28 de febrero de 2013

III domingo de Cuaresma, Ciclo C

AQUÍ ESTOY 

No puedo empezar mi reflexión sin hablar del Papa Benedicto XVI. 

Decimos que ha estado poco tiempo como Sumo Pontífice; pero el Señor, por medio de la bondad de este santo que se nos ha ido, ha marcado la Iglesia: 

El Logos; la verdad; la belleza; la alegría; la claridad y el amor indiscutible a Dios y al prójimo. 

¿Y cómo no? En estos años ha marcado la centralidad de la Eucaristía en la Iglesia de Jesús. 

El “mundo” (aquel por el que no rezó Jesús) no lo ha entendido. No ha querido entenderlo. 

Nosotros sí. 

Por eso hoy, al ver a Moisés respondiendo a Dios que le habla desde la zarza: ¡Aquí estoy!, me vino espontáneamente la actitud de Benedicto que nos ha dicho prácticamente lo mismo el pasado domingo: 

“El Señor me llama a subir al monte a dedicarme aún más a la oración y a la meditación”. 

Se nos fue el Papa enamorado de Dios que se ha jugado toda la vida por Él. 

Ha pasado como una estrella tan luminosa que su ráfaga permanecerá en el cielo por muchos años. 

Será el próximo “doctor” de la Iglesia de Jesús y quienes lo han rechazado por orgullo intelectual o por ansias de poder, serán humillados. 

Se nos ha ido un amigo… el amigo que ha sacrificado toda su existencia por la Iglesia de Jesús. 

Ya no lo veremos, pero sabemos que, por los jardines del Vaticano, un nuevo ermitaño estará rezando en las raíces de esta Iglesia, siempre perseguida y siempre amada, que camina imparable de la mano del Esposo hacia la parusía. 

Benedicto XVI seguirá hasta que Dios lo llame, viviendo su fidelidad con su sencillo y generoso “aquí estoy”. 


Y ahora sigamos con Moisés: 

Se fue con sus ovejas hasta el monte Horeb, el monte de Dios. 

Dios lo llamó por su nombre y le dio un mensaje. 

Será el caudillo que sacará a Israel del destierro de Egipto y lo guiará a la tierra prometida de donde salieron, siglos antes, buscando trigo. 

Y Dios le revela su nombre: “Yo soy el que soy”. 

Es decir, nadie lo ha creado ni depende de nada. Dios ha dado a todos y nadie le ha dado a Él. 

Con este Nombre poderoso vencerá Moisés. 

Qué lejos estaba entonces de pensar aquel pastor que un día regresaría a ese mismo monte y Dios le daría la Torá (la Ley) que conduciría a Israel hasta que Jesús instaurase la Nueva Alianza. 

San Pablo nos invita a ser valientes para no caer en el pecado y por eso nos advierte “el que se cree seguro; ¡cuidado!, no caiga”. 

Buen consejo para que seamos humildes y pongamos nuestra confianza en Dios y no en nosotros mismos. 

El versículo de meditación nos recuerda la cuaresma: “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”. 

El Evangelio nos presenta una parábola que invita también a la conversión: 

“Uno tenía plantada una higuera en su viña y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. 

Dijo al viñador: 

Ya ves: tres años vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala ¿para qué va a ocupar terreno en balde? 

El viñador le contestó: 

Señor, déjala todavía este año, yo cavaré alrededor y le pondré estiércol a ver si da fruto, si no, la cortas”. 

El Señor nos ha plantado en su viña, la Iglesia, como suelen hacer los campesinos que ponen una higuera entre las vides para gozar su sombra y su fruto. 

Si aquella higuera (leamos tú, yo) no da fruto aunque pasen los años, ¿el Señor tendrá paciencia con nosotros?, porque el cuidado amoroso de Dios no nos ha faltado desde el bautismo. 

Terminemos con este consejo de Benedicto XVI en su mensaje de cuaresma, invitándonos a hacer la verdadera penitencia que él concreta así: 

“El cristiano es una persona conquistada por el amor a Cristo y, movido por este amor, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo. Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies a los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer la humanidad al amor de Dios”. 

El amor a Dios y al prójimo es el secreto del reino y... y de la cuaresma. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo

21 de febrero de 2013

II domingo de Cuaresma, Ciclo C

LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR 

La reflexión de hoy se centra en la transfiguración del Señor y vamos a entrar en ella a través del prefacio porque, como ya saben, cuando hay prefacio propio, éste explica lo esencial de la celebración eucarística del día: 

“… Cristo, nuestro Señor, quien, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección”. 

Aquí tenemos la clave no sólo para éste, sino para todos los días de nuestra vida: 

Dentro del plan de Dios por la pasión y cruz se llega a la resurrección. 

Por su parte, la oración colecta del día, orienta también la petición más apropiada para hoy recogiendo el pedido del Padre Dios, que quiere que escuchemos a su Hijo. Pedimos la gracia de alimentarnos con la Palabra Divina para que podamos ver a Jesús transfigurado: 

“Tú que nos mandaste escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro Espíritu con tu Palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro”. 

La primera lectura nos habla de la alianza que hizo Dios con Abraham en medio de una visión nocturna en la que Dios, como una antorcha, pasaba sobre la víctima que había ofrecido el anciano. 

En el salmo responsorial repetimos “el Señor es mi luz y mi salvación”. 

Esta luz es precisamente Cristo transfigurado. 

San Pablo nos ofrece una promesa de parte de Dios: “el Señor transformará nuestro cuerpo humilde en un cuerpo glorioso como el suyo”, que es precisamente lo que vamos a profundizar en el Evangelio de hoy. 

Los tres predilectos suben con Jesús a lo alto de la montaña para hacer oración. La montaña indica la cercanía de Dios. Es en la altura y oración donde Jesús se transfigura: 

“El aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blanco”. 

De repente “dos hombres conversaban con Él, eran Moisés y Elías…” 

Los discípulos quedan abrumados con tal visión y oyen la voz del Padre que, una vez más, glorifica a Jesús, como sucedió en el bautismo: 

“Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle”. 

Aunque brevemente, veamos algunas explicaciones que nos da el Papa Benedicto: 

Las vestiduras de Jesús blancas, como la luz durante la transfiguración, hablan también de nuestro futuro ya que en la literatura apocalíptica los vestidos blancos son expresión de criatura celestial, de los ángeles y de los elegidos. 

La presencia de Moisés nos recuerda que “cuando él bajaba del monte Sinaí no sabía que tenía radiante la piel de la cara por haber hablado con el Señor”. 

Al hablar con Dios su luz resplandece en él, pero es una luz que le llega de fuera y que hace que brille su rostro. Por el contrario, Jesús resplandece desde el interior. No sólo recibe la luz sino que Él mismo es luz de luz. 

El tema de conversación es la cruz, pero entendida en un sentido más amplio, como el éxito (“salida”) de Jesús que debía cumplirse en Jerusalén. La cruz de Jesús es salida, es atravesar el mar rojo de la pasión y llegar a la Gloria. 

La nube que los envuelve es signo de la presencia de Dios sobre “la tienda del encuentro” en el desierto y que en ese momento está sobre Jesús, el cual es como la tienda sagrada sobre la que está presente Dios. 

La palabra “escúchenlo” nos hace ver que si Moisés bajaba del Sinaí con la Torá (es decir La Ley) que Dios quería que todos la escucharan y cumplieran, aquí Jesús se ha convertido Él mismo en la Ley. Jesús mismo es la Palabra misma de la revelación y hay que escucharlo siempre. Es la voluntad y mandato de Dios Padre. 

Al bajar del monte, Pedro debe comprender de un modo nuevo que el tiempo mesiánico es, en primer lugar, el tiempo de la cruz y que la transfiguración (ser luz en virtud del Señor y con Él) comporta nuestro ser abrasado por la luz de la pasión. 

Como una enseñanza final, pensamos que el poder del reino futuro se presenta así en el Cristo transfigurado que habla de su pasión como único camino posible para llegar a la Gloria. 

Y ésta es también una gran lección para nosotros: si queremos compartir la transfiguración con Cristo (la resurrección y glorificación) debemos pasar antes por las cruces de la vida. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo

14 de febrero de 2013

I Domingo del Tiempo de Cuaresma, Ciclo C.

¿PARA QUÉ LAS TENTACIONES? 

Estamos en el primer domingo de cuaresma. 
Todos sabemos que en los tres ciclos (A, B y C) los Evangelios sinópticos nos hablan de las tentaciones de Jesús en este día. 
El problema podemos encontrarlo en estas palabras de san Lucas: 
“El Espíritu Santo lo fue llevando por el desierto mientras era tentado por el diablo”. 
San Mateo nos lo pone peor: “fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”. 
Nuestra pregunta es: 
¿El Espíritu Santo tentó a Jesús? 
Debe quedar muy claro que no. Tengamos en cuenta estas palabras de Santiago: “cuando alguien se vea tentado que no diga “es Dios quien me tienta”; pues Dios no es tentado por el mal y Él no tienta a nadie”. 
Por un lado nos tientan las propias pasiones y por otro el mismo diablo, como dice el Evangelio de hoy. 
Antes de seguir, también es importante que recordemos que la tentación nunca es pecado. 
El pecado es caer en la tentación. Por eso Jesucristo nos dirá que cuando recemos digamos “no nos dejes caer en la tentación”. 
Por otro lado, sabemos que muchos santos se han purificado con la tentación e incluso han adquirido grandes méritos venciendo fuertes tentaciones. 
Y ahora volvamos a la enseñanza concreta que nos da nuestro compañero de viaje litúrgico, san Lucas, comenzando por un detalle. 
“Durante cuarenta días… estuvo en el desierto”. 
Benedicto XVI nos recordaba en la catequesis del miércoles pasado: 
“Comenzamos el tiempo litúrgico de la cuaresma, cuarenta días que nos preparan para la celebración de la santa pascua”. 
Después de pedirnos que nos esforcemos en crecer en la vida espiritual, el Papa nos habla del número cuarenta que aparece varias veces en la Biblia: 
“Los cuarenta años que el pueblo de Israel peregrinó por el desierto: un largo periodo de formación para convertirse en pueblo de Dios, pero también un largo periodo en el que estuvo siempre presente la tentación de ser infieles a la alianza con el Señor”. 
Cuarenta fueron también los días de camino del profeta Elías hasta el Horeb, y Jesús en el desierto, antes de iniciar su vida pública, pasó cuarenta días y cuarenta noches, incluida las tentaciones. 
En la primera tentación de Jesús el diablo le dice: “si eres el hijo de Dios dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contesta “no sólo de pan vive el hombre”.
Después lo lleva el diablo a una altura y le ofrece todos los reinos de la tierra, si es que lo adora. 
Jesús lo calla también con otro texto bíblico: “al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto”. 
Finalmente, el diablo coloca a Jesús en el alero del templo y le dice que se tire, porque Dios mandará sus ángeles para que no tropiece en las piedras. 
Jesús termina el diálogo con otro versículo de la Biblia: “No tentarás al Señor tu Dios”. 
Es interesante pensar cómo el diablo y los suyos emplean la Biblia para tentar, sacando los textos bíblicos de su contexto. 
Jesús, en cambio, usa la Escritura, sin manipularla para aclarar la situación. 
Benedicto XVI nos ilumina con estas palabras que aclaran el núcleo de las tres tentaciones que experimentó Jesús: 
“Reflexionar sobre las tentaciones a las que es expuesto Jesús en el desierto es una invitación para cada uno de nosotros para responder a una pregunta fundamental: ¿qué es lo más importante en mi vida? 
Las pruebas a las cuales la sociedad actual somete al cristiano son muchas y tocan la vida personal y social. No es fácil ser fieles al matrimonio cristiano, practicar la misericordia en la vida cotidiana, dejar espacio a la oración y al silencio interior; no es fácil oponerse públicamente a opciones que muchos consideran normales, como el aborto en caso de un embarazo no deseado, la eutanasia en caso de enfermedad grave, o la selección de embriones para prevenir enfermedades hereditarias. 
Siempre se hace presente la tentación de separar la fe y la vida”. 
La conversión será la respuesta que tendremos que dar a Dios muchas veces en la vida. 
El prefacio de hoy explica por qué Jesús fue al desierto a hacer penitencia y cuál es la lección que nos da a nosotros en este domingo: 
Jesucristo “al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, y al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado; de este modo, celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, podremos pasar un día a la Pascua que no acaba”. 
Es muy importante que nuestra mente y corazón no queden únicamente en la cuaresma, en el ayuno y en la mortificación, sino que veamos que todo es una preparación para la fiesta más grande: la Pascua de Jesús en la que celebramos nuestra propia resurrección como fruto de su resurrección y entrega para salvarnos. 
Para vencer las tentaciones ten en cuenta el consejo que nos da hoy san Pablo:
“La Palabra está cerca de ti. La tienes en los labios y en el corazón. 
Porque si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos te salvarás”. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo

8 de febrero de 2013

V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

SACARON LAS BARCAS Y LO DEJARON TODO 

Hoy es un domingo de pesca. 
Y ciertamente que el pescador es Jesucristo. 
En primer lugar tenemos al profeta Isaías y comenzamos fijándonos en un detalle. 
Él tiene una especie de visión y con una frase de las que oye decir a los ángeles, otra del Apocalipsis y otra de Números, la Iglesia ha confeccionado la alabanza que cada día repetimos después del prefacio, uniéndonos a la liturgia celestial: 
“Santo, santo, santo el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria” (Is 6,3). 
“Santo, santo, santo, Señor Dios todopoderoso, aquél que era, que es y que va a venir” (Ap 4,8). 
“La gloria del Señor llena la tierra” (Nm 14,21). 
Isaías cuenta a continuación su propia vocación. Un serafín purifica sus labios con un carbón encendido y el profeta se siente con las fuerzas necesarias para ponerse a disposición de Dios: “aquí estoy, mándame”. Y Dios tomó en serio a este gran profeta que ahora es uno de los preferidos por la liturgia. 
El segundo “pescado” por Jesús es el apóstol san Pablo que nos da uno de sus mensajes más importantes, que él mismo recibió de la Tradición, es decir, de las enseñanzas que iban compartiendo con fidelidad los primeros cristianos. 
“Lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras…” 
Después Pablo narra luego su propia vocación contando cómo fue Jesús pescando a los primeros seguidores, “Cefas y más tarde a los apóstoles; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último se me apareció a mí”. 
Con humildad reconoce que, aunque había perseguido a la Iglesia, Jesús lo escogió a él. 
En el Evangelio encontramos otra manera que empleó Jesús para pescar. 
Después de haber enseñado a todos, dice a Pedro esta frase que hemos repetido muchas veces en los últimos años al hablar de la misión de la Iglesia, a la que todos estamos llamados: “rema mar adentro”. 
Cuando Pedro oyó estas palabras que Jesús le dirigía a él y que añadía: “echad las redes para pescar”, sin duda debió tener una fuerte tentación. Pero la venció pronto, apoyándose en el mismo Cristo y enseñando a todos que confiando en la Palabra de Dios, todo es posible. 
Sin Cristo “nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada”. Pero con Cristo “por tus palabras, echaré las redes”. 
La pesca fue tan abundante que tuvieron que llamar a sus compañeros que estaban en la otra barca. Y llenaron las dos barcas hasta el punto que casi se hundían. 
Pedro reacciona como humillado por tanta generosidad de Cristo y le pide: “apártate de mí que soy un pecador”. 
Pero Jesús le hace ver un plan distinto que lo va a sacar de su vida rutinaria: “no temas, desde ahora serás pescador de hombres”. 
La escena termina de una forma inesperada. 
¿Qué hicieron con los peces? No sabemos. 
Lo único que dice san Lucas es “sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo lo siguieron”. 
Como podemos darnos cuenta, aquí el pescador ha sido Cristo y a los que pescaban les ha dicho: 
“Desde ahora serás pescador de hombres”. 
De una u otra forma todos hemos sido llamados por Jesús para evangelizar, pescando nuevos pescadores. 
¿Alguna vez en tu vida has dejado todo para seguir a Jesús y pescar hombres con Él? 
Esto era lo que quería decir Juan Pablo II a la Iglesia entera con estas palabras “hay que remar mar adentro”. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo

2 de febrero de 2013

IV domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

LOS APLAUSOS TERMINARON EN INSULTOS 

Estamos acostumbrados a cantar en las iglesias estas palabras del profeta Jeremías: 
“Antes que te formaras dentro del seno de tu madre, antes que tú nacieras te conocía y te consagré para ser mi profeta…” 
También sabemos que estas palabras son del profeta Jeremías, que las recibió del Señor como una misión y consagración. 
Lo cantamos todos porque estamos convencidos de que el bautismo es un llamado amoroso de Dios que nos cuida y nos llama a compartir con Él el apostolado. 
Jeremías, como buen profeta, gozó y sufrió. 
Ante todo gozó con la fuerza y cercanía de Dios, y sufrió por los malos tratos que le dieron sus paisanos poco piadosos y poco fieles al Señor. 
Dios le advierte en las primeras páginas de su libro: “lucharán contra ti, pero no te podrán porque yo estoy contigo para librarte”. 
Por esto, el salmo responsorial nos recuerda: “A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre… líbrame y ponme a salvo”. 
Y todos repetiremos felices: “mi boca contará tu salvación, Señor”. 
Una palabra llama la atención en este salmo 70. Y es que el salmista llama a Dios “Roca”, “sé tú mi Roca de refugio”. 
La roca, por su firmeza, era para los judíos el símbolo de Dios al que podemos aferrarnos con toda seguridad. 
La roca era también el centro del templo de Jerusalén, roca que según la tradición fue el lugar sobre el que Abraham quiso sacrificar a su hijo. 
Ahora esta roca está dentro de una mezquita musulmana en el lugar que ocupaba el templo de Jerusalén. 
San Pablo, por su parte, continúa enseñándonos con la primera carta a los Corintios. 
Nos advierte que hay multitud de posibilidades y carismas: don de lenguas, don de profecía, y dar limosna, etc. Pero terminará diciéndonos que de todo eso no quedará nada si no se hace por amor. Y aprovecha para explicar las características del amor verdadero: paciente, afable, no tiene envidia, no presume, no es mal educado ni egoísta, no se irrita, etc. 
El párrafo de hoy, que se une al de la semana anterior, termina advirtiendo que lo más importante es tener fe, esperanza y caridad y de ellas la virtud más importante es el amor. 
El Evangelio es más extraño de lo que parece a primera vista y tiene dos partes totalmente distintas. 
Comienza repitiendo el final del domingo anterior: 
“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. 
Y nos advierte el evangelista que la aprobación de la gente fue total: “todos expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”. 
Posiblemente fue ésta la primera reacción de sus paisanos en Nazaret. 
Pero el párrafo siguiente es totalmente distinto. Más tarde (no sabemos cuánto tiempo después) se fue creando un clima totalmente distinto. Y un buen día, llegó Jesús al pueblo y se burlaron de él diciendo despectivamente: “¿no es éste el hijo de José?”. 
Es claro que a Jesucristo debió dolerle esta reacción contra Él y expresó su dolor con estas palabras: 
“Sin duda me recitaréis aquel refrán: médico, cúrate a ti mismo”. 
A continuación Jesucristo trae varios textos del Antiguo Testamento en los cuales aparece la obra de Dios en Elías y en Eliseo que hacen grandes milagros, para gente de otros pueblos (la viuda de Sarepta y Naamán el sirio) y no para Israel que los despreció. 
Nos advierte san Lucas que todo esto los puso furiosos “y levantándose lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo”. 
Esta era la forma que utilizaban para apedrear a uno, despeñarlo y echar piedras sobre él. 
Jesús, sin embargo, “se abrió paso entre ellos y se alejaba”. 
De esta forma se quedaron sin Jesús, sin su mensaje y sin los milagros que hizo en otras partes. 
Es fácil adivinar que no fue el momento más feliz en la vida de Jesús. Pero sí fue un momento que trae una enseñanza especial para todos los evangelizadores. 
En el trabajo apostólico nos encontramos con mucha aceptación y aplausos, pero otras veces recibimos reproches, malos tratos y hasta pretenden acabar con nosotros. 
Son las dos facetas de la vida apostólica que siempre hemos de tener presentes. Así no nos preocuparemos si al evangelizar nos reciben con aplausos o con insultos y que tan fecunda puede ser para nosotros la primera como la segunda forma de recibir y acoger el Evangelio que anunciamos. 
Lo importante es que, como Jeremías, recordemos que el Señor nos dice: “Yo estoy contigo para librarte” y que lo más importante es mantener el amor que es lo único que pasará con nosotros a la eternidad. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo