26 de junio de 2013

XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

LIBRES PARA AMAR

Nacimiento de San Juan Bautista, anónimo, 1330
— National Gallery of Art, Washington
El dedo del Bautista (24 de junio)

En esta semana hemos recordado a Juan Bautista, el precursor.

La gente, hablando de él cuando se trata de algo que no quieren o es imposible, dicen: “lo haré cuando san Juan baje el dedo”.

La imagen del Bautista nunca bajará el dedo porque se lo pusieron así para recordar sus palabras: “¡Ése es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!”.

Para esto lo envió Dios, rodeado de prodigios, para preparar la venida del Mesías.

Fue engendrado en el amor de una familia anciana y estéril. Santificado en el seno materno. De él dirá Jesús que es “el mayor entre los nacidos de mujer”.

Es el único de quien la Iglesia celebra el nacimiento (evidentemente, aparte de Jesús y de María).

En su vida, a pesar de todo, se nos presenta sencillo y humilde preparando el camino de Jesús. Después le pasa a Él sus discípulos y su vida muriendo, mártir poco después de bautizar a Jesús en el Jordán.

Les invito a leer el prefacio que nos da un bello resumen de su vida.

San Pablo, por su parte, en los Hechos de los apóstoles, nos presenta a Juan “predicando en el desierto un bautismo de conversión” y añade:

“Cuando estaba para acabar su vida, decía: Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias”.

Cuídate (28 de junio)

Siempre me llamó la atención que personas muy allegadas me dijeran al despedirse, “¡cuídate!”. Pensaba para mí: “¿es que nadie me va a cuidar?”.

Por suerte Jesús no le dijo a la Iglesia: “¡cuídate!” sino que les puso buenos cuidadores:

Pedro, la roca; Pablo el gran apóstol y Francisco, el Papa 266.

Empecemos por el prefacio del día que, como siempre, debemos profundizar:

“En los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe, Pablo el maestro insigne que la interpretó. 

Aquél fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste, la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a los dos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración”.

Las lecturas del día son así.

* Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago. Como los judíos estaban felices, quiso hacer lo mismo con Pedro y lo encarceló.

Detalle importante: “La Iglesia oraba insistentemente a Dios por él”.

A veces no pensamos en el valor de la oración comunitaria.

El ángel del Señor liberó milagrosamente a Pedro.

* Pablo sabe que pronto irá al martirio. Pero está feliz:

“He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida con la que el Señor, Juez justo, me premiará en aquel día”.

Está seguro de la salvación. Pero además nos anima a todos diciendo que esa misma recompensa “me la dará no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida”.

* El domingo pasado nos lo contaba Lucas y hoy lo hace Mateo:

El Padre Dios ilumina a Pedro y éste hace la gran confesión de fe: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”.

Nadie lo sabía. El Padre comenzó a hacer luz sobre su Hijo.

Jesús lo felicita y lo nombra su representante: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Por una providencia especial, hasta físicamente el templo más representativo de la Iglesia está construido sobre el sepulcro de Pedro.

A Francisco lo felicitamos. Hoy es el sucesor de Pedro. Tenemos que serle fieles. 

Recemos mucho por él. No pensemos que todos van a seguir alabándolo, como al principio. Más o menos pronto vendrá la persecución de este nuevo pontífice.

Satanás no puede estar contento con Cristo ni con los suyos.

Cuando el Papa Francisco nos siga exigiendo se verá quiénes son los auténticos católicos.

En este mundo frívolo en que vivimos nuestra fe tiene que ser valiente. Fieles a Jesús, fieles al Papa, fieles a Pedro y Pablo. 

Como dije, siempre me pareció feo que me digan: “cuídate”.

En un mundo tan difícil, que cada uno cuide su fe. ¡Jesús no le faltará! Y ayudémonos unos a otros.


Libres para amar. (Domingo XIII, 30 de junio)

* Siempre me llamó la atención que Eliseo fuera arando su tierra con doce yuntas en fila. Y él mismo iba con la última… ¡tenía platita!

Elías lo escoge profeta de Dios y sucesor suyo.

Eliseo sacrificó la yunta, la comió con su gente, dejó todo y se fue.

Él será profeta milagroso.

¡Eliseo se liberó de todo para seguir a Dios!

* Pablo nos dice: “Sean esclavos unos de otros por amor”.

Sólo el Espíritu Santo puede hacernos amar hasta ese extremo. Hacernos esclavos por amor, nos hace libres como lo fue Pablo y fue el mismo Jesús “quien nos liberó para vivir en libertad”. Sólo los libres aman… hasta el extremo.

* Lucas nos habla de las exigencias del Reino.

Te invito a leerlas. Más que la exigencia concreta medita en la profundidad del mensaje: 
El que se nos entregó del todo, sabe que sólo seremos felices si se lo damos todo a Él.

Seguir a Jesús de verdad es compromiso de por vida.

¿Serás capaz? ¿Seremos capaces?

El secreto está en descubrir al Señor y ser: 

¡¡Libres para seguir a Jesús!!, ¡¡libres para amar!!

José Ignacio Alemany Grau, obispo

20 de junio de 2013

XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

¿CONTRADICCIONES DEL EVANGELIO?

En realidad no son contradicciones sino un complemento pascual: sufrimiento y muerte – resurrección y triunfo.

Eso fue la Pascua de Jesús y por lo mismo también la nuestra si queremos seguirlo de cerca.

En el Evangelio de hoy vemos cómo Jesús es glorificado por el Padre Dios que revela a Pedro la respuesta a la pregunta que había hecho Jesús. Pedro le dice “tú eres el Mesías de Dios”.

Llamémoslo el gozo y el triunfo de la resurrección, pero en seguida Jesús habla de su pasión y muerte. 

¡¡No se puede resucitar si antes no se ha muerto!!

Por esto mismo Jesús nos dice también a nosotros: 

“El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo”.

A éste le pasará lo mismo que a Jesucristo “el que quiera salvar su vida la perderá pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”.

Esto es, por tanto, lo fundamental del Evangelio y ésta es la enseñanza de hoy: por la cruz a la resurrección. 

En estas palabras de Jesús descubrimos el gozo y lo duro de estar con Él, la cruz de cada día.

Por supuesto vale más el regalo de caminar con Jesús que el sufrimiento que nos pueda costar.

Esto enseña la vida de los santos.

En este domingo tenemos una serie de invitaciones maravillosas que nos hace la liturgia para conocer nuestro camino cristiano. Meditemos algunas.

* “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”.

Toda criatura añora al Creador. Bajo las imágenes del hambriento y sediento está expresada toda nuestra necesidad de Dios. El mismo Señor metió esta necesidad en nuestro corazón. Por eso es algo que no pueden matar quienes gobiernan las naciones siguiendo principios errados.

* “A la sombra de tus alas canto con júbilo”. 

La imagen es muy bella. Dios providente nos cuida y Él mismo se compara al águila que cuida a sus polluelos. Así nos protege Dios.

Es el regazo de Dios que engríe a sus criaturas.

Jesús nos hace esta misma comparación de la providencia cuando nos dice: “Jerusalén… cuántas veces intenté reunir a tus hijos como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas y no habéis querido”.

San Pablo enseña que “todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”.

Para esto se encarnó Él, para eso lo envió el Padre: para hacernos un solo cuerpo cuya cabeza es Jesús. En Él y por Él todos somos hermanos desde el bautismo que nos hace hijos de un mismo Padre: Dios.

Las distinciones de razas, colores y demás, las hacemos los hombres.

Son inventos humanos y a veces también diabólicos porque ése es el “servicio maravilloso” de satanás: dividir a quienes Cristo unió en una sola Iglesia, un solo Pueblo, un solo Cuerpo místico.

En el Evangelio tenemos:

* “Jesús estaba orando”, porque oraba con mucha frecuencia y sobre todo cuando tenía algo importante que hacer.

* Pregunta a los suyos: “¿quién dice la gente que soy yo?”

La respuesta es fácil y todos hablan:

“Juan Bautista… Elías… un profeta”.

* La segunda pregunta compromete:

“¿Y vosotros quién decís que soy yo?”

Nadie tiene palabras porque no quieren comprometerse.

Algo así nos pasa a nosotros en la vida social y evitamos comprometernos… no queremos que sepan que seguimos a Cristo, el Señor. ¡Somos cobardes!

* Pedro habla pero por revelación del Padre: “¡El Mesías de Dios!”.

* El significado del “Mesías de Dios” no es precisamente el que tenían los apóstoles que pensaban en un mesías guerrero. Se trata de un Mesías que antes de resucitar tendrá que morir. Por eso les pide Jesús que no digan a nadie que es el Mesías hasta que resucite.

Precisamente de este sufrimiento nos ha hablado hoy Zacarías con estas palabras que recogerá san Juan en su Evangelio: “mirarán a mí a quien traspasaron”.

Así es nuestra vida. Como la de Jesús. Es un don de Dios. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo

13 de junio de 2013

XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

TODO ES MISERICORDIA

Hoy vamos a reflexionar sobre los mensajes de cada una de las lecturas.

La primera nos presenta el gran pecado de David. 

Mandó colocar a Urías en el sitio más peligroso de la batalla y en un momento lo dejaron solo para que lo mataran los amonitas.

Esto se hizo por mandato del rey David que quería casarse con su mujer Betsabé.

Dios envía a Natán que, de una manera muy dura, le hacer ver que su pecado sería castigado.

David, sinceramente arrepentido, dice al profeta Natán:

“He pecado contra el Señor”.

Es bueno que aprendamos que, siempre que hay buena voluntad, el perdón de Dios va por delante. Por eso el profeta le dice: “el Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás”.

En ese momento brota del corazón del real profeta, el salmo 50 tan conocido por todos nosotros y tan rezado dentro de la Iglesia:

“Misericordia, Dios mío, por tu bondad. Por tu inmensa compasión borra mi culpa”.

Su arrepentimiento, por tanto, le consiguió el perdón de Dios y al mismo tiempo nos enseñó a todos cómo debemos arrepentirnos de corazón después de nuestros pecados.

Como todos somos pecadores, la liturgia nos invita a repetir, en el salmo responsorial: 

“Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado”.

Del mismo salmo 31 tomamos estas ideas:

“Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: “confesaré al Señor mi culpa”, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”.

El mismo salmo, nos habla de la alegría que produce el verdadero arrepentimiento que nos justifica: 

“Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero”.

Posiblemente esto mismo quiere decir David en su salmo 50: 

“Devuélveme la alegría de tu salvación”.

En la segunda lectura san Pablo nos hace ver que solo en Jesucristo podemos encontrar esta misericordia de Dios:

“Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo… Mientras viva en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios que me amó hasta entregarse por mí”.

Cuántas veces hemos oído repetir, y quizá hemos dicho nosotros mismos con emoción las mismas palabras de Pablo, que él se las aplicaba a sí mismo. 

El Evangelio de Lucas nos presenta un hecho de la vida de Jesús en el que aparece la bondad y misericordia de Jesucristo. Recordemos.

Simón el fariseo invita a Jesús a comer. Posiblemente quería que en todo el pueblo se hablara de que Jesús, el gran profeta, había ido a comer con él.

De repente una mujer entra en la casa y sin avisar se postra a los pies de Jesús, llora sobre ellos, los besa y los unge con ungüento.

El fariseo empieza a sospechar de Jesús, sin decir nada:

“Si éste fuera profeta sabría quién es esta mujer que lo está tocando”.

Jesús le presenta una breve parábola:

“Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos le amará más?”

La aplicación era clara y Jesús la concreta, dejando mal parado a Simón porque no había cumplido con Él las costumbres de todo buen anfitrión judío.

La mujer le lavó los pies, lo enjugó con su cabello y lo besó. Simón, en cambio, ni le lavó los pies ni se los secó ni le dio el ósculo de la paz.

Luego Jesús se vuelve a la mujer y con gran escándalo, por parte de todos, le dice:

“Tus pecados están perdonados”.

La misericordia se impone a todos los chismes y malos pensamientos de los que estaban allí presentes.

De esta manera queda perdonada la mujer, demuestra Jesús que es verdadero profeta, contra la opinión de Simón el fariseo, e incluso Jesús se presenta como enviado de Dios que puede perdonar los pecados.

La conclusión llenó de paz a la mujer: 

“Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

Al final del párrafo evangélico de hoy Lucas (nuestro compañero del ciclo C y el que más habla de las mujeres en su Evangelio) nos presenta a Jesús “acompañado por los doce y algunas mujeres que Él había curado de malos espíritus y enfermedades: María Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana… Susana y otras muchas que le iban ayudando con sus bienes”.

Con esto se confirma que, en realidad, las mujeres han sido siempre más sensibles a la gracia de Dios y al seguimiento de Jesucristo.

Pero también queda claro que Jesús vino como misericordia de Dios para todos.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

6 de junio de 2013

X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

¿CÓMO ES EL CORAZÓN DE JESÚS?

“Jesucristo, mi amado Dueño se presentó delante de mí todo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas, brillantes como cinco soles, y despidiendo de su sagrada humanidad rayos de luz de todas partes, pero sobre todo de su adorable pecho, que parecía un horno encendido, y habiéndose abierto, me descubrió su amante y amable Corazón, vivo manantial de tales llagas”.

Un año más tarde le decía Jesús a santa Margarita María de Alacoque (1675):

“He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y que no recibe en reconocimiento, de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este sacramento de amor.

Por eso te pido que se dedique el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento a una fiesta especial para honrar mi Corazón”.

El padre san Claudio de la Colombiere dedicó su corta vida a publicar las confidencias que Jesús había tenido con santa Margarita María de Alacoque en el monasterio francés de Paray-le-Monial

Hoy la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús se ha convertido en solemnidad y los últimos pontífices han dedicado este día especialmente para pedir por la santidad sacerdotal para que el corazón de cada sacerdote reviva los sentimientos de Jesucristo que nos enseñó: “aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.

Veamos qué nos enseña la liturgia de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

Puesto que tiene un prefacio especial empecemos por meditarlo:

Jesucristo “con amor admirable se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia: para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación”.

Sabemos que este Corazón abierto nos lo ha presentado el evangelista san Juan diciéndonos que el soldado (al que la tradición llama Longines) con su lanza, abrió el Corazón de Cristo y del Él brotaron el agua y la sangre, símbolo de los sacramentos del bautismo y de la eucaristía.

Así podemos “beber” la felicidad que nos mereció Jesús con su muerte y resurrección.

Por eso le pedimos, con la oración colecta, “concédenos recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia”.

Ezequiel nos presenta el amor de Dios bajo la imagen del Buen Pastor con estas palabras: “Yo mismo en persona buscaré mis ovejas siguiendo su rastro… y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron”.

El Señor lleva a sus ovejas a ricos pastizales y las hace reposar. Por otra parte, el mismo Señor busca “las ovejas perdidas… vendando sus heridas, curando las enfermas…”.

Bajo esta comparación aparece el amor infinito de Dios manifestado en Cristo Jesús.

Recordando este amor, san Pablo nos dice que llegada la plenitud de los tiempos “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”.

Este amor hacia nosotros se manifiesta de manera especial porque “cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo”. Y añade el mismo apóstol:

“Con cuánta más razón estando ya reconciliados seremos salvos por la vida de Cristo”.

Finalmente, el Evangelio de san Lucas recordando el pastor de Ezequiel nos presenta la parábola de las cien ovejas y cómo Jesucristo va en busca de la “negrita” que se perdió y vuelve feliz con ella sobre sus hombros diciendo a sus amigos: “¡Felicitadme! He encontrado a la oveja que se me había perdido”.

De esta manera, con toda delicadeza, en lugar de decir que ella se escapó del rebaño, se echa las culpas a sí mismo diciendo que se le había perdido.

La misericordia de Jesús termina con estas palabras que son un aliciente para nosotros invitándonos a la conversión: “os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.

He querido recordar hoy con ustedes esta fiesta del viernes pasado como homenaje al Sagrado Corazón de Jesús.

Preparémonos para seguir la liturgia de este domingo décimo del tiempo ordinario a la luz de estos tres personajes que nos hacen ver que Dios cuida siempre de su pueblo con amor especial:

Elías, es el más grande de los profetas del Antiguo Testamento y resucita al hijo de la viuda que lo hospedaba. Así manifiesta Dios su complacencia con Elías.

Pablo, se presenta a sí mismo desde una profunda humildad, como apóstol escogido directamente por Jesucristo para evangelizar.

Finalmente, el Evangelio nos muestra a Jesús resucitando al hijo de la viuda de Naím y es el pueblo quien exclama: “un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo