: “Jesucristo es el primogénito de entre los muertos. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. 

* En el Evangelio, a una pregunta capciosa de los saduceos, que niegan la resurrección, Jesús contesta con profundidad afirmando rotundamente la resurrección: 

“En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios porque participan en la resurrección”. 

Jesús confirma de nuevo la resurrección y termina diciendo: “no es Dios de muertos sino de vivos porque para Él todos están vivos”. 

Será bueno que, como fin de nuestra reflexión de hoy, nos preguntemos con san Pablo y respondamos también con Él en la carta a los Corintios: 

“¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Insensato, lo que tú siembras no recibe vida si (antes) no muere. Y al sembrar, no siembras el cuerpo que llegará a ser, sino un simple grano de trigo, por ejemplo o de cualquier otra planta… 

Lo mismo es la resurrección de los muertos. Se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual…” 

Como es un hermoso tema, les invito a que profundicen el capítulo quince de la segunda carta a los Corintios. 

Terminemos la liturgia de hoy repitiendo las palabras de nuestro Credo: 

“Creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna”. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo

2 de noviembre de 2013

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

¡ZAQUEO, BAJA ENSEGUIDA!

San Lucas nuestro compañero del ciclo C que pronto va a terminar, nos cuenta que Jesús levantó los ojos y dijo: “¡Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa!”.

Y Zaqueo bajó enseguida. Veamos de qué manera.

El buen hombre quería ver a Jesús y “se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí”.

¿Quién era Zaqueo?

Lucas dice que era “jefe de publicanos y rico”. 

El que los publicanos fueran ricos debía ser algo normal porque se dedicaban a recoger los impuestos de los judíos para entregarlos a Roma.

Pero tenían la fama, y posiblemente la realidad, de una característica especial: recibir los impuestos y colocar parte en sus bolsillos y parte en las bolsas de Roma.

Pues bien. Un hombre de dinero e importante hizo ese acto de humildad de treparse a un árbol delante de la multitud y el regalo no tardó:

Jesús el profeta, Jesús el de los milagros, el que hablaba como no ha hablado ningún hombre, el que enseñaba con autoridad… fue a su casa!!!

Y en la casa de Zaqueo todo cambió menos la envidia refinada de los fariseos que al verlo “murmuraban diciendo: ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.

Ellos entendían las cosas a su manera y lógicamente no podían comprender el actuar de Jesús que no tenía miedo a que el mal lo pudiera contaminar. Y por otra parte, sabía que había venido para “pescar” no justos sino pecadores. 

Pero las cosas fueron muy distintas. 

Jesús tocó el corazón de Zaqueo y lo cambió. 

En un momento del banquete el “enano” (la Biblia dice que “era bajo de estatura”), “se puso en pie y dijo al Maestro: 

Mira la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres. Y si de alguno me he aprovechado le restituiré cuatro veces más”.

En este relato tenemos unas bellas lecciones que aprender:

* La lección de la humildad que es fundamental para entrar en el Reino de los cielos y en la que insiste Jesús de muchas maneras. Recordemos, por ejemplo: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.

* La lección para sacerdotes, catequistas y evangelizadores en general.

Cuando vayamos a una casa debemos ser presencia de Cristo que toque y cambie los corazones. El hacerlo nos dará la seguridad y también la satisfacción de que actuamos en nombre de Cristo.

* La tercera lección es la enseñanza central de este domingo para todos: 

En efecto, hoy nos habla la liturgia del amor paternal de Dios que no abandona a nadie. Más aún, nos busca a cada uno donde quiera que estemos. Dios es un Padre que quiere nuestra salvación. 

Esto lo presenta la liturgia de este domingo en cinco momentos:

1. A Zaqueo lo busca Dios en su casa. 

2. Pablo pide a los suyos que, con la ayuda de Dios, cumplan sus buenos propósitos y, con una simpática expresión, les advierte que estén siempre preparados para el encuentro con Jesús y “no pierdan fácilmente la cabeza, ni se alarmen por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima” (como vemos Pablo sale al paso de los chismes de quienes decían que él predicaba que ya se acercaba el fin del mundo).

3. El salmo aleluyático nos habla a todos del amor salvador de Dios y cómo la fe en Él nos salva: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en Él tiene vida eterna”.

4. El libro de la Sabiduría nos asegura el amor personal de Dios a cada uno de nosotros: 

“Te compadeces de todos, porque todo lo puedes. Cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. 

Amas a todos los seres y no odias nada de los que has hecho… a todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. 

Todos llevan tu soplo incorruptible”.

5. Finalmente el salmo responsorial nos invita a terminar hoy advirtiéndonos que debemos ser agradecidos a Dios por su misericordia para con nosotros.

Alabémosle, pues, con el salmo 144: 

“Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre… El Señor es clemente y misericordioso… 

Que todas tus criaturas te den gracias. Que te bendigan tus fieles”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo